Es lo Cotidiano

Yonke y putero [V]

Javier Fernández

Yonke y putero [V]

Múm Bivalvo es amigo de la infancia y un hijoepú. Conviene que no lo olvides. Fue, es, seguirá siendo amigo de la infancia e hijoepú antes que juez, antes que responsable del dictamen que hace catorce años te condenó a pasar el resto de tu mezquino devenir tras las rejas. Di que estás furioso, pero no que estás sorprendido, Ganga: eso sería mentir. Te advertí de Múm cuando íbamos en Quinto, en los años del pueblito aledaño a Tapalpa, saliendo del descampado del profesor Brito Bivalvo, su padre. Íbamos a lomo de caballo, con los pantalones enmarañados de espigas, tragando cocada. Sin imaginar que en el vértice del sembradío el espantapájaros iba a dejarnos mosqueados; yo, más mosqueado que tú. Plantado ahí, justo para evitar que los escasos alumnos faltáramos a clase para irnos a embuchar cocada. Espantapájaros hecho y derecho, pavoroso mono de estambre y trapo crucificado a dos maderos, cubierto por un overol de mezclilla, en largos de pana. Adefesio teatral que a tiro de piedra daba el gatazo de fantasma; mirándolo de frente lucía burdo, malhechote. Topándoselo así, Ganga, de golpe, hablando de nada y con el paladar escaldado de coco, te pega el chasco de la vida. Por supuesto, caí del caballo, enfurecido con la estirpe Bivalvo. Entonces rezongué, me escucharas o no: “¡Aguas con estos jijos! ¡Te lo digo, Ganguita, aguas!” Dices que no me oíste; lo mismo da. El batir de las herraduras chasqueaba el barrizal, las bestias inquietas. Reíste a concha abierta. Esto no lo sabes, Ganga: desde entonces el muñecazo me trunca el sueño, con sus greñas jaloneadas a mitad del plantío, las manos de olote corrupto, los ojos de ixtle, balbuceando lo que parecen ser lóbregas mitologías, apelando a foscas maldiciones… Que con té de toronjil. Algo de ejercicio y a sorbos el té, minutos antes de acostarme. Lo intentaré; ya es bronca mía. Dije “Aguas” para que te cuidaras. ¿Hiciste caso, Ganga? Mírate. No.

Múm llegó a juez, semanas antes de que la fiscalía vinculara tu caso. Se supo que sería él, el mayor de los Bivalvo, quien tendría a su cargo el laudo, y confiaste en la familiaridad de un amigo de la infancia, ignorando el resto: la parte hijoepú. Las advertencias son para eso, Ganga. Para ser escuchadas. Y seguidas. ¿Que no me la oíste?, bah, la jugabas de guapo. En tu raudo tren de vida, ocupado en alzar la falda, arremangar la blusa a la chamaca que te lo permitiera, clavar el ojo emponzoñado a la que no, como sucedió en primera instancia con mi Vetty, apenas dabas tregua a oír reparos. Refutabas consejos, sermones, sin oídos para lo que yo, ni para lo que nadie tuviera que aportar acerca de Múm o de cualquiera de los Bivalvo, que son un buen. Un solo espantapájaros, Ganga, y el oportuno “¡Aguas!” deberían bastar. Cuidarse. Tener los oídos que no tuviste. Conocer al juez: ahora que tienes tiempo, en la visita quincenal que me encomienda el juzgado, te platico.

Múm tiene una particularidad bochornosa, un lunar y dos defectos. Va la particularidad; que no salga de aquí. El miembro de Múm Bivalvo solo funciona a oscuras. Como lo oyes. En una habitación, o sobre todo, en el establo donde Múm pernocta, al que traslada sus conquistas, aquello se pone en guardia, la sangre lo anega, lo endurece, y pierde gas conforme en el establo se recompone la luz. Un doctor de la uni ha dicho en charla de pasillo que la duración promedio del miembro rígido de Múm y en general la de los varones nacidos en la comarca profunda del Bajío no pende del acervo pensante de sus ancestros, como uno supondría, sino de la rabia suprarrenal que lo supedita y tal vez hasta lo contradice. Tal hecho se corrobora con grafiquitas de pastel.

