martes. 23.04.2024
El Tiempo
Es lo Cotidiano

CUENTO

Tachas 482 • La araña embustera • Edna Muñoz

Edna Muñoz

Videojuegos [III]
Tachas 482
Tachas 482 • La araña embustera • Edna Muñoz


La habitación de alquiler donde ahora vivo desde hace un par de meses, no es muy luminosa como me gusta, pero al menos no tan lúgubre y penumbrosa como los últimos sitios (que han sido bastantes) en los que he vivido.

Aún me quedan apiladas muchas cajas de mudanza, sigo sorprendiéndome como las so cabronas no se extinguen de una puñetera vez, por más que le invierto horas y días enteros, ¡Nada!, mi departamento parece un almacén, ¿Quién va a ganar, ellas (¡Putas!) o yo?

Uno de esos días laborables sin paga en casa mientras acomodaba mi escritorio, con el rabillo del ojo vi algo rojizo moviéndose entre las hojas, mismas que tenían lista de espera por ser acomodadas algún día, ¡Joder!, me dije (en mis pensamientos soy bastante mal hablada, menos mal que no digo ni el 5% de lo que de ahí brota de forma natural como la lava de un volcán), era un bicho, de eso estaba segura, ¡Total!, estaba relajada en ese momento, así que moví con lentitud el puñado de papeles para ver quién era el intruso raro que se había instalado. Con rapidez corría y ahí fue cuando me di cuenta que era una araña, muy fea por cierto. ¡Pobre!, además de haber nacido siendo un bicho no era nada agraciada, tenía un color naranja rojizo de esos tonos feos que ni aparecen en las paletas de colores principales, como si al nacer alguien hubiese mezclado bermellón y naranja mandarina intenso (de esos que te duelen los ojos con sólo mirar unos pocos segundos) y la araña hubiese pisado un tono verdoso lama y se hubiese dado un baño, y de ahí su color, era la única explicación; tenía unas patas semipeludas y el poco pelo que tenía era largo y encrespado, y poseía unos ojos de embustera que pareciese que tenía la palabra tatuada en la frente. Ni hablar, “La araña embustera”, dije para mis adentros, cuando de repente escuché una voz entre chillona y ronca (no sé cómo explicarlo, pero juro que tenía en su entonación fonética esa combinación), la primera vez no alcancé a escuchar bien, pero la segunda, el sonido fue más fuerte y decía: ¿Qué me ves, así que fea y embustera?, ¿No querrás escuchar lo que pienso de ti? Me quedé helada durante un buen de tiempo, mis ojos se pusieron tan grandes como los de un ánime, o quizás más, apenas y podía parpadea, si es que lo llegué a hacer. ¡Sí!, soy la roji-araña que te está hablando, dijo. Mientras tanto, seguía mirando al vacío, no me atrevía a mirarla siquiera, ¡Coño!, esquizofrenia seguro, pensé, o es una arácnido embrujado pero no creo en esas cosas, al menos antes de hoy. La patona comenzó a andar hacía mí, así que no me quedó más remedio que verla de frente y le dije: ¡Para!, ¿Mucha confiancita, no?, así que pinta tu raya porque no te quiero tan cerca. La putilla comenzó a reír, en mi cara, y no paraba, es más, iba aumentando su risa macabra hasta llegar a carcajearse. ¡Muy simpática que eres! ¿Eh?, ya verás que de un chanclazo te aniquilo y pasarás al otro mundo, Ja, ja, ja. Y ahora yo reía (claro, me salía la risa bastante fingida) y acto seguido, el bichejo soltó otra de sus estresantes carcajadas. Te voy a decir algo, dije ya enfadada, ¿De verdad crees que la vida es así, un cachondeo, que puedes ir burlándote de otros porque sí?, me tienes re podrida y eso que tengo pocos minutos de haberte conocido, encima me lees el pensamiento, ¡A tomar por culo que te voy a aplastar de un puñetazo! Dejó de reír (al menos, porque no la soportaba), arqueó una de sus cejas (así es, tenía cejas, eso la hacía más espeluznante , lo sé), ¡Bah!, y añadió , tu vida es tan patética que por una vez que alguien te saca de tu zona de confort vienes y te acojonas, en vez de preguntarte qué hago aquí y porque estamos comunicándonos, y tú que te consideras un ser bastante pensante , no sólo te sorprendes sino que quieres aniquilarme y si lo haces seguirás con la duda toda tu vida, así como muchas cosas que has dejado pausadas y has salido huyendo. Créeme, no te juzgo por buscar escapar antes situaciones digamos, incómodas o que estén fuera de tu comprensión, es normal, te han pasado tantas cosas que desde un punto de vista práctico es bueno, te has evitado líos, el problema que veo, es que por huir no dices lo que piensas, al menos antes de irte tienes qué aprender a decirles a las personas eso que te roe por dentro y que pides a gritos sacar de una u otra forma, como resultado, una simple carcajada te ofende, no es la risa en sí, que se rían de algo de ti, es que buscas cualquier pretexto para sacar esa ira que tienes arraigada desde hace bastante tiempo, y en específico, la carcajada sacude, pocos lo consiguen, y cuando escuchas por varios segundos (esto depende de cada quien) es contagiosa, y en algunos casos como tú (te enfadas mucho). La interrumpí (la muy hija de las mil putas no paraba de hablar, tenía tantas cosas qué decir al respecto de toda esa escupida que me estaba soltando) y lo que dije al instante como rebote fue que una cosa es escuchar que algo sea gracioso, pero cuando tú eres el protagonista de la risa, es mofa, y no es divertido. ¡Lo sé!, contestó el bichillo (ahora la nombro de forma más cariñosa porque por algún extraño motivo me había conmovido tanto rollo que estaba soltando y me había tocado varias fibras sensibles). Tomó un respiro largo y profundo y continuó, no te voy a soltar el rollo de que hay que aprender a reírse de sí mismo, no voy por ahí, sino que quería hacerte reaccionar, quizá, lo admito, de una forma un tanto siniestra, cuántas veces te has sentido incómoda con las personas por uno u otro motivo y no dices nada, otra vez lo mismo, ¡No manifiestas un carajo!, sólo unos pocos, muy pocos por cierto que sean muy observadores, o que te conozcan a la perfección, notan tu incomodidad , tu malestar, tu inconformidad y ¿Qué es lo que haces?, te proteges con muros invisibles de hielo, cierras una de tus manos y hasta para eso eres sutil, lo haces de forma casi imperceptible que nadie lo nota, o bien, te cruzas de piernas en el caso de estar sentada y comienzas a mover de forma continua uno de tus pies, también he notado que aprietas los labios, parpadeas menos por estar sumergida en una lluvia de sensaciones, y así, te podría nombrar decenas de cosas que haces. Lo que quiero decirte con todo esto, es que tienes que expresarte de otra forma que sea más comunicativa, ¡Quién carajo va a notar que te estas manifestando, en el caso que lo sea, no lo es, pero quieres hacerlo!, la gente no te lee porque no escribes, así de fácil. 

