martes. 16.04.2024
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Up the bracket!

Esteban Cisneros

Up the bracket, The Libertines, portada
Up the bracket, The Libertines, portada
Up the bracket!

Did you see the stylish kids in the riot
Shoveled up like muck and set the night on fire

The Libertines, Time for Heroes

 

Hace poco me encontré con este texto que escribí en 2004. Creo pertinente compartirlo para poner en perspectiva cómo se veían las cosas en aquella época (¡cuánto tiempo ha pasado y qué rápido!) y porque Up The Bracket sigue siendo uno de mis discos favoritos de todos los tiempos y, posiblemente, mi más querido disco de todos los DosMiles. No ha perdido ni un poco de fuerza y, de hecho, puedo jactarme de haber acertado en algunas predicciones y sensaciones expresadas aquí en esta reseña. Disfrutad. Espero.

La música pop, aunque no queramos admitirlo, lleva ya medio siglo tomando vuelos intercontinentales entre Estados Unidos e Inglaterra para seguir escribiendo su historia; del rock and roll al beat al folk rock a la psicodelia al hard rock al glam al punk al new wave al grunge al britpop y vuelta a empezar y todas estas músicas a su vez han dejado más semillitas o salido de ellas. Pero casi todo ha sido un intercambio de ideas, puente aéreo mediante, entre unos y otros primos.

Parece que justo ahora el balón está en cancha británica.

La Gran Banda de principios de siglo es inglesa, londinense, como debía ser. Es un grupo que lo tiene todo. Es la rencarnación del rock and roll y la confirmación de que la música de guitarras no ha muerto ni morirá. Que se hagan a un lado los Strokes, por favor. No tienen mucho qué hacer al lado de estos cuatro (son un cuarteto, claro, como los grandes grupos pop) que, ya hoy, están rodeados de una mitología que ya quisieran muchas bandas a lo largo de la historia del wokandwoe.

Son The Libertines. Son todo lo que importa.

El grupo nació en 2001 como tal, porque sus cabecillas Pete Doherty y Carl Barat se conocían desde el 96 y ya tocaban juntos. Su música es tan grande que se cuenta que en sus primeras apariciones había abuelitas que decían que sonaban mejor que los Beatles, y está claro que ahí están sus influencias. Y es que estos dos, acompañados de John Hassall, un bajista de vieja escuela, y Gary Powell (que se sienta a la batería él solo, pero suena como si seis geniales bateristas tocaran al mismo tiempo, así de caótico y hermoso) sintetizan todo lo mejor del rock made in Britannia: Kinks, Clash, Smiths, Chas y Dave, Slade, Bowie, Hollies y hasta lo mejor de los mamones de los Gallagher. The Libertines suenan duro y bien; sus melodías son excelentes, sus letras rayan peligrosamente en lo poético (poesía maldita, poesía de la calle) y su mito ya se ha extendido alrededor del mundo. Sus chaquetas coloradas de la guardia real, sus peinados mod, su romanticismo londinense, la sordidez de sus relaciones, las drogas, los vinilos. El ruido.

El ruido y la furia.

Con guitarras punteando melodías incomparables, The Libertines salieron al mundo del disco en 2001 con su single “What A Waster”. Un año después, vino su LP debut, Up The Bracket (Rough Trade), que de inicio a fin es una belleza de rock ruidoso, garaje cojonudo y una pizca de rock clásico. El título de productor es para Mick Jones, ex-guitarrista de The Clash.

Desde que inicia con “Vertigo”, se sabe que esta banda es la Próxima Cosa Grande. Está aquí. No puedes perdértela. Son tan británicos como la hora del té, pero tan universales como los Beatles. Hey, se me acaba de ocurrir que son los Beatles del siglo XXI, pero a quién le importa, sigamos. “Death On The Stairs” es una exquisita melodía con una letra llena de referencias literarias y un sentimiento callejero. Street cred. Le sigue “Horrorshow”, que está llena de potencia. Y llegamos al track 4, el primer gran himno generacional de la década, del siglo: “Time For Heroes” que, en tres minutos, captura la esencia libertina y definitiva del grupo. Esta canción trascenderá y ya nos sorprenderemos cantándola en algunos años con lágrimas en los ojos.

Le sigue “Boys In The Band”, mítica desde su título, con un riff tan estilizado que se incrusta en la memoria y unas armonías que podrían haber salido de un disco sixties, pero que al mismo tiempo son lo más puto moderno del disco. Qué grandes. “Radio América” es un desastroso folk, lento, arrítmico, precioso, conmovedor, que se rompe cuando las guitarras distorsionadas vuelven en “Up The Bracket”, otra obra maestra que cuenta una historia sórdida con tanto sentido del humor que resulta oscarwildeana ("Saw two shadow men on the Vallance Road/ they said they'd pay me for your adress, oh I was so bald"). “Tell The King” es simplemente brillante. El punk más ‘77 se deja escuchar en “The Boy Looked At Johnny”, que hace referencia al pasado musical de Pete y Carl (¿ese Johnny es Borell?). “Begging” es extrañísima y muy borracha, una pasada. ¿Queda claro que es un disco fascinante?

Pero no ha terminado. Todo el sentimiento y joie de vivre libertino está en “The Good Old Days”. Carl y Pete cantan a coro acerca de la vieja Albion, de sus calles y esquinas, de su historia que se mide en íconos pop y el estribillo es toda una sentencia: "If you've lost your faith in love and music then the end won't be long". Profundo. El disco cierra con el sencillo “I Get Along”, rocanrrolazo de tres acordes. La edición norteamericana incluye como bonus track el “What A Waster”, un pequeño cuento en el que lo mismo caben los winos y junkies que se orinan por doquier que el Ulises de Joyce (ojo también en esta edición al track oculto “Mocking Bird”).

Up The Bracket no es sólo un disco, el primer gran disco del siglo. Es un modo de vida. Es una filosofía. Es una maldita Biblia para poder vivir el siglo XXI como se debe.

Lástima que el futuro de The Libertines pende de un hilo. Hoy, tras lanzar otra maldita obra maestra (The Libertines, 2004, Rough Trade) parece que la inestabilidad se ha mudado a vivir con ellos y no sabemos qué pasará, entre peleas, drogas y malentendidos. Como sea, estos ya son Historia.

Si has perdido la fe en el amor y la música, el fin no está lejos.

C/S.

 

 

*Esteban Cisneros (León, Guanajuato) es panza verde, músico de tres acordes, lector, escritor, dandi entre basura. Cuanto sabe lo aprendió entre surcos de vinilo y vermú y los Beatles. Está convencido de que la felicidad son los 37 minutos que dura el primer disco de Dexys Midnight Runners. Procura llevar una toalla a todos lados por si hay que hacer autoestop intergaláctico.

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