Múm vive en un establo, ¿sabes? Lo ignoro; lo ignoramos todos. La hipótesis que mejor se sostiene al paso de los años… Años que tú, Ganga, vives, vivirás en prisión dado que Múm Bivalvo, de quien no te cuidaste, soltó el martillazo, estampó su rúbrica en sendos formatos judiciales. La hipótesis –te decía– generalmente aceptada, es que Múm trasladó sus enseres al establo cuando terminó su labor como reportero de nota rosa en La Ribera Noir. La tarde de viernes en que, en plena mordida de Múm a un panini, irrumpió en la sala de redactores el Editor Sr. secundado por un Editor Jr. como testigo anónimo y gris, como estos deben ser, y ahorrándose el preámbulo leyó, para el grupito que tomaba el lunch, a voz fastuosa, quizás demasiado potente, el memorándum que formalizaba su despido. Lo que se llama un cortón sorpresa, a gritos, sin motivo y en bola. Dicen los presentes, y quienes escucharon y desde entonces propagaron el chisme, que Múm dejó en la bandeja tres cuartos de panini: en su desconcierto, por la razón que sea, aflojó su corbata, se desabotonó el cuello de la camisa hasta la altura del ombligo y, sollozando, ya sin chamba, dispuesto a mudarse al establo de su padre, dejó expuesto medio pecho, confiándonos su preciosura: el lunar. Mira que es lindo. No olvido –menos lo olvidas tú, Ganga– que al caer el martillo que te declaró culpable Múm se incorporó, se retiró la indumentaria solemne y, mirando a la concurrencia de soslayo, tuvo la delicadeza de mostrarlo. Mientras chillabas y pataleabas en pos de una consideración ya improbable, con mi Vetty lloriqueando en un discreto taburete, lo vimos. Bah, pregúntaselo a él. Si te lo topas algún día. Que lo dudo. Es una referencia notable cerca del esternón, arcillosa, así: grandecita. Reconstruye en tu memoria el cedazo de la crin del caballo que montabas aquel día, cuando el espantapájaros y el estéril “¡Aguas!”, y de algún modo verás la tonalidad acanelada de barro y carne, aguacero y cutícula en el blanquísimo tórax de Múm Bivalvo. O bien, figúrate una plasta de lodo en el pizarrón donde su padre desarrollaba la relatoría del 5 de Mayo, el fluir del CO2 por la laringe o las hondonadas de un teorema. 

Múm se dedicó a la nota rosa, mientras pudo. Te preguntas: ¿existe correlación entre la asiduidad y eficacia de Múm para narrar eventos sociales en plan cándido, bañarlos de ligereza y jarabe emocional, con el acto de mudarse a un establo? Qué dices. ¿Podemos asociar el que sin previo aviso te lancen al desempleo, con emprender la carrera judicial? ¿Qué diantres juega el lunar aquí? ¿Qué hay de tu facilidad con las prendas femeninas, Ganga, en especial las de Vetty, mi Vetty? Mírame. Temí que fuera Múm, y no tú, quien se fijara en ella. Que me mires. Pregúntante: ¿cómo justificar la potestad que a un juez confiere el Estado, con la arbitraria, larguísima sentencia de Múm Bivalvo contra ti? Su primer defecto: juzgar en caliente. Sea para habitar un muladar, como para dictar veredictos al bravazo, Múm Bivalvo se pronuncia según un aleatorio, terrible ánimo que poco responde a criterio legal. Es un hombre aluvión, de los que aplican vectores en la vida del resto. Sólo porque pueden. Sólo porque sí. Un aluvión particular, dado que, como ya vimos, de noche apunta al coño con el bálano encendido, y al alba, reveladas las primeras columnas de luz, nomás no.

