Es lo Cotidiano

CUADERNO DE NAVEGACIÓN

Abstinencia [XXXVII]

José Luis Justes Amador

Abstinencia [XXXVII]

Octubre, 8

Comienzo el día con un “feliz cumpleaños” medio a regañadientes pero sincero. Lo merezco. Lo sé. Pero no lo quiero, como decía hace tiempo Julietita. Hago la cuenta de los años en los que no fumé, es decir, infancia y primera adolescencia, contra la de años que llevo fumando. Gana la segunda opción y por bastante diferencia. No me siento ni mejor ni peor. Lo contemplo como un simple dato. El porcentaje es casi de tres a uno. Tres años fumando por cada uno de los que no lo hice. Y todavía no me ha pasado nada.

Octubre, 9

Releo la entrada del día anterior y me asombra la calma, o la inconsciencia, con la que escribí “todavía no ha pasado nada”. Mientras los alumnos resuelven un examen de práctica antes del real que tendrán la semana que viene, googleo para buscar los efectos sobre el cuerpo, dependiendo de los años fumando. Es casi imposible encontrarlo. Salvo en las horribles (horribles más que horripilantes, porque nadie les hace caso ni se las toma en serio) fotografías de las cajetillas, hay más sobre los efectos de no fumar (o dejarlo, mejor dicho) que sobre los efectos de hacerlo.

Octubre, 10

Sin darme cuenta, y tal vez por la costumbre, he vuelto a aumentar la dosis sin ser plenamente consciente. Cuento los cigarrillos que no he fumado completos hoy y me salen diez. Son también los que no he disfrutado, los que he fumado por, sencillamente, no tener nada mejor qué hacer. Son diez, los mismos que habían llegado a ser una ración diaria. Toso demasiado. No me he repuesto perfectamente de la gripa y además se avecinan días complicados. Compro caramelos, dulces baratos, en la tienda de la universidad. La verdad es que están buenos y me obligan a no concentrarme en el tabaco. Si sigo comiéndolos a este ritmo endiablado (cada vez que tengo ganas de fumar), se me acabarán cayendo los dientes por exceso de azúcar. (O, al menos, eso dicen. Debo googlearlo también.)

Octubre, 11

Bajo del taxi en la mañana. Mi lugar de trabajo ha desaparecido oculto tras una niebla más que espesa. Sale vaho de mi boca. Espeso como la niebla contra la que se recorta. Prendo un cigarrillo. Exhalo el humo. Después respiro, ya sin tabaco, y lanzo mi aliento contra los dos nueves que aún no se han mezclado. Los tres tonos de verde forman un dibujo impresionantemente hermoso. Por momentos como éste vale la pena no dejar de fumar. Casi me tropiezo en uno de los escalones de la universidad.

Octubre, 12

Ocupado en mil cosas y solo en casa no he hecho mucho esta semana por detener el consumo o bajarlo. De hecho creo que hoy lo superé con creces. Salí de fiesta. Me meto a la cama como puedo. Prendo un cigarrillo. Me acuerdo de que estoy a punto de quedarme dormido. Lo apago tras darle un par de caladas apresuradas. No quiero morir por algo relacionado tan indirectamente con el tabaco, como el incendio de unas sábanas.

Octubre, 13

No logro despertarme. Tan acostumbrado estaba a tener el café junto a la cama, que me sorprendo preguntándome donde estoy. El blackout se amplía. Habrá que pensar en hacer algo. Prendo un cigarro para despertarme. Mejor dicho, prendo el que dejé ayer a mitad de fumar. Me recuerda el principio de una novela de hace unos años, en la que el protagonista despierta y bebe la cerveza caliente que sobró la noche anterior.

Octubre, 14

Estoy a punto de salir a una boda. La última en la que estuve apenas fumé. Por motivos ajenos a mi deseo. ¿Cuándo convertimos las celebraciones en espacios sin humo?

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