miércoles. 17.04.2024
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CON EL DESARMADOR EN LA MANO

Con el desarmador en la mano • ‘Manos’, de Sherwood Anderson • Esteban Castorena Domínguez

Esteban Castorena Domínguez

Desarmador - imagen copia
Tachas 413
Con el desarmador en la mano • ‘Manos’, de Sherwood Anderson • Esteban Castorena Domínguez


Durante la entrega de los premios Oscar el director danés Thomas Vinterberg subió al podio para recibir el galardón por la mejor película en lengua no inglesa. Se hizo del triunfo con Otra ronda, una cinta sobre unos maestros que prefieren pasar el día un poco ebrios y ver si su vida es más llevadera de este modo. Esta vez fue el alcoholismo, pero no es la primera vez que Vinterberg aborda temas escabrosos en su obra. En 2012 La caza retrataba la historia de otro maestro, interpretado también por Mads Mikkelsen, mientras enfrenta el rechazo de su comunidad luego de una acusación de índole sexual.

Casi cien años antes del estreno de La caza, Sherwood Anderson publicó “Manos”, un cuento cuya trama bien podría haber inspirado a Vinterberg para su película. El cuento en cuestión pertenece a Winesburg, Ohio (1919), una colección de relatos en la que el autor norteamericano retrata la vida de un pueblo ficticio de Estados Unidos.

El Winesburg de Anderson es importante por varios motivos. En tanto un lugar imaginario y casi mítico, el pueblo de Anderson es un precursor de otras ciudades literarias como el Yoknapatawpha de William Faulkner, el Santa María de Onetti o el Macondo de García Márquez. La estructura general del libro también representó un punto de partida para otros autores, este libro de Anderson puso en el mapa de la literatura estadounidense la estructura de un ciclo de cuentos; es decir, un conjunto de relatos que se conectan entre sí para lograr una unidad. Si bien los relatos se conectan entre sí, estos pueden leerse de manera independiente, ahí está la gran diferencia que el ciclo de cuentos tiene con la novela. La estructura del ciclo de cuentos la usaría un joven Ernest Hemingway para En nuestro tiempo (1925) su primer libro. Al igual que en Winesburg el elemento unificador es un personaje que vemos crecer a medida que se avanza en la lectura.

Viene bien mencionar el paralelismo entre Manos y La caza, ya que algo verdaderamente destacable del cuento de Anderson es la forma en la que el autor sustenta la narrativa en la corporalidad. En Después apareció una nave (2005), el manual de escritura de cuento de Guillermo Samperio, el autor mexicano destaca cómo Anderson construye al personaje (y su historia) pensando en sus movimientos, en sus ademanes y en su aspecto físico. Anderson construye al protagonista de su relato de un modo muy similar al que usaría un actor para dar vida a su personaje; pensando desde el cuerpo.

Ahora bien, “Manos” cuenta la historia de Wing Bidlebaum, un viejo perpetuamente asustado y nervioso cuya peculiaridad es que siempre gesticula, agita las manos y las frota entre sí. El narrador no tarda en mencionar que Bidlebaum no es oriundo de Winesburg, sino que se mudó hace muchos años y nunca ha logrado integrase a la comunidad. Su único amigo es el joven George Willard (el personaje unificador del libro).

Anderson cuenta la historia intercalando dos tiempos. Por una parte está el presente, en el que se narra una charla entre Wing y George. Lo que ocurre en esta charla sirve de pretexto al narrador para volver en el tiempo y profundizar en el pasado de Bidlebaum y cómo es que llegó a el pueblo.

El narrador advierte: “La historia de las manos de Wing Biddlebaum se merece un libro aparte. Si se expone con simpatía revelará muchas cualidades extrañas y hermosas de los hombres oscuros”. Para el momento en que se enuncia esta frase, el lector sabe ya que Wing no es el verdadero nombre del personaje, sino que le fue puesto por el movimiento de sus manos que parecen alas (wings). En esta cita también están contrapuestas las ideas de lo hermoso, lo extraño y lo oscuro. Destaco la ambigüedad de la palabra oscuro: puede ser que Wing es una persona mala o bien la oscuridad se refiere al hecho de que nadie en Winesburg sabe de su pasado. Con esta frase, Anderson anuncia ya la ambigüedad y la dualidad que se permean en el relato.

 En el presente, la conversación entre los personajes avanza. Las palabras del viejo hacia el joven son como los consejos de un maestro a su pupilo. De pronto, la situación se torna incómoda: “Wing Biddlebaum interrumpió su discurso y miró prolongada y vehementemente a George Willard. Sus ojos brillaban. De nuevo alzó las manos para acariciar al joven y, de repente, una expresión de horror cruzó por su rostro”. Luego de este gesto, el viejo mete las manos en los bolsillos del pantalón, se le escapan unas lágrimas y dice tajantemente que debe volver a casa. Willard deja a ir al viejo, intuye que algo anda mal con él y con sus manos, pero prefiere no saber precisamente qué es lo que pasa.

Al siguiente párrafo, el narrador vuelve al pasado de Biddlebaum, al tiempo en que fue maestro de escuela en Pennsylvania y se llamaba Adolph Myers. Este “otro yo” del personaje es descrito como gentil y destinado a ser un maestro. Adolph pasaba tiempo con sus pupilos, conversaba con ellos y “sus manos iban de un lado a otro acariciando los hombros de los niños y jugando con sus cabezas despeinadas”.

Llegado este punto ya es posible imaginar hacia dónde avanzará la historia de Adolph/ Wing, por qué cambió de nombre y dejó Pennsylvania para llegar hasta Winesburg, Ohio. El autor norteamericano aborda un tabú pero, a diferencia de Samantha Schweblin en Un hombre sin suerte, Anderson no se vale de los conocimientos extraliterarios del lector, sino que va sembrando indicios que perfilan el clímax de la historia.

Es destacable la construcción dual del relato, pues el contraste de elementos siempre es recurrente. Las manos de Wing son su don, pero también son su condena, también se contrastan la culpabilidad o la inocencia del personaje. Estas contraposiciones y su equilibrio son las que dan sentido al final del cuento. Del mismo modo en que George Willard prefiere no saber qué es lo que está mal con Wing, Anderson prefiere no arrojar un juicio concluyente sobre su personaje.

Con indicios ambiguos, el autor conduce al lector hacia una disyuntiva: Wing Bidlebaum es culpable de aquello por lo que lo acusaron y por eso escapó; o bien dejó Pennsylvania siendo inocente pero con miedo por su propia seguridad. Así pues, queda al lector determinar por qué el viejo Wing Bidlebaum llora y se aleja de su único amigo.

 

Si quieres leer el cuento, lo encuentras aquí

 

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