Sin palabras, me dejó sin habla pero con múltiples pensamientos, me di la media vuelta y me dirigí a la cocina a prepararme un café capuchino de máquina, como solía hacer a diario, ya me había tomado mi respectiva dosis por la mañana, repetí, era una ocasión que lo ameritaba, a tomar por culo la gastritis que era la que me frenaba de tomar una media docena de cafés como me gustaría, cogí el cenicero nuevo que tenía guardado y envuelto en plástico de burbujas, fue era el único regalo que conservaba de mi abuela y que me lo trajo del único viaje largo que tuvo en su vida, era un día especial, así que lo ameritaba, encendí mi cigarrillo dentro de casa, tenía al menos una década que no lo hacía, sólo abrí la ventana aunque hiciera un frío cabrón. Da igual, dije en voz alta, el café calienta, y si no, estoy helada de cualquier forma. Le puse las dos pastillas de edulcorante y un chorrito de leche extra como siempre, me iba a dirigir al salón para estar con mi acompañante, pero en eso la vi sobre la mesa de la cocina, entendí que era necesario cambiar de ambiente y había elegido estar ahí para continuar charlando, se había traído ella también lo que consideraba su manjar, un mosquito pequeñito, o mejor dicho, lo que quedaba de él, ya le faltaba una pata y un ala. ¿Sabes?, dije, me sorprende más que me conozcas tan bien, ¿Desde cuándo sabes de mí o porqué sabes de mí?, Me alegro que me preguntes, me respondió después de tragar el ala de su manjar, porque la cerda, masticaba con la boca abierta, aunque no es lo más relevante y lo sabes, pero te conozco, no tanto como tu pero sí lo suficiente para decirte que te he observado durante un tiempo y lo que no te he llegado a conocer es porque apenas llevo meses entre tus objetos y después en las cajas y ahora en esta casa nueva, ¡Lo sé!, así de fácil, lo sé, y no sé cómo explicártelo. Y sí te digo todas estas cosas, es porque me gustaría que te defendieras. Interrumpí mientras le daba una calada a mi cigarro, ¿Defenderme?, ¡Sí!, contestó tajante, así de fácil. Tras una pausa dije, entiendo, mentí, mientras veía cómo se saboreaba otra de las pocas patas que le quedaban al mosquito.

