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EL HOMBRO DE ORIÓN

Tachas 467 • Das weiße Band — Eine deutsche Kindergeschichte (Michael Haneke, 2009) • Juan Ramón V. Mora

Juan Ramón V. Mora

Das weiße Band - Fotograma de la película
Das weiße Band - Fotograma de la película
Tachas 467 • Das weiße Band — Eine deutsche Kindergeschichte (Michael Haneke, 2009) • Juan Ramón V. Mora

Hay algo podrido en el pueblo de Eichwald. Un narrador sin nombre nos cuenta que en esta aldea alemana ocurren una serie de eventos extraños. Crímenes, atrocidades, supuestos accidentes… las anomalías se suman e irrumpen lo que parecería una comunidad bucólica —justo el tipo de sociedad rural que el oscuro ingeniero agrónomo Heinrich Himmler idealizaba.

 La primera escena nos muestra el acontecimiento que, según el narrador, desató la serie de calamidades que azotaron a nuestro Macondo germánico: un cable de acero, delgado pero firme, tendido intencionalmente para derribar un caballo. Tan fino que casi no se veía, el cable es similar a la técnica de Haneke, quien nos enfrenta con gran sutileza a una miríada de temas densos como sangre coagulada.

La severidad y la frialdad del ambiente no sólo se observa en la sucesión de escenas inquietantes. La tipografía y el silencio de los créditos nos internan ya en un tono de fábula oscura. El ritmo sosegado, los encuadres, los matices de la monocromía, nos sumergen en una realidad intensificada. Esto lo confirman las primeras palabras del narrador: "muchas preguntas aún no tienen respuesta". Como todos los cuentos de hadas, Das weiße Band está compuesto de un poco de invención y de un poco de olvido. Se trata de una película que transcurre en territorio mitopoético. Lo inexplicable sólo puede ser asimilado por el lente del arte.

Uno de los temas es la prevalencia del abuso infantil, un hecho aceptado y promovido entonces como ahora. Los niños son la clave, como nos sugiere el subtítulo. El mundo agrario-conservador asume muchas veces que los niños no son más que mano de obra barata y servidumbre doméstica para los mayores —apenas mejores que los animales, ciertamente dignos de ser tratados como tales.

En este cuento los adultos no tienen nombre, sólo se les conoce por su ocupación (El Pastor, El Médico, El Maestro…). La dinámica de los castigos corporales y psíquicos, la brutalidad de la jerarquía autoritaria que no ofrece ningún desahogo, se nos presenta nítida en la relación del Pastor con su familia. Lo que la psicóloga Alice Miller llamó "pedagogía oscura" es ejercida con mano de hierro en todos los aspectos de la vida. En una escena vemos cómo uno de los hijos del líder espiritual tiene que ir él mismo por el garrote con el que va a ser torturado. "Los golpes me dolerán más a mí que a ustedes", dice el Padre. Esta mecánica es sólo una muestra a pequeña escala del ambiente que penetra todas las capas de la sociedad —no recuerdo otra película en la que vuelen tantas bofetadas. Cada quién conoce su lugar en el mecanismo, y éste es inamovible: primero está Dios, luego el Emperador, el Barón, el Pastor, el Médico y debajo de ellos todos los demás. El narrador dice en algún momento: «nos manteníamos unidos por la creencia de que la vida en comunidad era voluntad divina». No hay escape alguno.

La pericia fílmica de Haneke introduce, en forma de elecciones estéticas inobjetables, otro de los temas centrales de la película, sugiriendo un matrimonio absoluto entre forma y fondo que es propio de las obras maestras. Me refiero al concepto de "pureza" como origen del mal. Además de los azotes y bofetadas, el Pastor les ata a sus hijos una cinta blanca en el brazo, según él para significar la pureza que han perdido. Esta "pureza" claramente es un abuso de la semántica, y la cinta en el brazo bien podría tener estampada una svástica. Cabe recordar que la búsqueda de pureza en este mundo es insensata y muchas veces mortal. La mayor parte de las veces esta búsqueda necia es llevada a cabo por niños eternos adoctrinados en una u otra ideología (política, religiosa, del tipo que sea) que se consideran jueces ungidos por una autoridad suprema para discernir quién merece castigo y quién recompensa. Desde Dios hasta los niños, todos aquí parecen jugar una trama lúgubre de sadomasoquismo sin sentido. No podemos estar seguros del origen del mal ni de su última autoría; en cambio los delitos y las expiaciones (¿arbitrarios todos?) no cesan.

