Viaje del Odiseo
Edwin Yllescas
Alejado de las grandes ciudades y sus tontas largas calles
renuente al caminar callejero, al ir adonde apunta la nariz
ya esquivo a la trampa oculta en el mágico olor a mujer
qué afán lo colmó durante todo este tiempo
tres veces superior al disipado por el Odiseo.
No lo sé, no hay modo de saberlo; nadie lo sabrá.
La intuición necesaria proviene del mundo extraño.
En los días del hombre adormilado en su hamaca azul
entre begonias y trinitarias en la terraza de su corazón
veo al nauta y creo que ambos son el mismo arquero.
Rebuscan su casa, su perro, quizás, una plaza, una playa
la breve tregua; una mentira dueña de las pocas cosas
imperiosas al sueño del hombre
o tal vez las quiméricas páginas del Canto veinticinco; hastío
recelo, aburrimiento; volver a Ítaca dormir con Penélope
¿Acaso cambian el signo del viaje?
Idas, hay cosas que el corazón jamás volverá a encontrar.
Odiseo no se perdió ni Penélope teje que teje lo esperaba;
entiéndelo muchacho
sólo se trata de fantasías; fantasmas del hombre; la única realidad.