De toda aquella charla sentía que algo se me iba de las manos, ¡De qué iba aquél ser feúco!, se pasaba de grosero, era un pseudo psicólogo, se las daba de interesante y yo creo que más bien se proyectaba en mí, tenía una frustración inmensa, al menos no pensará, pero como era un arácnido pensante le daba mucho a la olla y al no ver a nadie con quien tirarle toda su basura, obvio, era yo la elegida.

Por más de que le doy vueltas al asunto, sé que es un disparate entablar una conversación con la inquilina pelirroja esa, que por cierto, vaya que tenía morro, estaba más que instalada, se conocía todas las cajas más que yo, iba y venía a diestra y siniestra, sus telarañas bien edificadas con unos diseños flipantes denotaban no sólo que era una artista natural sino que era más veloz que yo y que se habituaba mejor, eso me causó envidia, lo admito. Durante el resto del día no hablamos y creía que al día siguiente tampoco lo íbamos a hacer, nos ignoramos mutuamente, fingiendo cuando nos cruzábamos que no nos habíamos visto. Por la noche del día siguiente, hubo una tormenta eléctrica y cada que un relámpago iluminaba el salón parecía un escenario siniestro digno de un película de horror, resaltaban los tonos azulados de los dos únicos cuadros colgados en la pared, los ojos tristes de aquél polvoriento muñeco de peluche que mi padre me regaló cuando cumplí 10 años, el contorno brillante de una silla vintage donde había apilada un sinnúmero de prendas mal dobladas que en el muro reflejaban lo que la imaginación del espectador quisiese y en mi caso, no era alentador, y mientras estaba sumergida en mis recuerdos de la infancia de todas aquellas figuras espeluznantes que mi mente dibujaba, con el rabillo del ojo vi un movimiento rápido, y mis ojos de una forma instantánea se posaron en la pared y las 8 patas de la amiga tejedora se plasmaron de una forma gigante en el muro, por unos segundos, los pelos se me pusieron de punta. ¡Serás hija de puta!, chillé, me has sacado tremendo susto y mientras decía esto, un trueno muy prolongado hizo que me callara, después de que volvió el silencio una carcajada, así es, otra vez su puñetera risa maquiavélica había vuelto, y lo peor, es que no sabía dónde estaba la so rata esa, así que me veía obligada a dirigir mi mirada en la pared donde se veía rebosante de gozo, ahora, se veía su silueta entera, sus grandes colmillos mientras no paraba de reír se veían inmensos. ¿Sabes?, dije, eres de lo más nefasta, encima, te crees graciosa, ¡Pobre diabla!, el don de caer bien no lo tienes ¡Eh! Ja, ja, ja, ¿Acaso crees que me importa?, apenas y pudo decir eso, tomó aire ya que continuaba riéndose la cabrona. Cómo no sabía dónde estaba fui a encender la luz, y ahí estaba posada sobre aquella montaña de ropa, hasta las lagrimitas se le salían de aquellos ojos saltones. ¡Vale!, ¡Vale!, ya paro, pero admite que es gracioso. Te he dicho que cuando una sola persona ríe deja de serlo, dije con indignación mientras me cruzaba de brazos. Creo que no has entendido nada, de aquella charla que tuvimos y no se te ha quedado nada, continúas con la misma postura, dijo mientras se acicalaba una de sus patas con la otra. ¿Entonces qué tengo qué hacer?, ¿Soltarte un puñetazo?, ¿Reírme también?, dije muy enfadada casi gritando, a ver, sabía arañita, o me dices qué tengo qué hacer o te vas de mi vida para siempre, dije tajante. Tú quieres que te diga todo con manzanitas y palitos, pero la cosa no va así, y en el fondo lo sabes bien, pero estás muerta de aburrimiento ante la vida y prefieres seguir con este jueguito, dijo mientras me veía fijamente, esta vez más seria. Permanecí muda, no sé por cuánto tiempo, pero cuando fui consciente de ello, sólo murmuré con voz muy baja que ahora no era momento de tomar café, era muy tarde para ello, así que iba por una copa de vino tinto. Vale, te espero, dijo mientras bajaba su mirada.

***

Edna Muñoz (León, Guanajuato). Vive en Barcelona. Estudio filosofía en Centro de Estudios Filosóficos Tomas de Aquino y una maestría en comunicación. Actualmente tiene en preparación su primer libro.

[Ir a la portada de Tachas 482]