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EL HOMBRO DE ORIÓN

Tachas 397 • David Lynch: una atracción irresistible • Juan Ramón V. Mora

Juan Ramón V. Mora

Juan Ramón V. Mora
David Lynch
Tachas 397 • David Lynch: una atracción irresistible • Juan Ramón V. Mora

Mi iniciación fue gradual. Me han contado de otros que tienen encontronazos más duros, incluso sazonados de locura. Lo mío comenzó suave, con The Elephant Man (1980). Sin embargo, las condiciones de la iniciación son similares para todos los adeptos: una sala oscura, una pantalla, buen volumen, sin interrupciones.

El destello de implicaciones que es The Elephant Man me dejó sosteniendo el llanto en la garganta y con ganas de averiguar más. Ésa es la herramienta principal de seducción que tiene la secta. El misterio ejerce una atracción irresistible. El orgullo humano nos exige buscar respuestas, encontrar un orden a nuestra escala en el aparente caos. La secta usa ese impulso elemental como anzuelo y un par de pesadillas como carnada.

Porque, ¡oh, las pesadillas! Para acceder a ciertos grados es necesario entregar un reporte pormenorizado de las espantosas pesadillas que produce la exposición a ciertos rituales sacrílegos de gran duración, como los que se celebran en la llamada "Logia Negra" de Twin Peaks (1990-1991, 2017). La mente no sale indemne de sus ancestrales poderes, sus visiones de epifanía en lenguas incognoscibles. Al tener conocimiento detallado de nuestras pesadillas, la secta mantiene el control de nuestros pensamientos. El creyente puede experimentar el efecto de algo parecido a la telepatía. Muchos han reportado apariciones de un caballo espectral galopando frente a sus alcobas después de haber pasado por una revisión de Twin Peaks: Fire Walk with Me (1992).

Pero decía, hay algunos audaces que deciden entrar a través de portales más tenebrosos. Han sido muchos los casos de transfiguración mental después de ser traspasados por Eraserhead (1977). Se cuenta que, para ejecutar esta obra, los líderes del culto llevaron a cabo una orgía con potencias muy poco conocidas del plano hiper astral, lo que produjo un engendro —o anti-cristo— a medio cocinar que torturaron hasta la muerte. Después lo incineraron y esparcieron sus restos al viento del suroeste. Eraserhead reproduce de alguna forma las metamorfosis anímicas que se buscaba activar a través de los rituales originales.

Algunos miembros recomiendan usar uniforme, aunque esto no es una práctica sancionada por los principales líderes. Los que observan este nivel de fanatismo pueden ser distinguidos en cualquier ciudad del mundo por sus chaquetas de piel de serpiente. Insisten en que son símbolos de su individualidad y su creencia en la libertad personal, sin saber que esta militancia fue inducida en su voluntad a través de una pieza de propaganda subversiva conocida como Wild at Heart (1990).

Tampoco han faltado los arranques de llanto histérico, en especial después de ver The Straight Story (1999), documento que usan los prosélitos de esta peligrosa religión para demostrar que en el centro de las tormentas siempre hay un ojo enternecido que nos guiña con la ironía de los sabios; que hay redención en la humanidad de un abrazo fraterno.

Algunos disidentes fundaron un nuevo movimiento que, como todos los cismas, produjo a su vez más divisiones. Los grupos reformados pueden dividirse en tres grandes células: Lost Highway (1997), Mulholland Drive (2001) e Inland Empire (2006). Hay algunos expertos que dicen encontrar la versión más pura de la doctrina en Mulholland Drive, pero el terreno es tan pedregoso que más vale mantenerse alejado de esas discusiones.

Con todo esto, los más astutos no pueden pasar por alto el desfile de lunatismo en estado crítico que tienen que soportar como parte de la Iglesia. Descubren que la famosa toma de Blue Velvet (1986), en la que una cerca inmaculada con rosas perfectas se transforma en lodo hirviente, nos dice una verdad central: detrás de la vida hay gusanos. Todo tiene un límite. Una persona puede resistir hasta cierta cantidad de perversión sexual, violencia gratuita, cabezas cercenadas, ojos empañados, suicidio, pánico, deformación y cualquier otra cosa que quiera usted sumarle al costal. Porque el costal es suyo, no mío. Es usted el que me pidió sostenerle la mano cercenada que se asomaba del bulto. Luego me dio las gracias y le acomodó con mucho cuidado el reloj que permanecía aferrado en la muñeca chorreante, a pesar de que ya no estaba dando la hora correcta.

 




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Juan Ramón V. Mora (León, 1989) es venerador felino, escritor, editor, traductor y crítico de cine. Ganó la categoría Cuento Corto de los Premios de Literatura León 2016 y fue coordinador editorial en la edición XXII del Festival Internacional de Cine Guanajuato. Escribe sobre cine en su blog El hombro de Orión.


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