viernes. 19.04.2024
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DISFRUTES COTIDIANOS

Disfrutes Cotidianos • Clemency • Fernando Cuevas

Fernando Cuevas de la Garza

Clemency
Clemency
Disfrutes Cotidianos • Clemency • Fernando Cuevas


Empleos opresores

Un par de mujeres con puestos de trabajo distintos comparten la dificultad de llevarlos a cabo, sobre todo por los contextos en que los desarrollan y la manera en que han dominado no solo su tiempo, sino su estado de ánimo. En ambos casos, la caligrafía propuesta enfatiza esta característica opresiva de las actividades cotidianas en que las estructuras parecen inamovibles frente a posibles transformaciones. La vida se pasa de largo, dejando las esperanzas en el camino.

Clemencia inexpresada

En una cárcel donde se encuentran presos condenados a la pena de muerte, una ejecución falla al tardarse más de lo que debería por errores en la aplicación de la inyección letal, provocando mayor sufrimiento y una situación sumamente tensa entre el personal y quienes se encontraban presentes, entre quienes estaba la responsable de la institución como supervisora de todo el procedimiento, busca cómo evitar que vuelva a suceder mientras que su estabilidad emocional se ve afectada, además, por la diaria confrontación con familiares y reos en esta situación.

Particularmente se acerca a uno de ellos (Aldis Hodge, transitando del silencio a la expectativa y de ahí a la sublimación), quien en principio no le dirige la palabra y se encuentra esperando el destino fatal aún, si bien un abogado (Richard Schiff) sigue peleando por su causa, apoyada también por la alcaide a pesar de las discusiones entre ellos, al tiempo que mantiene cierta esperanza y motivación, depositada en su próxima paternidad y en la creencia de que podrá reunirse con su pareja si queda libre y salva la pena capital, como debiera ser de acuerdo con su proclamada condición de inocencia.

Escrita y dirigida con puntual sentido de drama contenido por la realizadora Chinonye Chukwu (corto A Long Walk, 2013; alaskaLand, 2012), Clemency (EU, 2019) retoma el polémico tema de la pena de muerte desde la perspectiva de una directora de la cárcel que va viendo cómo su vida se colapsa entre la impotencia propia para ayudar y los límites de la justicia, por momentos dependiendo de un indulto o un proceso discutible a través del cual se decide la vida o la muerte de un ser humano: los problemas trascienden en la relación con su esposo (Wendell Pierce, comprensivo) y empieza a recurrir a la bebida como evasión tras las duras jornadas laborales y ante su inevitable soledad, apenas acompañada por un subalterno (Richard Gunn).

Alfre Woodard asume con notable fuerza el papel de esta funcionaria del sistema penal que, a pesar de los años, mantiene un sentido de conmiseración no siempre posible de externar, tal como lo muestra su endurecido rostro en cierto momento carente de palabras y totalmente rebasado por la ejecución en turno. La cámara la sigue por los pasillos de la penitenciaría y se posa en esa cara que observa una realidad descolorida y poco iluminada donde predominan los ambientes claustrofóbicos, enfáticamente planteada desde una intencionada fotografía, retratando espacios y personajes desde sus propias limitaciones.

Inspirada en el caso del afroamericano Troy Davis, a quien se le condenó, sin las pruebas suficientes, por supuestamente matar a un policía en Georgia en el 2011, la ficción aquí presentada opta por un discurso que cuestiona pero no determina, que se pregunta y se acerca a los sujetos involucrados, atrapados en un sistema que parece ajeno a los detalles de los cuales, en estos casos, depende la vida de una persona. La angustiante espera de la llamada telefónica cual último recurso para evitar el siniestro ritual de lo último: la confesión guiada por el capellán (Michael O’Neill); la cena elegida, el camino por los pasillos de la muerte, las palabras finales y el dolor de las almas presentes e involucradas, solo físicamente ausentes.

Asistencia acosada

Una joven, interpretada con estoicismo por Julia Garner, desempeña el puesto de asistente de dirección en una agencia fílmica, depositando su expectativa de irse preparando y ascendiendo para llegar a ser productora; la rutina diaria, vista como un pasaje necesario, incluye llegar antes que nadie, preparar café, alimentar la impresora, organizar las agendas, pedir la comida, gestionar los boletos para los viajes, cuidar eventualmente a niños, atender las llamadas telefónicas, contestar correos y otras actividades propias del puesto, entre llegadas de diversos personajes pertenecientes al mundo del espectáculo y ejecutivos que parecen adaptados al tóxico ecosistema laboral.

Pero todo este trabajo cotidiano se realiza en un ambiente laboral no solo enajenante y omiso, sino cada vez más agresivo, empezando por los reclamos o burlas de sus compañeros en plan condescendiente (Jon Orsini, Noah Robbins), siguiendo por la falta de educación hacia ella –ignorada o sin merecerse un gracias-, hasta los recriminatorios mensajes telefónicos o por correo de su jefe que nunca da la cara, a quien debe encubrir, sobre todo frente a su esposa. A sus tareas se le agrega la de capacitar a una joven recién llegada, presumiblemente convertida en una de las amantes del director (Bregje Heinen), como para seguir la costumbre de aprovechar la posición de poder para obtener beneficios sexuales.

La documentalista Kitty Green (Ukraine is not a Brothel, 2103; The Face of Ukraine: Casting Oksana Baiul, 2015, ambos alrededor de la ex república soviética; Casting JonBenet, 2017), debuta en la ficción con La asistente (EU, 2019) con el referente del caso Harvey Weinstein, de claro enfoque feminista-realista y privilegiando una atmósfera opresora, de espacios cerrados y aislantes, entre los que la protagonista siempre parece quedar afuera o sola, atrapada entre puertas ligeramente abiertas que la cámara se encarga de subrayar, incluso cuando se anima a ir al área correspondiente de la empresa para exponer, sin demasiada claridad, el abuso del cual ha sido víctima, solo para darse cuenta que no se trata de una persona, sino de un sistema que opera de esta forma a partir de un pacto machista, no siempre fácil de identificar, tal como lo plantea la manera en la que es tratada la asistente.

La protagonista enfrenta una doble dificultad estructural: el empleo juvenil disponible, que difícilmente corresponde a la preparación y aspiraciones de quienes se encuentran en la zona del primer trabajo asalariado, y la situación de las mujeres en los contextos laborales, en los que se siguen presentando desigualdades salariales a pesar de ocupar puestos iguales a los hombres, además de la mayor susceptibilidad para ser acosadas y presionadas ya sea para ascender o permanecer en la empresa, sobre todo considerando la posibilidad de contar con un empleo que se ha convertido en un bien escaso.

Ante la llamada telefónica solo cabe responder que todo está bien, a pesar de las dificultades e insatisfacciones, incluso olvidando el cumpleaños del padre porque se padece una jornada laboral que parece abarcar todo el tiempo de vida, sin que prácticamente exista el ambiente exterior, salvo para resolver algún asunto del mismo trabajo, y en donde las actividades personales van desapareciendo del mapa, solo para concentrarse en la apabullante y ominosa rutina y, de paso, desarrollar la capacidad de frustración que quizá sea necesaria durante muchos años más.

 

 

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