Es lo Cotidiano

Live Age!

Bernardo Monroy

Time is the fire in which we burn.
Delmore Schwartz

El concierto abrió con David Bowie cantando “Heroes”. Después, Bob Marley entonó “Three Little Birds”. Kurt Cobain fue el tercero de lo que sería el larguísimo evento. “Come As You Are” fue coreada por los millones de fanáticos. Siguieron miles de leyendas del rock.

Para el final del concierto vinieron desde su época los platos fuertes: los Rolling Stones, Pink Floyd, Queen, Elvis, The Doors y, por supuesto, The Beatles, quienes después de Bob Dylan cerrarían el evento.

Tomás miró el rojizo cielo de Marte y después las millones de personas congregadas en el planeta, a las faldas de Monte Olympus. Todos aplaudían, bebían y se abrazaban. Una inmensa manta colgaba de un extremo a otro del escenario: “LIVE AGE, POR LA DEMOCRATIZACIÓN DE LOS VIAJES EN EL TIEMPO”. La gente llegó con una semana de anticipación a Marte, desde naves que despegaron de la Tierra. Era el concierto definitivo, superior en asistencia a Woodstock. Desde hacía décadas la atmósfera marciana se había adaptado a los pulmones terrestres. No había más preocupación que beber cerveza y fumar mota cultivada en el cuarto planeta, que era la mejor del sistema solar. El concierto duró dos semanas in interrumpidas y fue escenario de momentos magistrales, como cuando millones de almas corearon, golpearon y aplaudieron al ritmo de We will rock you, o cuando Mick Jagger comentó que esta vez no pasaría lo de Altamont mientras cantaba Sympathy for the devil. No faltaron las carcajadas con Ozzy Osbourne, quien agradeció que en Marte no hubiera murciélagos.

Después de mirar las montañas y el cielo rojo, a las personas de todas las edades esperando con desesperación al penúltimo cantante,  se acercó a Dylan, quien fumaba su porro de marihuana y afinaba su guitarra. Lo miró como el muchacho que asiste a su servicio militar el primer día y se siente intimidado ante el comandante. Dylan lo miró, soltando una carcajada de pacheco.

─¿Entonces en el futuro me voy a ganar el Nobel de Literatura? Vaya. Creo que ni yo me lo esperaba.

─Señor Dylan, en media hora saldrá al escenario. Soy organizador del evento. Espero se encuentre a gusto después del viaje a través del tiempo y su viaje a Marte.

Dylan dijo que cuando era joven recorrió lugares en situaciones bastante incómodas, y trasladarse siglos hacia el futuro no le afectaba en lo absoluto. Lo que si le intrigaba era por qué lo trajeron a él y a otros músicos. Fue entonces cuando extendió el porro de marihuana a Tomás, con cortesía de caballero ganador de un Nobel, un Príncipe de Asturias, muchos grammys y discos de oro. Tomás debía concentrarse para organizar la logística del concierto, pero no pudo evitar aceptar y dar una fumada. No todos los días Bob Dylan te invita a fumar mota. Una vez que la hierba hizo efecto comenzó a recordar el pasado… o al menos, su pasado inmediato, pues todos los músicos del Live Age tenían su propia percepción del concepto.

Todo comenzó una generación antes de que Tomás naciera. Ahora tenía 22 años y el problema de su generación y la de sus padres se veía muy lejano. A finales de la década del 2090 se descubrieron los viajes en el tiempo. Fue en el CERN y se basaba en algo de la teoría de cuerdas que nadie entendía pero todos comentaban. En cuanto la noticia se hizo pública, los empresarios de todo el mundo acapararon los viajes en el tiempo para sus propios fines, como suele suceder cada que se realiza un descubrimiento científico nuevo o valioso. Podías viajar a la Edad Media, al Londres Victoriano o a la Roma Imperial, pero un solo traslado era tan caro que resultaba privativo para cualquiera que no tuviera al menos un millón de dólares en su cuenta bancaria. Era imposible divertirse en un bar de los años 1920’s bailando swing… pero el ocio era la menor de las preocupaciones: ahora, cualquier empresario con suficiente dinero y aires fascistas podía trasladarse a la Alemania Nazi y entregarle a Hitler un libro de Historia. Sucedía lo mismo que con la energía nuclear: una tecnología demasiado poderosa y peligrosa para estar en manos de gente sin escrúpulos.

Tomás podía viajar a través del tiempo cuando quisiera. Desde niño su padre lo llevó al periodo jurásico y a ver el estreno de Volver al Futuro, una de sus películas favoritas. Esa era la ventaja de ser el hijo de uno de los accionistas que financió el proyecto para viajar al pasado o al futuro. Cuando se fue de borrachera por el tiempo y conoció a diferentes revolucionarios españoles y mexicanos durante su juerga por el siglo XX, quiso hacer algo para democratizar los viajes a través del tiempo… con el dinero de papi.

Papi no se lo tomó nada bien.

─Vaya. Eso me gano por darte todo. Te das una vuelta a los setenta y ya llegas con ideas de esos pinches hippies mugrosos que te llenan la cabeza de ideas extrañas.

─Ay, papá. Ni siquiera fui con los hippies. Primero fíjate. Fui a principios del siglo XX con el ejército rojo ruso y me tomé un pulque con Pancho Villa.

