365 y 366

“…ni hay un nuevo régimen político en la práctica, ni hay partidos políticos que se tomen en serio el hacer política, y tampoco hay una nueva moral en el servicio público…”

 


Porque el tiempo solo pasa: huye, es inaprensible,
escapa al análisis y al pensamiento, y siempre perdura.
¿Cómo no habría de existir si resiste todo y nada le resiste?
¿Cómo no habría de existir, si contiene todo lo que existe?
Ser es ser en el tiempo; así que el tiempo precisa ser.

André Comte-Sponville

 

 

Cierre de un año en la cuenta arbitraria del tiempo que el mundo occidental formuló con 365 días, y el inicio de uno nuevo—el 2020- con un día más, 366. Ajuste que busca compensar la imperfección de la medida del tiempo con la que contamos el transcurrir de una vuelta más alrededor del Sol.

El tiempo deviene y es inevitable su transcurrir. Buscamos poner fechas como si se pudiera narrar la historia personal, la historia social o la historia civilizatoria en su sentido más amplio, con la ilusión de capturar la fugaz presencia de los seres humanos en el planeta, y con ello tener memoria.

Sin embargo, como escribe André Comte-Sponville:

Cada cual comprende que vivir en el presente no es renunciar a toda relación con lo que fue. Sabiduría no es amnesia. Además ¿quién podría vivir sin memoria? ¿Qué sabríamos de nosotros mismos si no recordáramos lo vivido?

Pasado, presente y futuro se convierten en una triada por demás compleja y conspicua, que juega con las posibilidades de la temporalidad y con la fantasía de los viajes al pasado, o con la idealización de la eternidad, o con la inmanente frugalidad del presente.

Las narrativas humanas se convierten en refugios para la cordura personal y sociocultural. Se acaba un año y los recuentos no se hacen esperar. Lo hecho y lo dejado de hacer se tejen con nostalgias y con reproches, con recuerdos y con olvidos. Esa forma de buscar la expiación la trasladamos a todos los campos de construcción social, a la política, a la economía y a las posibilidades de pensar el saldo civilizatorio, si es que se puede hacer desde una mirada global, compleja y humana.

Los recuentos de las noticias, los hechos que los medios de comunicación destacan -como resumen del año que se va- son reflejo de la agenda social y moral del actuar humano, un repaso por demás arbitrario de lo que aconteció en el año que termina, en las que se muestran las capacidades que la sociedad y economía del conocimiento pueden aportar al proyecto humano –sí es que lo hay-. Pero en esa revisión también se da cuenta de la crueldad y dolor, más allá de lo trágico que resulta hacer noticia de la muerte, de la devastación de la naturaleza, de los conflictos y luchas sociales y políticas, junto con los desastres naturales que el mundo experimentó en 2019.

Poco hemos aprendido, si lo ponemos en el plano de la razón. Por ejemplo, las formas pacificas —a través del diálogo- para resolver problemas sociales y políticos brillan por su ausencia. La responsabilidad social y moral de las empresas y gobiernos respecto a la conservación del medio ambiente y el manejo de los recursos naturales son sólo buenas intenciones y, en otros casos, ya una estrategia de marketing para seducir a millones de consumidores, con lo que se demuestra que el mercado y el capital no tienen ningún escrúpulo cuando de lo que se trata es obtener la mayor ganancia posible.

El 2020 se anuncia desde ahora con la continuidad de lo dramático en el campo social y del espectáculo mediático de la política —en la lucha en el poder y por el poder-. No puede haber grandes cambios en todos los órdenes de la vida social, política, económica y cultural, si vemos los hechos, si evaluamos lo que se viene realizando en los municipios, en los estados, en el país y en la geopolítica internacional, y sí —tristemente- habrá más de lo mismo, porque no hay golpes de timón, ni resultados reales en relación con la delincuencia y el crimen organizado, ni hay un nuevo régimen político en la práctica, ni hay partidos políticos que se tomen en serio el hacer política, y tampoco hay una nueva moral en el servicio público, ni una visión compartida para lograr la justicia social o acabar con la corrupción y la impunidad.

Por ahora, para este 2020 que arranca, como lo dice Comté-Sponville, Hay que vivir la pasión cuando se presenta, pero lo más sensato es no esperar nada de ella. Aprender a vivir […] esperando sin esperar.

Y escribió Eduardo Galeano:

Ojalá seamos dignos de la desesperada esperanza.

Ojalá podamos tener el coraje de estar solos y la valentía de arriesgarnos a estar juntos.

Ojalá podamos ser desobedientes cada vez que recibimos órdenes que humillan nuestra conciencia o violan nuestro sentido común.

Ojalá podamos ser tan porfiados para seguir creyendo, contra toda evidencia, que la condición humana vale la pena.

Ojalá podamos ser capaces de seguir caminando los caminos del viento, a pesar de las caídas y las traiciones y las derrotas, porque la historia continúa, más allá de nosotros, y cuando ella dice adiós, está diciendo: hasta luego.

Ojalá podamos mantener viva la certeza de que es posible ser solidario y contemporáneo de todo aquel que viva animado por la voluntad de justicia, nazca donde nazca y viva cuando viva, porque no tienen fronteras los mapas del alma ni los del tiempo.