jueves. 18.04.2024
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ROADSIDE PROPHETS

Roadside Prophets • Pesera, de Omar Gámez • Óscar Luviano

Óscar Luviano

Oscar Luviano
Roadside Prophets
Roadside Prophets • Pesera, de Omar Gámez • Óscar Luviano

«Roadside Prophets» es una serie de reseñas de libros sobre la vida en Ecatepec, Estado de México. El hecho de que muchos aún no sean escritos no impide leerlos, de la misma manera en que aquí hay casas sin número en calles sin nombre, y la gente las habita y las llama hogar.

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Esta plaquette de poesía editada por la Casa de la Cultura Mexiquense es todo lo que la poesía no debe ser, según las normas canónicas de la poesía bien portada. Se trata de poemas en los que rara vez se reflexiona sobre la condición del poeta, del lenguaje o del mundo, del país, con esa rimbombancia del sinónimo eurocentrista a la que nos hemos acostumbrado, y que en la poesía mexicana se hace pasar por poesía.

En cambio, hay largas enumeraciones de imágenes sin control o cuidado por la rítmica o la eufonía. Nada de citas a las “perras negras” de Paz o a los dardos de Cardenal: aquí las imágenes son concretas como el asfalto. O debe decirse como el concreto mismo, pues no hay nada más en cada imagen que la imagen en sí misma. La carretera México-Pachuca es la carretera México-Pachuca. Una perra atropellada es una perra atropellada.

“Veo una perra atropellada”, dice el poeta. “Veo los dardos de unas varillas en una casa sin acabar”. “Veo a una muchacha comerse una guajolota”. “Veo las monedas que tintinean de mano en mano desde el asiento del fondo hasta llegar el chofer”. “Veo a un hombre en sarape que baja en El Gallo”. Veo esto y ve lo otro. Páginas y páginas de esta guisa, mientras el lector se pregunta: “Bueno, ¿y?”. “Veo los ojos desesperados de los cerdos agolpados tras las redilas de un camión”.

Entonces llegan dos claves para su lectura.  Una son grandes bloques en negro que interrumpen los versos-enumeración. Estos bloques de negrura se extienden, en todos los casos, por una página. A continuación, siguen las enumeraciones. “Veo la nata de humo de la que apenas sobresalen los edificios”. La segunda clave es la aparición intermitente de un verso que, a diferencia del resto, no es una descripción sino un ¿consejo? ¿una sentencia?: “Siempre siéntate detrás del chófer”.

No hace falta mucha sagacidad para comprender, entonces, el sentido de este llamado “poema novela” por su extensión: Omar Gámez describe los largos recorridos de Tecámac (su último lugar de residencia desconocido) hasta Indios Verdes, de ida (5:00 hrs) y de regreso (23:00 hrs). Describe el paisaje y las ruinas que pueblan las avenidas atiborradas y a vuelta de rueda, tal y como las veía desde el asiento del pasajero apretujado detrás del chofer. Los bloques oscuros corresponden a esos momentos en que el sueño le vencía.

Entonces se comprende que los versos, más que suceder, cabecean. Son una forma de resistencia contra la fatiga crónica del outsourcing: Veo y existo, me deslizo de espaldas al acelerador, como quien cae en el embudo del mundo, y sin embargo dejo una huella en todo lo que no me sabe ni le importa. Esa pobre perra, esa mujer con la cubeta llena de tomates, esa chimenea de altas exhalaciones como hilo de vidrio.

Entonces, sin aviso, los versos se terminan. “Veo a un hombre en chamarra pachona que sube. Son dos”, es el último.

Algunos reseñistas, de esa extraña especie que aún disfruta de sobajar los libros de poesía, acusa pereza, falta de lecturas, una poesía que se desintegra en su propia banalidad.

De Omar Gámez se sabe poco: que era auxiliar de todo en un restaurante, que tenía 19 años, que no tenía prestaciones, y que desapareció antes de publicar este libro. Un libro que no termina en la página final del volumen, sino (como se acostumbra en estos tiempos de zafia tecnología, que tanto han horrorizado a Christopher Domínguez) en Internet. En Youtube, para ser concretos.

El título de video pudo ser un verso de “Pesera”: “Se ve a dos asaltantes matar a un pasajero que se hace el dormido”.

En la membranosa foto en tonos de verde que acostumbran las cámaras de seguridad del transporte público, se ve a dos hombres abordar una pesera a la altura de San Juanico. Uno lleva una aparatosa chamarra. Salen las armas. Gritan y golpean a los pasajeros. El video, uno más de este torrente que ya es un subgénero (el de “Asalto a peseras”), se ha ganado más de 10 millones de visualizaciones gracias a un detalle, del que los comentaristas del sitio no dejan de burlarse.

El muchacho que viene sentado detrás del chofer observa a los asaltantes, y entonces se hace el dormido (dicen algunos) o cierra los ojos con fuerza, y se abraza a sí mismo, encogido en el asiento. Siéntate detrás del chofer para ver y para no ver lo que viene.

Una curiosidad: algunos lectores han visto con lupa los grandes bloques negros Y han descubierto, en esa negrura, matices, una filigrana de letras. No se trata de un mero chorro de tinta, sino de palabras sobre palabras, agolpadas, encimadas, encerradas hacia ninguna parte.

Pesera

Omar Gámez

Centro de Cultura Mexiquense, 2020

120 páginas


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Óscar Luviano (Ciudad de México, 1968). Narrador y poeta. Cuentos suyos se incluyen en Nuevas voces de la narrativa mexicana (Planeta, 2003) y en Así se acaba el mundo (SM, 2012). Colabora en diversos medios y publicaciones.

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