Múm puntualiza los fallos a solas: el segundo, letal defecto. Y no lo hace a partir de evidencia, sino con chispazos de sensatez que halla en la serenidad de su biblioteca. Mientras lee. Más bien: mientras corrige. En cada ejercicio de lectura, el juez Bivalvo se afana en corregir lo que tiene a mano, trátese de un salmo bíblico o un recetario, el clasificado dominical o un bodrio de Tolstoi. Todo lo enmienda, todo lo tacha y borronea. ¡La suerte que han corrido equis o ye infractores con un simple retoque del juez Bivalvo a la foja siete u ocho! Carga con una plumita inequívoca: traslúcida, de boquilla aqua, y se pone: tiz, taz, esto fuera, aquello se pule, tal pronombre está de más, eso lleva mayúscula, aquí falta un “empero” o un “si y sólo si”, etcétera. En su biblioteca, estancia considerable de mobiliario porfiriano e iluminación proveída por una serie de bulbos tenues, de halo amarillento, integrados a los anaqueles con un dejo de paz y eternidad, Múm Bivalvo, con la cabellera abundante, tirada a ambos lados, dispuesta en suaves oleadas de greñal perfectamente cepillado, lee. Al leer, corrige. Imagínalo: ¿o tienes algo más útil que hacer? No, Ganga, no lo tienes. Y mírame. Supón que Múm toma un volumen de cuentos de Amos Oz para cotejar sus memorias del agro michoacano con la placidez de la vida rural en la campiña israelí. Lo aborda al pie de la única ventana de su biblioteca, a medio velar por un juego de pesadas cortinas, la noche arbitraria, el charco cósmico. Cruza las piernas, echado atrás en la mecedora, balancea un pie. La escena es mansa, sigilosa. Múm cambia la página con severidad: el hojear del papel es uno de los dos posibles sonidos en tan impecable quietud eléctrica. El otro es cuando Múm –simultáneamente– refunfuña y con su pluma aqua altera lo que lee. Supón que no es Tolstoi, ni Amos Oz, sino tu legajo: un detalle, Ganga, suficiente para alejarte de aquí. La tuve en mis manos. El agua llegó a su nivel. Mi Vetty acabó pálida, huesuda, enclaustrada por meses. Pude entrar a la biblioteca en la víspera de tu resolución y, con el tino que me caracteriza, acercársela, dejar que Múm la hojeara, activar su pluma.

Esa pluma cuya puntilla sisea. Y al sisear, corrige.

No corrigió la pesadez, el ancho de tu sentencia.

Rogaste al amigo de la infancia. Te ignoró.

Mira que te lo advertí, te grité: “¡Aguas!”

No tuviste oídos, ni tantitos oídos.

¿Los tienes ahora, eh, Ganga?

Vuelve a tu celda, imbécil.

Regreso en quince días.

Abril 5, 2017

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Javier Fernández.
Comunicólogo y narrador, Javier nació en la ciudad de México en 1971. Ha residido en Guadalajara, Tijuana, Mexicali y el poblado tarahumara de Chinatú. Colaborador intermitente en medios impresos y electrónicos, a veces con el seudónimo Mr Phuy, se ha ocupado en la docencia, el comercio, la producción de radio-video, los servicios financieros, la función pública y el desempleo. En el fuero de sus influencias están Camilo José Cela, Julio Cortázar, Fernando Del Paso, Allen Ginsberg, Francis Bacon y los hermanos Coen. Su primer libro Si tarda mucho mi ausencia (ICBC, 1993) obtuvo el Premio Estatal de Literatura en Baja California. En 2010 publicó El estadio que naufragó (CreateSpace, 2010) y Señora Krupps (Static Libros, 2010 / CONACULTA, 2013). Seguir a los gansos es su tercer volumen de cuentos.

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