jueves. 18.04.2024
El Tiempo

En defensa de la palabra “abnegación”

"En México tenemos tres formas de enfrentar casi todos los problemas sociales: crear una ley, crear una comisión, o crear una fiscalía especializada..."

En defensa de la palabra “abnegación”

En México tenemos tres formas de enfrentar casi todos los problemas sociales: crear una ley, crear una comisión, o crear una fiscalía especializada. Sabemos que en realidad, esto no resuelve los problemas, pero la sensación de tranquilidad en la sociedad en general, y especialmente en la clase política, aumenta, por la convicción de que “ya estamos atendiendo el problema”. Pues bien, en el marco de esta tradición tan propia de nuestra cultura nacional, me permito compartir ante el foro de mis lectores, que he soñado con la existencia de una Fiscalía Especializada en Delitos contra las Palabras, la FEDEPA.

No me parece que deba perder mucho espacio en la presentación de motivos para justificar la existencia de tan importante órgano procurador de justicia. La FEDEPA atendería los múltiples delitos que se cometen contra las palabras. Muchos de ellos no requieren del acopio de pruebas, pues son ya del dominio público. Algunas palabras son agredidas simplemente por ignorancia y desconocimiento de las reglas más elementales de ortografía. Otras palabras ven violentados sus derechos laborales, al ser despedidas, injustificadamente, para ser sustituidas por otras, nada más porque las nuevas son de importación y suenan más chic. Hay también delincuentes frecuentes contra las palabras, como los locutores deportivos.

Pero esos casos son ya muy conocidos, y no quiero seguir, porque temo que el lector crítico encuentre, en este mismo artículo, algunos ejemplos dignos de ser atraídos por esta fiscalía. Me interesan más otros casos: aquellos en que buenas palabras, decentes, incluso hasta simpáticas, han sido injustamente desvaloradas, tergiversadas y sometidas al escarnio público. En mi sueño de creación de la FEDEPA, me imagino presentando ante el juez, el caso de la pobre palabra “abnegación”, que merece mi especial respeto. Como estoy al día en todo lo que se refiere al nuevo modelo de justicia, me imagino de pie, solemne, dirigiendo mis palabras a un juez calvo y circunspecto. Presento a la consideración mis lectores el alegato, que me sirve no sólo de ejemplo, sino de justificación plena para crear, algún día, la FEDEPA.

“Señor Juez:

Como puede enterarse cualquiera que pueda acceder a un diccionario, la abnegación es una virtud, que consiste en la capacidad para renunciar, voluntaria y libremente, a los propios deseos e intereses, por solidaridad con otra persona. Sin embargo, la abnegación, en la sociedad actual, ha sido utilizada peyorativamente, como un sinónimo de esclavitud o de explotación, especialmente de la mujer. Las razones son entendibles: la frase “mujer abnegada” se utilizó, malamente, para describir a las mujeres a las que se les hacía renunciar a sus planes y proyectos personales en un servicio impuesto a su familia, a su esposo, o a otras organizaciones sociales, como las iglesias. Así, la frase “mujer abnegada” se usa frecuentemente como antónimo de “mujer liberada”. Incluso se ha descrito una condición, en psicología, que lleva ese nombre: “síndrome de la mujer abnegada” que describe la actitud enfermiza de una persona que pone las necesidades ajenas por delante de las propias, para ganar la estima de los demás (especialmente los hombres, el marido) sacrificando su individualidad.

Pero el problema no está, señor juez, en la virtud de la abnegación, sino en la imposición de una conducta que no es deseada libremente, a veces por la fuerza de la cultura, a veces por las heridas personales, que nos llevan de buscar enfermizamente la aprobación de los demás y terminar siendo lo que los otros quieren que yo sea. La verdadera abnegación no tiene que ver con eso. Es una actitud que requiere de la más absoluta libertad, y diría más, es una de las actitudes que dan cuenta de una mayor libertad en las personas. La abnegación está ligada a la capacidad de renuncia, o al desapego ¡una de las virtudes más extrañas para el mundo posmoderno y neoliberal! La libertad verdadera no se establece nada más en relación con los demás, sino también con las ataduras que surgen de la dependencia de las cosas, de los bienes materiales, y de deseos inagotables, fruto de una actitud infantil ante la vida. El niño berrinchudo, que desea todo y nunca está satisfecho, incapaz de anteponer las necesidades del otro a su insaciabilidad, no es plenamente libre. Una persona verdaderamente libre, es capaz de desprenderse de las cosas, y no depende, para tomar sus decisiones de vida, de una relación enfermiza de dependencia (como la de la caricatura de una mujer abnegada). Un persona, así de libre, es capaz, entonces, de renunciar a algunos de sus intereses, de sus bienes y de sus deseos en una acción solidaria auténtica por el servicio a los demás. Una virtud que nos llevaría, por ejemplo, a acoger con más generosidad y apertura a los migrantes centroamericanos; a transformar nuestros criterios para evaluar las políticas públicas, no en la medida que afectan nuestros intereses, sino en la medida que ayudan a los más necesitados. Dar tiempo y dinero para el servicio desinteresado a los demás, es una forma de abnegación.

Al perder el derecho a decir lo que verdaderamente significa, la palabra abnegación no puede ser incluida en ningún plan de estudios o en una conferencia, o en un artículo, sin que levanten la ceja y censuren en las redes sociales los verdugos modernos de esa Santa Inquisición que hoy se llama “corrección política”. ¡Cuando formar hombres y mujeres abnegados, capaces de renunciar a los intereses personales, movidos por la empatía solidaria, debiera ser una de los objetivos fundamentales de la educación, en la familia y en las escuelas! Para eso, es preciso, señor juez, devolverle a la palabra abnegación el sentido verdadero que le ha sido arrebatado”

(Una furtiva lágrima rueda por la mejilla del magistrado)