─Y ahora, según tú, quieres cambiar el mundo –usó un tono de sarcasmo hiriente.

─No. Lo que quiero es concientizar a la gente. Quiero organizar un concierto masivo en Marte, reunir a las más grandes leyendas de la música, que cante Janis Joplin, Deep Purple, Michael Jackson, Madonna, Led Zeppelin… todos juntos tocando durante semanas con un mismo fin: democratizar los viajes en el tiempo. Que la música sirva para una causa humanitaria, como pasó en su momento con We are the world, el Live Aid y el Live 8.

─Uy, sí. Claro. ¿Y le vas a poner Live Age?

─A huevo, está chingón el nombre.

─¿Y quién rayos lo va a pagar?

─Tu tarjeta de crédito, obviamente.

─Haz lo que quieras, Tomás. Exprime mi dinero, como siempre. Solo te diré algo: no vas a lograr nada. ¿Crees que vas a mejorar el mundo? ¿Crees que vas a cambiar las cosas? We are the world no logró nada: sigue habiendo miseria en África. El Live Aid tampoco. Hasta el momento no hay cura contra el sida. ¿Sabes dónde han terminado todos los idiotas que quieren embellecer a la sociedad? No en la cárcel ni en el panteón, sino en la plaza pública del pueblo, siendo los loquitos que se sacan la verga y se ponen a hablar solos. Para allá vas, joven idealista.

─¿Entonces sí me das el dinero?

─Nomás no invites a Bono.

La organización del concierto fue de un esfuerzo histórico. Literalmente, pero también significó una de las mejores experiencias de cualquier ser humano. Incluso muchas personas que Tomás reclutó trabajaron gratis con tal de hacer una invitación a cualquier leyenda viviente. Durante el concierto no faltaron los problemas de organización. “Tomás, Elton John y David Bowie tienen problemas. No se deciden quién será el activo y el pasivo”. “Axl Rose es un tipo odioso, como siempre. Te dije que no lo invitáramos”. “Que dice Bruce Dicksinson que quiere practicar esgrima antes de salir al escenario”. “Iron Maiden dice que el Eddie inflable no funciona”. “The Who. Dije The Who. No quién”. Por fortuna todo salió a la perfección. Las naves salieron rumbo a Marte, y en su suelo se instalaron tiendas de campaña. El evento fue glorioso, entre el metálico del escenario y el rojo de Marte. Unos androides se dedicaban a resguardar la seguridad. Pese a los contratiempos todo fue histórico. Tan legendario como los músicos.

Cuando menos se dio cuenta, Bob Dylan había entrado al escenario. La gente lo recibió con admiración, respeto y ansiedad de que comenzara. El cantautor recitó uno de sus habituales monólogos. Dijo que estaba a favor de la causa de democratizar los viajes en el tiempo, que apoyaba a la gente del pasado, su presente y el futuro. Anunció que cantaría algo sobre la importancia del tiempo, y de cómo los tiempos cambiaban. Más que gritos, se escucharon susurros de millones de bocas mientras Dylan empezaba:

Come gather 'round people wherever you roam, and admit that the waters around you have grown…

Tomás se sentó en una silla plegable, pretendiendo descansar, cuando su asistente lo tocó del hombro.

─Ya están aquí. Los que van a cerrar el concierto.

Se puso de pie como si la silla estuviera envuelta en llamas. Caminó hasta el recibidor, temblando.

John, George, Paul y Ringo estaban frente a él. Vestían sus atuendos psicodélicos de la portada del disco Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band. Los saludaron, todavía incrédulos por trasladarse tantos siglos. Nadie dijo una palabra. Solo se escucharon los millones coreando que los tiempos cambiaban.

Dylan se despidió, no sin antes anunciar a The Beatles. Esta vez, los gritos se escucharon hasta en la Tierra.

Paul mostró su guitarra a la audiencia mientras John tomaba el micrófono y carraspeaba:

Los que están en Marte pueden aplaudir, en la Tierra basta con que hagan sonar sus joyas.

Entonces Paul comenzó a cantar la única canción acorde a ese momento:

It was twenty years ago today, Sgt. Pepper taught the band to play, they've been going in and out of style, but they're guaranteed to raise a smile.

A Tomás no le importó si cambiaría el mundo o si los millonarios se sensibilizarían. Era maravilloso estar allí, disfrutar del show, y formar parte de la Banda de Corazones Solitarios del Sargento Pimienta.

***
Bernardo Monroy
 nació en 1982 en México D.F. y actualmente vive en León, Guanajuato. Es periodista y ha publicado el libro de cuentos El Gato con Converse y la novela La Liga Latinoamericana; así como la novela electrónica Slasher, disponible gratuitamente en el portal Zona Literatura, y W.M.D. y Segunda Temporada en el portal Penumbria. Es aficionado a los videojuegos, los cómics y los géneros de terror, fantasía y ciencia ficción, y escribe porque está frustrado, ya que nunca pudo ingresar a la Escuela de Jóvenes Dotados del Profesor Xavier. Sus textos han sido traducidos al klingon y al élfico.

Este texto es parte del no. 6 del fanzine La Trampa del Bulevar (febrero 2017), que recopiló varios textos centrados en el fenómeno de la Beatlemanía.

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