El día siete
Leonardo Biente
El día siete llegó como cualquier otro,
con poco sol
sin mucha emoción,
causando estragos en el ánimo de unos cuantos
y deprimiendo a mi abuelo que
se deprime en los días nublados.
Llegó sin mucho preámbulo ni anuncio,
discreto como cualquier otro día del mes diez,
preparado para vivir un rato y dejarse morir
para dar paso a otro.
El día siete llegó y todavía faltaban
casi quince años para el cambio de siglo
y para los fines del mundo personales,
y todavía había guerras pendientes
y nada iba a cambiar si yo nacía
un poblador más para el mundo,
de suerte que ese día murieron cuatro,
al menos a la misma hora de mi nacimiento.
Era de madrugada en mi casa,
de día al otro lado del mundo
y sólo un poco más temprano más al norte.
No pasó nada extraordinario
lloré como todo niño vivo
al momento de ser arrojado al frío.
El doctor me golpeó y le respondí
meando su bata blanca. Me acostaron
en una cuna, se les ocurrió ponerme
el nombre de mi padre y de mi abuelo
y de mi bisabuelo y cerré los ojos ese día,
apenas unas horas después de haber nacido
para el mundo, para soñar que regresaba
a mi casa uterina o
para intentar morir
para librarme de lo frío
de lo cegadoramente blanco.
Fue mi primera empresa sin éxito:
viví y fui llevado a lo que sería
mi casa por los siguientes años,
me instalaron en un cuarto
cuya ventana daba a una calle pacífica
y me enseñaron a rezar.
Crecí jugando solo u
ocasionalmente con un vecino
muy raro que siempre me hacía preguntas tontas,
yendo a la escuela
donde mis compañeros tenían ideas muy raras.
Hay nada de especial en esta historia
como en esa otra que me cuentas.
Pero contémoslas de todas maneras.
Ya estamos aquí.
***
Leonardo Biente es escritor y poeta. También es empleado de día.