sábado. 20.04.2024
El Tiempo
Es lo Cotidiano

SPOILEARAMA

Judas and the Black Messiah: el Evangelio según las Panteras Negras

Óscar Luviano

This image released by Warner Bros. Pictures shows Lakeith Stanfield, left, and Jesse Plemons in a scene from “Judas and the Black Messiah.”  (Warner Bros. Pictures via AP)
Judas and the Black Messiah: el Evangelio según las Panteras Negras
Judas and the Black Messiah: el Evangelio según las Panteras Negras


William O'Neal (LaKeith Stanfield) es un ladrón que utiliza una falsa paca del FBI para robar autos. Al ser capturado, el auténtico Bureau le ofrece un trato: si se infiltra en el partido de los Panteras Negras y les pasa información, se olvidarán de los cargos.

Una vez dentro, William conoce al carismático líder de la facción de Illinois, Fred Hampton (un electrizante Daniel Kaluuya), apodado por el siniestro jefe de la CIA J. Edgar Hoover como “el Mesías Negro”, pues parecía llamado a ser el recambio generacional de Martin Luther King. Cuando el infiltrado se da cuenta del que el papel que le demanda el FBI va más allá del mero espionaje, es demasiado tarde.

Este es, más o menos, el resumen de Judas and the Black Messiah (2021), el primer fruto militante de la era post Trump, con una abierta toma de partido (que no elude el didactismo) a favor de los Black Panthers, uno de los grandes lugares comunes que han servido para demeritar las reivindicaciones raciales de las comunidades negras en los Estados Unidos.

En México, la historia del grupo paramilitar se reduce a la foto de Tommie Smith y John Carlos, descalzos y con la cabeza baja, en el podio de premiación de los 200 metros en la Olimpiada de 1968, “arruinando” la gesta deportiva con un acto político.

La tercera película de Shaka King es tanto un acto político como un relato lleno de humanidad, y puede servir como una guía didáctica para que el neófito pueda comprender el funcionamiento y organización de los Panteras Negras, presentados en el filme como una comunidad de estudiantes y militantes que revisaron las propuestas de Martin Luther King y les añadieron la autodefensa y la multiculturalidad. Shaka King usa buena parte de su metraje en mostrar los esfuerzos del Presidente Fred por unir facciones a su lucha bajo su “Coalición del arcoíris”. Grupos tan diferentes como criminales afroamericanos, latinos y nostálgicos de la Confederación (el equivalente de los actuales trumpistas).

Bajo el mando de Fred, los Panteras pasaron de los discursos incendiarios a la acción: repartir desayunos escolares gratuitos y el acopio de músculo y armamento para enfrentar el acoso policiaco. La clave de su éxito está en el título del filme. Su referencia a los Evangelios no sólo alude a la traición y al destino final de Fred; también a la fuerza primordial del Mesías Negro: el lenguaje.

La relación de Fred con la poeta Deborah Johnson (Dominique Fishback) le enseñó a dotar a sus discursos de ritmo y cadencia, en una recuperación de los cantos africanos que el Presidente usó para convocar a sureños, latinos y estudiantes blancos en un discurso que llamaba a la unidad contra el opresor blanco. Esa habilidad para unir facciones antes enemigas le ganó su mote, una larga estadía en la cárcel y la sentencia de muerte. Una sentencia de la que su Judas, William, sería el ejecutor.

Si hay algo que se le puede reprochar a este filme es lo gris que resulta la figura del traidor infiltrado: apocado y cuyo mayor temor era tanto ser descubierto por los Panteras Negras como por las antiguas víctimas de sus robos, poco más que un títere del agente Roy Mitchell (Jesse Plemons), de zafia avaricia. Pasa de negociar su libertad a cambio de sus soplos a cobrar por sabotear la defensa armada de los Panteras, y recibe una gasolinera a cambio de ser la mano que entrega el cáliz envenenado (no es una metáfora) al Mesías Negro, de manera que sea asesinado el 4 de diciembre de 1969, a 20 meses exactos del asesinato de Martin Luther King.

El perfil y las motivaciones de William O´Neal son opacas en un filme donde todo es brillante (Fred, sus discursos, las relaciones dentro de su grupo, la generosidad de sus rivales…) El verdadero O´Neal era poco elocuente: esperó, trabajando en su gasolinera, en la sombra, hasta que un documental televisivo le dio la oportunidad de confesar su crimen (en imágenes que aparecen en el filme), sin que a nadie le importase demasiado.

Es en este aspecto donde el filme desperdicia a su villano: según declara O’Neal en uno de los fragmentos de “Eyes On the Prize 2”, lo que movió a traicionar a Fred no fue el dinero, sino su identificación con Roy Mitchell, el agente blanco del FBI que le daba las órdenes y al que señala como “un modelo a seguir”, si bien el trato que el agente le da es humillante: le regatea el dinero, lo recibe a escondidas en su casa…

Hubiera sido interesante contemplar las lealtades divididas del infiltrado y tratar de comprender qué es lo que hace que un hombre se preste a ser el arma perfecta (ese amigo y hermano aparente) que los opresores usarán contra aquellos que intentan liberarlo.

Judas and The Black Messiah se puede ver en HBO Max.

 




***
Óscar Luviano (Ciudad de México, 1968). Narrador y poeta. Cuentos suyos se incluyen en Nuevas voces de la narrativa mexicana (Planeta, 2003) y en Así se acaba el mundo (SM, 2012). Colabora en diversos medios y publicaciones.

[Ir a la portada de Tachas 403]