Es lo Cotidiano

ESTA CANCIÓN PODRÍA SER TU VIDA [13]

Confusion is next (Sonic Youth, 1983)

José Luis Justes Amador

Esta canción podría ser tu vida, 13
Confusion is next - Sonic Youth (1983)
Confusion is next (Sonic Youth, 1983)

[Ir a Esta canción podría ser tu vida, 12]

Fue, o debió ser, el último año de la carrera. Teoría de cuerdas, cuántica avanzada, topología, idioma extranjero y una voluntaria que debía ser de humanidades. Yo escogí crítica literaria. No sé por qué. Las otras opciones, geografía o historia, me recordaban las peores horas de mi enseñanza secundaria. Supongo que también atraído por la fama de los alumnos y las alumnas de letras. Descontrolados, inevitablemente noctámbulos y, además, la materia no sonaba como a que fuera a quemarme neuronas que iba a necesitar para los otros cursos.

La fauna, no encuentro una palabra mejor, que se juntaba en aquellas clases mañaneras de viernes (como un preludio al fin de semana) era, como poco, variopinta. Aunque todos coincidían en algo: una doble vida. Había un árbitro de baloncesto que estudiaba Filología Clásica y su enamorada (que nunca consumó su amor) que compaginaba la literatura medieval en español con las copas que servía en una cafetería cercana a la universidad. Un matemático que tocaba el violín en la recién formada orquesta sinfónica de la ciudad compartía pupitre con un estudiante de biología marina (¡en una ciudad en la que no había mar y el río siempre había estado contaminado! Eso sí es vocación). Había tres chicas por cada representante del género masculino y apenas coincidíamos sino en esas tres horas. A alguno, por la noche, lo conocía de vista.

Y fue la vista la que me hizo fijarme en ella, de la que no sabría hasta mucho tiempo después que era una de las presas más codiciadas, no sólo de su carrera sino de su facultad. Yo sabía desde el principio que estaba fuera de mi liga, aunque le resultara simpático que a un físico le interesara la crítica literaria. Algo que le expliqué en una de nuestras primeras conversaciones, tal vez en la primera justamente antes de entrar a nuestra primera clase. Small talk. Que lo que realmente me interesaba era una materia que me robara las menos horas posibles. Y que fuera sencilla. A aquella afirmación mía contestó con una risa entre la condescendencia, por pensar que era fácil, y la piedad, porque ella, que ya había tenido a aquel maestro, sabía lo que nos esperaba.

“Fantasías uterinas en la literatura norteamericana” era nuestro libro de texto que, para más inri, había sido escrito por Bardavío, nuestro maestro. Hubo momentos durante aquel año que, más allá de lo que aprendí de la materia, o sea, nada, deberían pasar a una antología de lo que nunca debe hacerse dentro de un salón de clase. Ni afuera.

Con ellos, a los que les hacía gracia el científico al que además querían ilustrar, conocí otra noche. En la misma ciudad y apenas a un par de manzanas de distancia. Con ellos pasé del rock’n’roll y la imposibilidad de platicar al jazz y las eternas y nunca repetidas conversaciones que comenzaban el viernes a mediodía y acababan, con suerte, en altas horas de la madrugada del sábado. Si es que no lo hacían a la hora del desayuno.

Para Ana, así se llamaba, yo no era nada con lo que pudiera tener futuro. Un pagafantas antes de que la palabra existiera. Un peluche. Alguien que nunca le iba a decir que nada. Un amigo antes de que existiera la friendzone. Pero ahí estaba. Siempre. Para lo que hiciera falta.

Salimos todos una noche. Venía a la ciudad un grupo de jazz que nunca había venido y del que todos los suplementos culturales, locales y nacionales, decían lo mismo: imperdible. Nuestro maestro también estaba allí.

Lo que pasó nunca lo sabré ni lo sabremos. Salió rapidísima y nerviosa del baño al que había ido lenta, dejando resbalar su hermosura por los ojos de los que no podían evitar mirarla, y tranquila, segura de sí misma. Me agarró del brazo y me pidió que la acompañara a tomar el aire. “Llévame donde quieras”, dijo, “pero no preguntes”. Acabamos en uno de mis sitios. Yo la escuchaba mientras ella me hablaba de algo que ya no me acuerdo. Aunque en realidad tampoco escuchaba mucho. Habíamos ido a uno de los lugares más under de la ciudad.

El disco se titulaba “Confusion is sex”. Y ella se suicidó a los pocos meses de recibir su título.

Al lunes siguiente reuní datos que no explicaban nada, pero que hacían de lo que pasó aquella noche algo más comprensible. Al maestro, nadie decía el nombre porque todos podían entenderlo, alguien lo había encontrado a la hora de cerrar el bar de jazz: borracho, vomitado y con un labio partido en el baño de hombres.

Mi enseñanza, sin embargo, fue otra: no importa con quien duermas sino con quien la gente piense que duermes. Confusión, eso es todo. Y no sacar al mundo de su confusión.

 




***
José Luis Justes Amador (España, 1969) es filólogo con un posgrado en Cambridge sobre poesía inglesa contemporánea. Sus publicaciones más recientes son "99" (2019, UAA) y "El poeta, enamorado, escucha 'The Velvet Underground and Nico'" (2018, IMAC).
 

[Ir a Esta canción podría ser tu vida, 12]

[Ir a la portada de Tachas 357]