jueves. 18.04.2024
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GUÍA DE LECTURA 462

Guía de Lectura • Utopía, de Tomás Moro • Jaime Panqueva

Jaime Panqueva

Utopía, de Tomás Moro
Utopía, de Tomás Moro
Guía de Lectura • Utopía, de Tomás Moro • Jaime Panqueva

Cuando el lenguaje no contiene las palabras que necesitamos para expresarnos, hay que crear nuevas. Tomás More, o Moro en español, antes de ser santificado primero por los católicos y luego por los anglicanos (los mismos que le dieron muerte), acuñó la palabra Utopía, sobre la base del prefijo griego “οὐ”, que significa, no; y “tópos”, o lugar. Es decir, un no lugar, tierra que no existe, o mejor, que se hallaba sólo en su imaginación. 

Pero Utopía existía o, por lo menos, acababa de ser descubierta, pues está inspirada en los relatos que se difundían por toda Europa de las Indias Occidentales en pleno proceso de exploración. Allí existían tribus que no conocían la codicia o el latrocinio, para quienes el mismísimo oro carecía de valor. Se supone que la ínsula con este nuevo nombre se hallaba en algún lugar recóndito de América, y que el narrador Rafael Hitlodeo, explorador de los mares que pudo visitarla, relata de viva voz cómo funcionaban los diversos aspectos de su sociedad. 

Las ideas de justicia y buen gobierno de Moro, que era miembro del parlamento, sheriff, y había fundamentado su fama como gran juez, se asientan en este país libre de tiranías y juiciosamente administrado por sus habitantes. “Tienen muy pocas leyes, pues para un pueblo así organizado son suficientes poquísimas”, comenta el Hitlodeo, a quien por cierto dedica el libro. 

Publicada en 1517, la influencia de Utopía en el pensamiento occidental fue determinante. No sólo su manera de abordar la cuestión del estado ideal dio pie a la creación literaria de posteriores ínsulas modélicas; también influyó en gobernantes y filósofos. Vasco de Quiroga, por ejemplo, llegó a la Nueva España con este libro bajo el brazo, y buena parte de su obra en Michoacán fue iluminada por sus páginas. 

Gracias a un artículo, escrito por Carlos Alvear para el último número de Argonauta, regresé a este texto fundamental y repasé algunos episodios de la vida del ahora Santo Tomás, quien hasta en sus últimos momentos, antes de ser decapitado, dio gala de un extraordinario sentido del humor. Permítanme la digresión, pero al ver que el cadalso estaba muy mal construido, Moro le pidió ayuda al teniente encargado diciéndole que le ayudara sólo a subir, pues no necesitaría auxilio para bajar. Además, le pidió a su verdugo, antes de pagarle un extra, que no cortara su barba, pues como ésta había crecido mucho durante el cautiverio, no le podrían imputar crimen alguno contra el rey, y por ello no merecía ser mutilada. Moro no sólo legó a la posteridad un gran manual de gobierno; también una perla de humor inglés y una gran prueba de carácter en la antesala de la muerte. 

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