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Reseña • Diego Lazarte: Una extranjera poesía mexicana • José Luis Justes Amador

Diego Lazarte, Calaveras retóricas - Portada
Diego Lazarte, Calaveras retóricas - Portada
Reseña • Diego Lazarte: Una extranjera poesía mexicana • José Luis Justes Amador

 

Los verdaderos poetas, y Diego Lazarte es uno de ellos, saben que “todo es poetizable”, que “todo a tu alrededor se puede representar y comprender a través de la dependencia a la poesía”. Lazarte espera al último poema, significativamente titulado “Fe en la poesía”, para explicitarlo, para explicar (nos/se) las pocas certezas detrás de su escritura. Una escritura que, siguiendo una de las ideas principales en las que se basa toda poesía moderna, es, sobre todo, la constancia verbal de una visión. Lo asombroso en “Calaveras retóricas”, el título del libro de Diego, es la naturaleza de su visión.

Un poeta peruano viaja (viajó hace un tiempo) por México. Supongo, sólo nos es dado suponer con un poeta, que algo llamó la atención del viajero, que algo atrapó la visión del poeta. Y, como Lazarte cumple con la verdad asumida de poder convertir en un poema casi cualquier cosa, de esa experiencia, de ese modo de mirar y mirarse nacen unos poemas que son al mismo tiempo mexicanos y extranjeros, al mismo tiempo propios y ajenos. Como en otros poemarios anteriores, como el más que recomendable “Diario de Navegación”, Diego se enfrenta con la palabra a la extrañeza que le supone el mundo para convertirlo en una experiencia verbal para su uso y nuestro disfrute.

Y si era en el último poema donde explicitaba su poética es, precisamente en la primera estrofa del primer poema, donde Lazarte deja claro los modos en que escribirá. “El océano Pacífico / Ese viejo vouyerista / Verde de plancton y arrechura, / Mi compinche”. En esos cuatro versos se mezclan perfectamente la comunión sincera del poeta con lo que ve (el océano como compinche), la mirada (vouyerista) y la combinación de elementos de ámbitos diferentes (plancton y arrechura). Precisamente en esta última combinación es donde el mayor recurso de Diego aparece una combinación constante de la naturaleza, casi siempre disparadora del poema, de la vida cotidiana, las impresiones del viaje, y la alta cultura, que aparece en forma de nombres y referencias, utilizadas no como demostraciones sino asumidas vitalmente.

Y en este tiempo en que muchos poemarios no son sino conjuntos de poemas reunidos casi al azar “Calaveras Retóricas” es, dicho como elogio por supuesto, un poemario perfectamente construido unitario en sí mismo y en sus propias divisiones. “Narcocorridos”, la primera parte, se centra en “la muerte con ojos de coyucos” aunque al poeta le delaten sus andares. Es en esta parte donde los hallazgos verbales brillan: “el desierto de Sonora y Gomorra”, “los hombres ziploc”, “corazones de corajina”. Lazarte, desde su mirada ajena, presenta de un modo nuevo, con palabras nuevas, la realidad cotidiana del norte del país. Y, también en esta primera parte, aparece un tú que puede ser, alternativamente o quizá al mismo tiempo, el poeta o el lector. “Y tampoco te malacostumbres / A los sucesos inesperados / A los giros maravillosos. / Recuerda que la poesía / Hace el checking. / Que puede llevarte a casa / O devolverte al desierto”.

La segunda parte del libro “Lotería” combina el juego popular con unas cartas / poemas en las que sólo existe la muerte bajo sus múltiples denominaciones. Y con esa combinación lazartiana de referencias en un todo unitario “Y quieres acercarte a esa flaquita / Flanqueada de viejos verdes y poetas. / Y se te vuelan los plomos de celos. / La Malquerida polveándose los pómulos / De buganvilias o cruzándole las piernas al invierno. / Pero levitas hasta encenderle un cigarrillo”. Del norte seco y mortecino, en ambos sentidos de la palabra, el poeta nos ha llevado a la muerte como amiga, como conocida, como carta de lotería. Para en la tercera parte llevarnos a “Antros & Pulquerías”, una parte que se encuentra resumida perfectamente en la primera estrofa: “Ernest Hemingway / Dejaría el bulevar Saint Germain / Y los cafés parisinos. / Olvidaría la persecución del merlín / Por un curado de piñón / Y compraría un sombrero de charro / En Garibaldi / Pero la soledad es la misma”. Si Hemingway y Saint Germain están aquí por la cultura, el curado de piñón y el sombrero de charro lo hacen por la cotidianeidad, llega al final la realidad para cerrar con esa “soledad” que siempre “es la misma”.

Es en la cuarta parte donde el poeta más que hacia afuera dirige su mirada a sí mismo, a su realidad cotidiana, la poética, una realidad en la que ambos países se entremezclan y lazarte camina entre la súplica y la afirmación, entre la duda y la necesidad. Llegando incluso a advertirse, o quizá a nosotros: “Pero ándate con cuidado / No te distraigas tanto” porque “No vaya a aparecerse / La calavera de Vallejo”, versos en los que combina magistralmente ambas naciones, el Perú y el México que le han dado este poemario y que quizá, como señalé al principio, le / nos devuelvan la “fe en la poesía”.

Y el poeta, como los verdaderos poetas no puede evitar dudar de su propia labor, del futuro de su labor. “Y no sabré si regresar al Perú, / a la seguridad de los recitales, / o dejar la poesía para siempre”. Diego Lazarte, entre la afirmación y la duda, algo que comparte con tantos de los grandes poetas y que Josipovici llamo “certeza y sospecha”, deja en “Calaveras Retóricas” un gran poemario que logra que el lector, asombrado por la nueva visión, revisión y reescritura de realidades mil veces vistas, vuelva a tener algo que, a falta de mejor nombre, llamaremos “fe en la poesía”. Una fe que Lazarte tiene, y nosotros en él y con él.



 

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