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The Kekis Klan me bajaron a mi bato

Laurita Garza

The Kekis Klan me bajaron a mi bato

Las KeKis Klan me bajaron a mi bato, y no una vez.

Tres veces.

Como tres eran ellas.

Nadie las juntaba y no porque la banda las discrimine, se autocensuraban y no podían convivir con los demás, no en el sentido social. Así que reversionaron el odio. Aunque las razones eran evidentes para propias y extraños, dedicaron años a ocultarlas pero eran tan persistentes como su olor a axila: deformación, insolvencia y analfabetismo funcional.

Karina, Karla y Katia al verse rechazadas por sus compañeros durante la educación formal, optaron por convertirse en profesionales dentro de una universidad pública, ahí también las usaron como material descartable.

Entonces decidieron formar un klan.

Un klan con “k”, porque a sus ojos creyeron que los ojos de los demás se aterrorizarían al leer sus consignas.

Con “k” porque se sentían contestatarias.

Con “k” por su gusto por el rock aunque el simple nombre evocaba a las agrupaciones caribeñas de una plaza pública los domingo.

Además de la cacofonía apelativa compartían antipatías.

Karina se autodefinía como chica de los suburbios pero con actitud condechi, su falta de grado académico le impedían asumir que en México los suburbios son los antes llamados “cinturones de miseria” del Edomex. Odiaba a sus padres y hermanos, los primeros le heredaron ambos apellidos de dos sílabas, el hogar paterno tenía piso de tierra y en 29 años no habían tenido dinero para una sencilla cirugía con el objetivo de corregirle a tiempo su prognatismo acentuado. El resultado: despedirse de la carrera de Ciencias de la Comunicación, de tener un canal en youtube o grabar un podcast, su daltacismo provocaba risas socarronas en sus interlocutores y escuchas. Su familia intentó “curarla” con lo que tenían a la mano una serie de ritos y macumbas, no hubo éxito y Karina terminó aborreciéndolos por pasar de conocidos brujos de magia blanca a charlatanes de la periferia.

Karla nació en un pueblo de Veracruz pero no conocía el mar. Aseguraba ser chica bien de la colonia Irrigación, considerando su gusto por el voleibol al que definía un deporte tan elegante como el tenis, pero la finura para ella significaba ser hostess en un restaurant de la Condesa. El objeto de su desprecio también eran su papá, ausente, y su madre, soltera con cuatro hijos gracias a igual número de aportaciones masculinas. Su gran problema era el enognatismo, buscaba que su sonrisa fuera tan provocativa como una vampiresa pero sólo evocaba un mueca demoníaca con los colmillos sobresaliendo a los dientes inferiores. También tenía intenciones de ser periodista o, ya de perdis, reportera; los reiterados rechazos por no ser una visión agradable a las cámaras provocaron un broté de acné agudísimo a sus veinte años. La comezón, el nerviosismo y las falsas cremas cosméticas terminaron por romperle las pústulas y sus sueños de entrevistar a algún artista famoso. La madre les cortaba el cabello para ahorrar ese gasto así que Karla sólo salía por las tardes de su casa a trabajar y fiesteaba muy de noche hasta amanecer en lugares tenebrosos donde no se notaran las plastas de maquillaje en su rostro.

Cuando era niña, Katia llegó a la ciudad de México junto con una caravana de enanos que presentaban un show cómico sobre ponis. Se rumoró que Katia era adoptaba pero al cumplir los 15 años sus extremidades eran similares a las de sus padres bataclanes, sólo su tronco presentaba un desarrollo acorde a su edad y ya era visible su parecido al Cromañón.

La estructura económica deficiente de las KeKis Klan contrastaba con su exuberante cuerpo maxilar superior y, especialmente, el inferior, de ahí que los conocidos antepusieron el nombre de KeKis a la torpe firma de Klan que garrapateaban en puertas de baño, mesabancos, volantes y memes.

Contaré aquí sobre la primera vez que las KKK me bajaron a mi machín.

La víctima fue “El jogger”, corredor y maestro de la Escuela de Comunicación que sobrepasaba los cuarenta años, las KeKisKlan lo conocieron en el aula de la materia “Metodologías de la investigación” donde aprendieron el uso correcto de Wikipedia y buscadores alternativos, copiar y pegar aplicado a la creación de un libro informativo (copy and paste), regulaciones penales del plagio de la propiedad intelectual. “El jogger” redactaba su primer libro Guía de verdes veredas y caminos para maratonistas citadinos y durante ese semestre designó tareas donde las KeKis Klan eran utilizadas como recopiladoras de información on line, Karla era la capturista oficial y Katia la editora. A Karina se encargaba de cotejar los datos obtenidos mediante trabajo de campo, es decir, por sus propios y escasos recursos, se lanzaba a verificar si el camino o sendero mencionado en el libro aún existía y estaba en condiciones de tránsito. Enamorada del profesor y anticipando un rechazo, Karina buscó ayuda en la farsa parental; sabía que “El jogger” participaría en el maratón de la ciudad y lo notaba agotado y flaco, el consejo extraño era que el deportista tenía que ingerir un batido de placenta recién expulsada con sábila y perejil una semana antes de la competencia, esto le daría la energía suficiente para correr y llegar en una posición destacada. Karina aprovechó el discontinuo entrenamiento de “El jogger” y lo convenció de prepararle el brebaje, durante seis días al mes usó una copa de plástico que introducía en su vagina, el recipiente contenía la sangre de su menstruación algunas veces fluida otras escasa, y lo almacenaba en bolsas de polivinilo atóxico con anticoagulantes para preservar el plasma en el refrigerador de su tía “la bruja albina”. Llegado el día, licuó la sangre menstrual junto con una penca de sábila y ramas de perejil, el olor era insoportable tanto para ella como para “El jogger” que nada más ganó días con fiebre y diarrea, por lo que tuvimos que hospitalizarlo de emergencia sin que los especialistas encontraran las causas de su mal. Especularon de todo, desde hepatitis “C” hasta VIH. Unos días antes de morir me encomendó pedir las notas de su libro a las KeKis Klan, entonces supe que ellas habían realizado todo el trabajo de escritura, (sí se le puede llamar así al evidente copy and paste), la gran investigación y edición del manuscrito. “El jogger” pedía como última voluntad que acelerara el proceso de publicación de su Guía de verdes veredas y caminos para maratonistas citadinos, confiando en mí para ejecutar el proceso hasta que se el libro se presentara al público. Me negué y no por solidaridad con las KeKis Klan, sino por que es inadmisible que alguien se haga pasar como escritor cuando solo es recopilador de información que se encuentra en la red al alcance de todos, que trate de tomarle el pelo y se aproveche de su gremio deportivo creyendo la consigna de que los que realizan cualquier actividad física, amateur o profesionalmente son ignorantes, no leen y por lo mismo no cotejarán las fuentes porque el exceso de ácido láctico les impide pensar. “El jogger” murió solo, rodeado solamente de las desprotegidas KKK, sus ancianos padres no pudieron ni asistir al sepelio. El médico que atendió al “Jogger” durante su hospitalización demandó por medio de la clínica a Karina, Karla, Katia y quien resultara responsable de su muerte. Ya pasaron cinco años y la única culpable sigue libre. ¿Cómo sé que la responsable fue una y no todas las integrantes del klan? ¿Por qué aseguro que la familia embaucadora no deben ser inculpados? ¿Cómo es que yo sé toda la verdad?

Porque lo leí en la bitácora electrónica de las KeKis Klan, ahí en la última entrada la responsable que firma con una K. detalla desde que tuvo la idea de “hechizar” al hombre hasta su deceso.

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