martes. 16.04.2024
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Nashville reducida a cenizas, de Amy Hempel • Esteban Castorena Domínguez

 

Esteban Castorena Domínguez

Amy Hempel
Amy Hempel
Nashville reducida a cenizas, de Amy Hempel • Esteban Castorena Domínguez

 

En algún lugar leí que Amy Hempel es la reina absoluta del minimalismo contemporáneo. Tal afirmación me atrajo por dos motivos. Uno: nunca había escuchado de esa autora.   Dos: entre las filas del minimalismo norteamericano se encuentran algunos de los cuentistas que más admiro. ¿Qué puedo decir? Tengo una debilidad por los cuentos en los que las sutilezas e implicaciones tienen más peso que la acción misma.

Hempel inició su carrera guiada por Gordon Lish, el polémico editor de Raymond Carver. Lish vio potencial en su alumna y le encontró una editorial para sus primeros relatos. Así fue como Razones para vivir vio la luz en 1985. Desde entonces y hasta la fecha esta autora oriunda de Chicago ha publicado un puñado de libros de cuentos. En 2006  una edición de Cuentos completos recopiló sus primeros cuatro libros.

Esta recopilación, publicada en español por Seix Barral, le valió a Hempel el premio REA, un galardón especializado en cuento y entre cuyos ganadores hay autores de la talla de Eudora Welty, Alice Munro y John Updike. Además, el mismo libro fue finalista del premio PEN/ Faulkner y el New York Times Review of Books lo declaró como uno de los 10 mejores libros del 2006. Amy Hempel es, entonces, una de esas autoras cuya reputación literaria se sustenta sólo en el cuento.

“Nashville reducida e cenizas” es la cuarta historia del primer libro de Hempel. Me interesa desentrañarlo porque ya en esta obra de juventud hay elementos que se volverían recurrentes en sus cuentos. Está ya el gusto de la autora por los títulos que causan cierto extrañamiento, la presencia de los animales como puente (o muro) entre las personas, la convivencia en pareja y la soledad. Respecto al título del cuento que hoy me interesa, pareciera que, como lectores, nos espera un relato apocalíptico, quizás una narración detallada del fin del mundo en la ciudad más poblada de Tenesee.

Nada más alejado de la realidad.

El relato consta del monólogo de una viuda que recuerda la vida con su marido, el veterinario F. Lee Forrest (Flea, como decide llamarlo). Luego de enviudar, la mujer se hace cargo de los animales domésticos que Flea dejó tras de sí. Algunos perros (Nashville, Boris y Kirby), un gato (Chuck) y un estornino.  

El relato está escrito de manera fragmentaria, intercala recuerdos de la vida conyugal con acontecimientos que suceden en plena viudez. Gracias a los recuerdos es que puede construirse un perfil más o menos claro de la vida conyugal. Hago énfasis en el más o menos, pues son precisamente los espacios en blanco los que dotan al cuento de su fuerza.

Sabemos que Flea murió luego de un derrame cerebral que lo dejó en silla de ruedas durante un tiempo. Su clínica veterinaria estaba en una casa justo al lado del hogar conyugal, el hombre estaba complétamente dedicado a sus mascotas y clientes, disfrutaba del entrenamiento que prepara a los animales para trabajar en la farándula y, por si no fuera suficiente trabajo, colaboraba con una revista en la que respondía a los lectores las dudas que tuvieran sobre sus mascotas.

De la narradora, por otro lado, sabemos que fue ella quien puso el dinero para poner la clínica veterinaria de su marido. Ella no es amante de los animales; de hecho es alérgica a los gatos y para poder convivir con ellos debe ponerse inyecciones. Siempre lleva puesto un reloj que perteneciera a su esposo y, a veces, duerme en la cama que fue de Flea.

Esta es la punta del iceberg, como diría Hemingway. Lo interesante es todo lo que queda detrás. Los personajes revelan más en sus actitudes y en sus acciones que en aquello que efectivamente se cuenta de ellos.

Hempel da una voz muy particular a la narradora. A lo largo del monólogo, se percibe cierto resentimiento y enojo. El tono del relato es, por así decirlo, pasivo-agresivo. El epíteto de Flea, como bien señala la traductora Silvia Barrera, significa pulga. De algún modo, entonces, el marido es una plaga. Recordemos que fue la narradora quien pagó por la veterinaria, es ella quien tiene que inyectrase antiestamínico para convivir con los gatos. Uno tras otro, estos reproches empiezan a revelarse. El más importante de todos: Flea daba más amor a los animales que a su esposa. Dicho lo anterior puede ya entenderse por qué el resentimiento de la narradora se extiende a las mascotas que ahora debe cuidar.

Lo interesante del resentimiento es que al mismo tiempo demuestra interés. La narradora amaba a su esposo; por eso usa su reloj y duerme en su cama. No fue correspondida como hubiera esperado, de ahí el enojo y los reproches.

Hempel da los elementos necesarios para que el lector entienda que Flea amaba a su mujer, pero no como ella lo esperaba.

Aquí es donde los animales empiezan a revelar la distancia que había en el matrimonio. Nashville, la perra favorita de Flea, muere de tristeza ante la muerte del dueño, demostró más tristeza que la esposa. Boris, otro perro, empujaba la silla de Flea luejo del derrame, no lo hacía la esposa.

Por último está la fascinación del marido con el entrenamiento de los animales. El adiestramiento es la modificación de las conductas. En algún momento la narradora dice: “¿Qué se siente cuando te esfuerzas por alterar un comportamiento y compruebas que es inútil?”. Hempel deja una serie de indicios que sugieren la homosexualidad de Flea. Recordemos que el matrimonio duerme en camas separadas, además, la única mención que hay de una vida sexual en pareja sugiere más un desfogue físico que una verdadera atracción. De entre todas las preguntas que Flea contestaba en la revista, la narradora menciona una en la que un hombre teme por la homosexualidad de su gato.

 Para rematar, el relato concluye con una escena en la que, de una forma completamente joyceana, la narradora tiene una epifanía sobre aquello que se tiene y cómo se reparte hacia los demás.

“Nashville reducida a cenizas” me parece un relato excepcional porque condensa mucha información en sólo algunas páginas. Los elementos más importantes están magistralmente velados y se van dosificando a lo largo del relato. Hempel, sin duda alguna, tiene un equilibrio entre lo dicho y lo no dicho, entre lo que se muestra y lo que se implica.

 

Si quieres leer el cuento, lo encuentras aquí.

 

 

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Esteban Castorena (Aguascalientes, 1995) es Licenciado en Letras Hispánicas por la Universidad Autónoma de Aguascalientes. Por su trabajo como cuentista ha sido becario del Festival Interfaz (2016), del PECDA (2016) y del FONCA (2018). Su obra ha sido publicada en diversos medios impresos y digitales. Gestiona un sitio web en el que comparte sus traducciones de literatura italiana (http://elmetagrafo.com.mx).

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