martes. 16.04.2024
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¿Qué puta andará triste hoy?

¿Qué puta andará triste hoy?

Quienes me conocen saben que soy un diletante, un aficionado y nunca un profesional. Nunca engolaré la voz para hablar o leer el texto del escritor que me gusta. Yo antepongo el disfrute. Ahora que fallece Gabriel García Márquez no haré ni un panegírico, no me rasgaré las ropas ni echaré ceniza en mi cabeza. Por supuesto que lo leí, por supuesto que en algún momento me gusto y, claro, pensé que era lo mejor que había leído al cerrar el libro. Hasta que hubo alguien que me enseño a ver los textos de otra manera. Regresé a leer aquellas cosas que me gustaban e imaginaba que podrían pasar el tamiz que me habían enseñado usar.

Para acabarla de fregar, la revisión empezó con doce cuentos peregrinos. La desilusión fue tal que no lo pude soportar; a todos esos talleres a donde había asistido y en los que se alababa sin chistar a quien llamaban Gabo, como si lo conocieran, presenta en sus cuentos todos los errores que allí señalaban. Terminé por desistir de creer que en ellos había algo serio. Cientos de inconsistencias, todas justificadas por sus seguidores como parte de un realismo mágico. Podría ser. Es más, puede ser, porque yo no entiendo tal concepto. No pude volver a tomar en serio un taller donde sólo ofenden o alaban al sujeto y pierden de vista el texto. Pensé, también, que leí al escritor con algo de mala leche.

Sin embargo me encontré con sus textos periodísticos. Los descubrí sorprendentes. Sólo tenía en contra algo que al pasar del tiempo entendí: eran de una posición política claramente de izquierda. Había un compromiso al escribir, al contar una historia. Habrá quien crea que esto sea bueno; otros lo condenarán. Para mí es escritura, tiene muchas cosas que me siguen gustando, y otras tantas que ya veo con otros ojos.

Mientras crecía fui leyendo otras cosas. Sólo he logrado atisbar en una ignorancia perpetua dentro mí. Siempre deseo una historia nueva, una imagen disímil, un sonido distinto. Cuando regresé a la gran obra de García Márquez ya no la vi espléndida, como cuando era un adolescente. Su tono me sonaba hueco, varias frases grandilocuentes, la trama resuelta con varios deus ex machina, tolerados por la idea de que es mágico… que estamos frente a un realismo mágico.

Después de todo esto, de mostrar esta apariencia tan ruin contra un escritor que logró ser leído por una miríada de personas diversas, pero que disfrutan de sus textos como único punto en común, no puedo decir más que si lo disfrutan, léanlo. Pero no por su imagen de vaca sagrada, o porque eso es lo que el promotor de lectura conoce. Léanlo por simple placer; puede ser que no les pase lo que a mí.

La parte que me llama la atención es la necesidad de enfatizar que se tiene una relación con el autor y no con la obra. Supongo que la inmortalidad la da la obra, no el sujeto que la creó. Ese humano que nos contó historias, buenas o malas, ya falleció. Por lo menos, a mí no me interesa la vida de los autores; disfruto o no leerlos, ver sus obras, escucharlas. Me parece mezquino tratar de atrapar un poco de atención publicando que sufrió, si engaño a su mujer o golpeaba a sus hijos. Entiendo la cuestión noticiosa: se busca vender o que el anunciante tenga distribución.

Todos moriremos; no podemos conservar a alguien por mucho que lo queramos o idealicemos. Entiendo que quienes convivieron con él estén dolidos. ¿Pero por qué anunciar que se está de luto porque ya no habrá más historias del autor, si ya no las había desde hace algunos años?

A veces, callar logra que nuestro reconocimiento sea creíble.