Para Cruz Jonathan Flores Gómez

¿Qué nos identifica con nuestro hábitat, con el lugar donde vivimos o nacimos? Esta quizá es una pregunta demasiado amplia. Desde el punto de vista de la especie Homo sapiens sapiens a la que pertenecemos, somos un ser vivo que se mueve y transmite su experiencia a través del lenguaje, la cultura. En la actualidad, movernos de un lugar a otro, conocer, experimentar, transmitir, ha sido una de las constantes, ahora terriblemente restringida por motivos de salud, la pandemia conocida como covid-19.

En este contexto, hablaremos un poco de la primera actividad que realiza un antropólogo, en este caso etnóloga, cuando interactúa por primera vez con personas que habitan un lugar determinado. A esa fase del proceso de investigación la llamamos recorrido de campo. Es muy importante escribir las impresiones de ese acercamiento porque a partir de ahí, el asombro, el descubrimiento, evidencia la alteridad entre lo que es nuevo para quien llega y lo relevante para quien le comparte lo significativo, lo propio, lo emblemático.[1] En ese vaivén nos comunicamos.

Saltillo es una de las ciudades más importantes del estado de Coahuila en México. En un breve recorrido por el centro de la ciudad, me impresionó el uso frecuente de ladrillos en las construcciones. ¿Qué tiene de novedad el uso de ladrillos? En Saltillo el tipo de ladrillo es el recocido, el que tiene un acabado que permite exponerlo a la intemperie, es decir, no requiere y, de hecho, se fabrica para no llevar aplanado. Por ello es que por lo menos en las calles del centro histórico las casas, edificios públicos y privados, los constructores juegan con las formas, los relieves y las figuras que muestran el arte en columnas, arcos, cornisas. Los colores de los ladrillos también varían por los tonos de las arcillas utilizadas y la temperatura en el proceso de su producción. En el internet pude encontrar un pequeño reportaje donde se mencionaba que en 1847 la empresa SALTILLO TILE había realizado la primera entrega de ladrillos a Estados Unidos, y en la página del Museo Arocena de Torreón, Coahuila, se da cuenta de que la primera ladrillera de Torreón data del 11 de febrero de 1889; antes importaban los ladrillos de Saltillo y Monterrey por ferrocarril. Esos pequeños indicios permiten subrayar una primera impresión de que estos tipos de ladrillos fueron, por lo menos para el siglo XIX y parte del XX, muy relevantes para el norte del país.

Las presencias de un huizache más alto que una casa, y el peltre en todas las casas, servicios de comida o en hoteles, fueron otras sorpresa. Resulta que la empresa CINSA también está en la ciudad. Las vajillas, las cazuelas o las cucharas que antes eran muy comunes en los mercados, los tianguis o con los vendedores, también es una característica de Saltillo, tanto como el restaurant LAS BRAZAS,  cuyo lema reza “El que no conoce LAS BRAZAS no conoce Saltillo”. Así, entre la música de “Los Iniciados” conocí a Cruz, quien aun siendo de Saltillo no identificaba al ladrillo como algo significativo de su ciudad natal. Después de platicar sobre las nieves “Los Ramos”, la catedral, la sierra Zaplinamé, nos dimos cuenta de que, estando en el mismo lugar, vimos cosas diferentes. 

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Maricruz Romero Ugalde. Mujer curiosa y risueña, ejerce el oficio de la antropología y su pasión, el cine.  Su sueño de vincular ciencia y arte lo ha puesto en práctica al fundar y coordinar desde 2007 el Lab ETNOAI de la Universidad de Guanajuato. En sus 30 años de haber migrado de la Ciudad de México a la zona antes conocida como el Gran Tunal o la Gran Chichimeca, residió primero en Aguascalientes, luego en Zacatecas y ahora, Guanajuato. En esta sección comparte momentos de aprendizaje resultado de convivir con personas en el país y el extranjero. Datos de contacto: [email protected], Canal you tube ETNOAI UGto.

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