jueves. 18.04.2024
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Un viaje entre el LP y el iPod • Liz Espinosa Terán

Liz Espinosa Terán

Liz Espinos Terán - Un viaje entre el LP y el iPod
Liz Espinos Terán - Un viaje entre el LP y el iPod
Un viaje entre el LP y el iPod • Liz Espinosa Terán

Nacimos sin internet, en nuestra infancia el correo nos forzaba a esperar semanas para recibir una carta de papel con una tipografía que era el rostro entintado del corresponsal, a veces ilegible. Un sistema de mensajería involucraba a una persona que llevaba ‘recados’ y paquetes de un lugar a otro. Escribíamos con plumas y lápices, conversábamos en presencia de los interlocutores o escuchábamos su voz al teléfono.

Las fotos se sacaban de 24 en 24 y uno tenía que esperar el revelado para poderlas desechar si no pasaban la autocensura. Teníamos que ir al cine o conformarnos con las películas que programaban en la televisión abierta. Para disfrutar de la música íbamos a conciertos y sólo podíamos comprar los boletos en taquilla. También la escuchábamos en casa con un reproductor de discos LP y casettes o la radio del auto. Nacimos en otro mundo.

Un disco LP era un bien precioso y delicado, se podía rayar u ondular con facilidad generando unas versiones alternativas a la música original poco deseables. Los discos tenían un lugar en el librero y una buena colección podía ocupar varios metros. Algunos sólo se conseguían de importación y era necesaria una peregrinación a una tienda especializada para comprarlos. Allí te atendía un ser humano, por lo general melómano, que te recomendaba alguna versión o te hablaba de las novedades. Ir a la tienda era todo un paseo, una buena manera de pasar una tarde lluviosa mirando toda la música que uno deseaba tener pero no podía.

Los discos se buscaban, se sacaban, se tocaban, había algo erótico en el hecho de manosearlos e imaginar qué tendrían dentro. Como venían envueltos en plástico siempre nos generaban la duda, hasta comprarlos, de qué tan completa sería la información del papel o folleto que llevaban dentro. Los que nacimos sin dispositivos electrónicos personales sabemos que todo ese esfuerzo para poseer la música, pasar las yemas de los dedos por los surcos del plástico y cuidar que la aguja caiga en el lugar preciso potenciaba el placer de la escucha.

En este mundo afortunado aún podemos tener experiencias intensas que involucren más que el sentido de la vista y del oído, que son los que normalmente se estimulan a través de un dispositivo electrónico. Una experiencia musical en vivo es rica en significados, no sólo por la música que escuchamos: vemos los instrumentos, cuándo están tocando, qué nos dice el lenguaje corporal del intérprete y cómo retumban las vibraciones en las entrañas. Escuchar música en vivo es un acto comunitario en el que el público se involucra con el artista, convive con otros seres humanos y ejercita durante dos horas su tolerancia de forma cordial o cuando menos ordenada. Por más fotos y videos que se puedan enviar a través de una app, nunca caerán más sabrosos que un abrazo.

Por más música que podamos almacenar en un dispositivo electrónico, jamás su escucha nos dará el placer del sonido vivo, de la cascada de vibraciones que se desprenden ante la presencia de un instrumento, aun cuando su intérprete sea mediocre. Tenemos el poder de elegir cómo escuchar. Las experiencias musicales más intensas requieren un esfuerzo, pero vale la pena. Cuando la oferta cultural nos brinde música en vivo, no perdamos la oportunidad de experimentarla.

Nosotros, los que tenemos entre 40 y 60 años, somos los eslabones perdidos entre el LP y el iPod, los que disfrutamos de aquel mundo y disfrutamos también de éste; los últimos en testimoniar a aquél con plena conciencia de que era placentero: ni mejor, ni peor. Nosotros necesitamos enseñar a los más jóvenes que participar en un acto comunitario y artístico llamado concierto, es la mejor y más significativa forma de escuchar música.




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Liz Espinosa Terán. Compone y escribe. Lo que más disfruta es hacer música original para cine, video o para instalaciones artísticas. Este texto pertenece a la serie: Con Ton y Son.


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