martes. 23.04.2024
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GUÍA DE LECTURA 439

Tachas 460 • Fausto, de Johann Wolfgang von Goethe • Jaime Panqueva

Anton Kaulbach, Faust und Mephisto
Anton Kaulbach, Faust und Mephisto
Tachas 460 • Fausto, de Johann Wolfgang von Goethe • Jaime Panqueva

Uno de los profesores más queridos en mi adolescencia hacía un chiste con las últimas palabras que se le adjudican a Johann Wolfgang von Goethe, pronunciadas según los testigos el 22 de marzo de 1832. “¡Licht! ¡Mehr Licht!”, se supone que dijo; lo que traduce en buen romance: Luz, más luz. En su chiste, el profesor Popelka hacía burla de un posible acento suavo del poeta y, más allá de especulaciones sobre su irónica entrada al más allá o su deseo inagotable de conocimiento (iluminación), lo hacía quejarse del incómodo colchón que le tallaba el cuerpo desde hacía días. Quizá este no sea el mejor inicio para una reseña sobre su gran obra, La tragedia de Fausto, escrita en dos partes a lo largo de sesenta años de trabajo literario, pero quizá sí para recalcar la importancia de este escritor en la literatura en lengua alemana. No a cualquiera se le siguen haciendo chistes cientos de años después.

Según múltiples estudios, Goethe, que vivió hasta los 82 años, comenzó a pergueñar sobre la leyenda ya puesta en escena por el inglés Marlowe a finales del siglo XVI (ver guía 435) entre 1773 y 1775, y publicó un fragmento versificado en 1790. Esperaría hasta 1808 para publicar la primera parte. El resto de su vida trabajaría en la segunda.

Al igual que la versión inglesa predecesora, Fausto está concebido como obra teatral que abarca más de 12.000 versos. Esta desmesura dificulta su puesta en escena y hace mucho más disfrutable su lectura. Su extensión y variedad ha hecho que algunos críticos afirmen que si se destruyera toda la poesía escrita, podría reconstruirse a partir del Fausto de Goethe, que además es la gran obra moderna de la lengua alemana, equivalente a los dramas del Shakespeare para el inglés, o el Quijote para nuestro español.

Perdone el lector que cierre estas breves líneas con una infidencia; mientras la tragedia Marlowe, y en general la totalidad de las obras derivadas de la historia, finalizan con la condenación del alquimista, Goethe se inclinó por la redención de su protagonista, cuya alma es rescatada por ejércitos celestiales, ante la indignación de Mefistófeles que esgrime el contrato firmado con sangre.

Hemos arrancado del mal
a un digno miembro de los espíritus:
«Quien siempre aspira y se afana,
a ese podemos salvar».

El final en triunfo, omitido en todas las representaciones contemporáneas, simboliza la victoria del héroe mitológico sobre la oscuridad del alma. La vida vuelve a burlar la muerte o la nada, anhelo humano que el poeta decía encarnar: “Mi obra es la de un ente colectivo que lleva el nombre de Goethe”, escribió alguna vez. Quizá ese mismo destello de luz  lo reclamó el alemán con sus últimas palabras.

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