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SPOILERAMA: RESEÑAS DE UN SEÑOR QUE YA VIO EL JUEGO DEL CALAMAR SIN HABERLA VISTO

Spoilerama Las series mexicanas en cinco tro(m)pos • Óscar Luviano

Óscar Luviano

Luis Miguel, La Serie - Fotograma de la serie
Luis Miguel, La Serie - Fotograma de la serie
Spoilerama Las series mexicanas en cinco tro(m)pos • Óscar Luviano

 

La consecuencia más notable de la nutrida oferta de plataformas de eso que se llama streaming, es que cada una de las principales se ha dado a la tarea de realizar “producciones nacionales”. Amazon, Netflix y (en menor medida) Sony y Apple TV han lanzado diversos títulos escritos y filmados para nosotros, ese evanescente target de la audiencia mexicana.

Sin menospreciar los títulos meritorios (la docuserie Las tres muertes de Marisela Escobedo (2020) de Netflix y el fascinante retrato de Juanga en Hasta que te conocí de Disney), creo que el gran conjunto de las series nacionales comparten una serie de características, de recurrencias temáticas y de estilo que, por una parte, no pintan un escenario alentador y, por el otro, hacen sentir al espectador que si ha visto una las ha visto todas (lo que no necesariamente implica un fracaso en nuestro contexto).

1. Telenovelitas

Sería el término más adecuado para el conjunto de estas producciones: no en balde uno de los títulos más exitosos de Netflix fue La casa de las flores (2018), pero sólo en su primera temporada, y gracias a las presencia de Verónica Castro. Una vez que la protagonista de Los ricos también lloran y otros títulos insignia del género telenovelero partió, también se fue el interés de aquellos que lo consumían de manera irónica o sincera, por nostalgia o porque estaba en tendencia.

Las series mexicanas aspiran, pues, a clonar el éxito de Cuna de Lobos o de María la del Barrio, y para hacerlo (a falta de Vero o de Lucía o de Thalía) clonan el estilo y los valores de aquellos clásicos.

2. La casta está a salvo

Aunque Todo va a estar bien (2021) hace uso del lenguaje inclusivo, el trato que da a sus personajes racializados es clasista: se trata de morenos destinados al servicio doméstico, a los cuidados y a la ilustración de los vicios sociales. Desde luego, esto se retrata como la fuerza de la gente humilde ante la adversidad, pero termina por reafirmas que, mientras los personajes blancos viven odiseas emocionales, sus chachas y chalanes están ahí para demostrarnos que los realizadores están comprometidos con el otro México, pero dándole el mismo tratamiento que en Marimar.

3. Softporno empoderado

Como estamos en el siglo XXI y los ejecutivos del streaming saben que lo woke y el impuesto rosa terminan por rendir dividendos, títulos como De brutas, nada (Amazon) y Amarres (HBO) están protagonizadas por mujeres empoderas, que no dudan en autodenominarse feministas. Aunque la protagonista de Brutas tienta con lenceria a su roomie para que deje de fingir ser gay, y la de Amarres sucumbe ante los encantos de un agente de seguros (a los treinta segundos) y tras follarlo en la cama del hospital donde yace vendada tras un accidente, le firma la renuncia a una póliza que le garantizaba una indemnización millonaria.

Ambas situaciones podrían leerse como declaratorias de que no importa cómo nos denominemos: al fin y al cabo estamos siempre expuestos a tropezar con la misma piedra. Sin embargo, queda claro al ver ambas series que el empoderamiento femenino es una estrategia para captar a cierto público femenino y conservar al de siempre con el añadido de eso que las telenovelas no podían hacer en televisión abierta: softporn, pero tapadito.

4. Multiusos

Quizá lo más doloroso de ver series mexicanas es que se le notan los hilos de los que tiran los ejecutivos de las plataformas, en su deseo de crear objetos que capten a más de un target. Algo que como estrategia de negocio no está mal, pero que termina por brindar relatos que chirrían.

El ejemplo más extremo de esto es la subtrama del trío adolescente en Somos. (Netflix), retrato de una espantosa masacre del narco, y que destina gran parte de su tiempo en pantalla al mostrar la relación a tres bandas entre la chica nueva, el morro enamorado y el bato que se teme homosexual. No es solo que los actores que los encarnan carezcan de algún carisma: es que se trata de una trama de Rebelde metido en un episodio de Narcos.

5. La memoria inofensiva

Además del solaz con el softporno heterosexual y el uso indiscriminado de lenguaje altisonante (uno se cansa de la repetición de güey, pendejo e hijo de la chingada como recurso para hacer de los diálogos de piedra algo parecido al lenguaje popular), otra de las pretendidas libertades de las que se enorgullecen nuestras series es su revisionismo de la memoria reciente.

El ejemplo más abundante son las series que prometen decir toda la verdad acerca de personajes del pop de finales de siglo pasado, con Luis Miguel (Netflix) a la cabeza. El torrente de bioseries que se han dado desde la primera temporada de la de Sol a la fecha es incontable (Alejandra Guzmán, Paquita la del Barrio, Bronco, Blue Demon…), y en todos los casos (por la participación de los protagonistas o de sus familias, o por temor a las demandas) el factor Ventaneando de todas estas series es nulo (aunque el chisme es la razón por la que se ven, ese que revele el lado oscuro de las estrellas). Y cada una de ellas es tan desabrida como inocua.

Este repaso de la memoria como una confirmación del lugar común de la historia es también efectivo en las series sobre hechos recientes: el magnicidio de Colosio, la extraña muerte de Paulette, la masacre de San Fernando… que casi podrían pasar por infomerciales oficialistas que confirman lo concluido en su momento. Si bien se venden como todo lo contrario.

Las series han llegado para dejar las cosas como estaban. Y tal vez eso es lo que queremos de la televisión.

 



 

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