Tras las excelentes críticas que han desatado los libros escritos por Fernanda Melchor, me di a la tarea de sumergirme en su novela ganadora del Premio Internacional de Literatura en Alemania en 2019,​ además de haber sido nominada para el prestigioso Premio Man Booker International el año pasado. Mi impresión superó las barreras de lo estético, pues trajo recuerdos del tiempo vivido en Veracruz, no muy lejos de la zona donde se desarrollan los hechos ficcionados por Melchor. Su prosa impacta por robusta y vertiginosa, con frases largas que desarrollan la acción en espirales de tiempo y envuelven al lector de manera admirable. Su alusión a la lectura de El Otoño del patriarca de García Márquez en los agradecimientos del libro no es gratuita: se percibe esa intención de expandir la narración hacia los confines mismos de un lenguaje que amalgama lo alto, lo bajo, lo local y lo universal.

No es una novela de sutilezas, sino una profunda inmersión en la marginalidad, la pobreza, el machismo, la homofobia, la corrupción y las miserias en que está envuelto Veracruz desde los Zetas de Fidel Herrera y del “gobierno infame de Javier Duarte de Ochoa”, como rezan también los agradecimientos, y del cual aún no se ve salida aparente. Por tanto, quizás no sea una lectura recomendada para almas sensibles ni para lectores que busquen corrección política o temas inanes. Sólo el tiempo dirá si su solidez sea suficiente para sostenerse como parte del canon literario mexicano; buena parte de la crítica afirma que así será, y estoy seguro que la difusión e impacto que ha tenido en las nuevas generaciones lo veremos reflejado en futuros trabajos.

Sin pensarlo mucho, me di a la búsqueda de otros trabajos de Melchor: Aquí no es Miami, una serie de crónicas deliciosas, más aptas para todo público, y su nueva novela Páradais, una trepidante historia de crimen en un fraccionamiento lujoso de Boca del Río. Al igual que la literatura de Melchor, que dinamita las fronteras de lo alto y lo bajo, esta novela pulveriza el coeficiente de Gini, al juntar dos jóvenes de ingresos económicos completamente disímiles para ejecutar una brutal masacre.

La ficción potencia la realidad para ayudarnos a comprenderla, a analizarla, a buscar la humanidad en el otro. La violencia de Melchor no me parece espectáculo, ni mucho menos un juego. Es un potente llamado estético al espíritu del lector para hacerle abrir los ojos y sacudir su sensibilidad.

Comentarios a mi correo electrónico: [email protected]

[Ir a la portada de Tachas 415]