sábado. 20.04.2024
El Tiempo
Es lo Cotidiano

CUENTO

Cuento • Plañidos del vacante • Alejandro Ariceaga

Alejandro Ariceaga

Alejandro Ariceaga
Tachas 453
Cuento • Plañidos del vacante • Alejandro Ariceaga


Cuando uno pierde la frecuencia de estar enamorado, está canijo. Hay voces que no sirven para nada, cantos y todo, con vacío.

Cuando uno tiene el amor vacante y no sabe dónde ponerlo, el amor se pone sus ropas olvidadas y se va por ahí, como un soplo que apesta de tan triste, que hasta los zapatos y los cabellos quisieran abandonarlo a uno.

Cuando uno no sirve para poner caricias temblorosas en los hombros, en cada milímetro de piel, en cabellos alterados, está de luto.

Por entonces se le ponen a uno las tardes largas, los ojos brilladores y la sonrisa mortecina. A uno le da fiebre sin querer. Uno quisiera comer bocanadas de sexo. Uno va como nube perseguida, como leche que hierve... Y aunque uno tenga humor sin impaciencias, la cosa no se lleva.

Lo de veras más triste, casi lo peor, es cuando uno tiene la soledad abandonada, y los insectos de la sangre bullen, y los ojos no atinan a poner una mirada firme, y las piernas se oscurecen de abandono, y el pensamiento también abandonado.

Entonces uno debiera convertirse en agua, en gotita veleidosa, en miligramo de rocío, en charco, para soltar una tristeza que humedezca al mundo... Uno debiera ser bostezo de niño, aroma de recién bañada, trino ancestral, pie de espuma, hoja cualquiera...

Y así las cosas, lo mejor es volver a enamorarse, encontrar los ojos que se parezcan al sueño más estrepitoso, y hasta beberse una copa de rompope.

Y esto sucede con frecuencia: uno anda, vale decir, de grito en pecho. Como si no se diera cuenta nadie. Con una esponja inmensa. Sin una sola calma. Una garganta en medio sustrae todo lo que se puede y nada de las costillas, nada de los retazos de piel, ¡nada!, ni la vejiga ofrece resistencia.

Entonces pueden partirlo a uno en pedacitos y uno puede hacer solamente nada: solamente los ojos de uno y algunos pensamientos - casi muy pocos, casi una brizna, un cachito de espina - habrán de hacer recuento. Lo demás ya puede retiñir, hacerse ruido, o una lonja asesina que se divierta a gritos, o un serpentín macabro puede lanzarse al aire. 0 lo que quieran. Y si quieren saber, a veces se anda de punta, el alma convertida en una aguja. Que nadie intente despedazar, entonces, el horizonte de uno (muchos demonios indecentes pudieran protestar). Sólo se va uno abriendo un poco el pecho. Valga la observación.

Lo mejor es cuando uno deposita cargas de amor en un seno caliente. Todo palpita abajo de la piel. El sol, la lluvia, las hojas salpicadas, la tarde, la hora del cine, el trayecto en autobús, todo se muestra en importancia. La sonrisa se le pone a uno en las mejillas, los zapatos brincan solos de tan a gusto. Es una sensación de no Ilevar nada puesto, ni una hormiga. Y entonces sí, señores, señoritas, ciudadanos en general, ¡que se enciendan las luces!, ¡que todo sea en caliente! ¡En momentos así puede tronar el mundo! ¿Qué les puede pasar a dos enamorados?




***
Alejandro Ariceaga (Toluca, Estado de México, 1949-Barcelona, España, 27 de septiembre 2004). Hizo periodismo cultural desde los 60 (Revista Mexicana de cultura de El Nacional, La cultura en Mexico de Siempre!, El Universal, El Sol de Toluca, Rumbo del Estado de Mexico, cAmbiAvíA, y otros periódicos y revistas). En 1983 funda el Centro Toluqueño de Escritores que coordina durante catorce años. Ha sido Jefe del Departamento de Literatura y Jefe del Departamento de Ediciones del Instituto Mexiquense de Cultura. Entre sus libros publicados están Cuentos alejandrinos (1968), Clima templado (novela, 1983), Ciudad tan bella como cualquiera (relatos, 1983 y 1985), Bustrófedon y otros bichos (cuentos, 1995) y Placeres (textos, 1996). Es autor de las antologías Estado de México, donde nadie permanece. Poesía y narrativa (CNCA, 1990) y Literatura del Estado de Mexico. Cinco siglos, tomos l y II (Gob. del Edo. de Méx., 1993).

[Ir a la portada de Tachas 453]