No es hasta que las atrocidades alcanzan al hijo del Barón que las cosas comienzan a tomarse en serio, muestra sucinta de que el Ancien Régime sigue vivo y fuerte en este universo, con todo su rigor esclerótico. Esta comunidad de castigadores vocacionales crea una atmósfera de culpa colectiva que vemos con técnica impecable en la escena donde el Barón reúne a la comunidad para esclarecer quién ha torturado a su hijo. "Están entre nosotros", dice el Barón, mientras la cámara se toma su tiempo para enfocar varios rostros de campesinos envejecidos. En un nivel muy superficial, Das weiße Band es un whodunnit sin solución imaginable. ¿La culpa colectiva diluye o empeora la situación? ¿Es Dios el último culpable?

Cuando las potencias naturales sin control (que podemos contemplar de forma sublime en las muchas tomas del bosque nevado, el viento y la vegetación como omnipresencias aciagas) le rasgan los ojos al habitante más vulnerable de Eichwald, dejan también anotadas en un papel las bestiales palabras del Éxodo: «Soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación». Esta visión primitiva y atroz de la justicia es la que prevalece en los buscadores de pureza; también es su propia condena.

Las referencias bíblicas abundan. En una escena vemos, por ejemplo, una recreación de la envidia primordial narrada en el capítulo 4 del Génesis, cuando uno de los hijos del Administrador trata de asesinar al hijo del Barón. Estas referencias sugieren una visión cíclica del tiempo propia de los relatos míticos —incluyendo a la Biblia. La barbarie, la violencia, el despotismo y el abuso se heredan y se repiten en una rueda sin fin de salvajismo. El mal se contagia como si fuera una enfermedad del alma, penetrando por las grietas de un mundo que creemos ser capaces de explicar racionalmente. El carácter abismal de la culpa compartida nos pone en la difícil situación de recurrir a potencias sobrenaturales para dilucidar lo que sólo parece explicable si asumimos la presencia de entidades capaces de poseer a receptores sensibles. Esto explicaría, por ejemplo, que una de las niñas del pueblo tuviera un sueño premonitorio sobre uno de los eventos insólitos que marcan nuestra historia. "¿Pueden los sueños hacerse realidad?", pregunta.

Lo absoluto es inhumano. Nuestra realidad es contradictoria y compleja. En el mundo de Das weiße Band se nos presenta claramente una disyuntiva: ¿ser libres o estar seguros? En esta burbuja inexorable el individuo siempre debe estar supeditado a la comunidad (estado, nación, familia, da igual) y con esto supuestamente se conjuran los miedos y peligros inherentes al caos de la existencia. Pensar así no sólo es erróneo: es peligroso en extremo. Desde el fascismo hasta el terrorismo actual, todos los perpetradores están envueltos en esta dinámica de valores totalizantes.

A pesar de su ambigüedad oscura y la crueldad que demuestra con precisión inflexible, Haneke propone una salida. En el centro de todo, la salvación proviene del amor y la belleza. La relación entre el Maestro y la Institutriz es un núcleo de ternura redentora en medio de la bola de nieve. No sólo el amor de pareja, también el parental ofrece una salida. La esposa del Barón, hacia el final de la cinta, habla por todos cuando le dice a su marido: «Nos vamos de aquí. No lo soporto más. Me voy porque no quiero que mis hijos se críen en un ambiente dominado por la envidia, la apatía y la brutalidad. Estoy harta de la brutalidad, las amenazas y las venganzas perversas». Un tercer tipo de amor, el propio, obliga a la partera del pueblo a escapar de Eichwald en bicicleta ¡Huyamos todos!

Al final de la trama se anuncia que el Archiduque ha sido asesinado en Sarajevo. El narrador nos dice: «había mucha expectación, como al principio de un viaje. Todo iba a cambiar». Parecería casi una esperanza, una estrella titilante en la oscuridad visible del villorrio. Todos sabemos lo que pasó después. El final es el inicio, la esperanza cede una vez más a la bestialidad, y todo comienza de nuevo.


Das weiße Band — Eine deutsche Kindergeschichte (Michael Haneke, 2009)




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Juan Ramón V. Mora (León, 1989) es venerador felino, escritor, editor, traductor y crítico de cine. Ganó la categoría Cuento Corto de los Premios de Literatura León 2016 y es coordinador editorial del Festival Internacional de Cine Guanajuato. Escribe sobre cine en su blog El hombro de Orión: http://hombrodeorion.blogspot.com

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