viernes. 19.04.2024
El Tiempo
Jaime Panqueva
07:16
09/12/17

Dueño de sus hilos, el titiritero Antonio Camacho

“Somos una compañía de títeres que nació hace 40 años. En el 2002 tuvimos con el FONCA el teatro del Seguro Social en comodato, dentro del programa Comodatarios del Teatro para la comunidad teatral…”

Dueño de sus hilos, el titiritero Antonio Camacho

Titiritero desde hace cuatro décadas, Antonio Camacho, fundador de la compañía La coperacha de Guadajalara, nos visitó esta semana en Irapuato para compartir sus conocimientos en dramaturgia, construcción y técnicas actorales como parte del programa de retribución social del FONCA y la Secretaría de Cultura. Conversamos un rato sobre su proyecto Casa Reforma en el centro de la capital tapatía y del trabajo que realiza con su grupo en colonias marginadas.

JP: Cuéntanos sobre La Coperacha y la Casa Reforma

AC: Somos una compañía de títeres que nació hace 40 años. En el 2002 tuvimos con el FONCA el teatro del Seguro Social en comodato, dentro del programa Comodatarios del Teatro para la comunidad teatral. A partir de entonces, con todos los problemas que lleva esto, aprendimos a administrar y manejar un espacio escénico. Con ello, llegaron las ganas de tener un lugar propio, porque, además al finalizar el convenio ya no cabíamos. Teníamos una colección de cerca de 500 títeres y 80 escenografías. Un acervo bastante considerable para un grupo de Guadalajara. Le ofrecimos la colección al municipio a cambio de un espacio, y entramos en la discusión de ese momento, sobre si debía hacerse un museo o no, pues había espacios catalogados como museos que no albergaban una colección permanente. De allí vino la idea de hacer el Museo de Títeres de Jalisco, pero nos ofrecieron una casa muy pequeña en el centro, a un par de cuadras de la Catedral, que estaba en perfectas condiciones. Estuvimos a punto de aceptarla. Pero luego, nos ofrecieron otras cinco opciones. Una de ellas la casa Reforma, la más antigua de la ciudad, pero estaba abandonada y casi a punto de colapso. Los muros del siglo XVI, XVII y XVIII estaban intactos, pero todas las bóvedas se habían desplomado. La casa era una jungla de maleza, de flora y fauna nociva, de escombros y vigas que estaban caídas como palillos chinos. Y hablamos de una finca con 32 salones, muy nobles en la altura y en los espacios. Muy parecida a la Casa de la Cultura de aquí de Irapuato, pero con tres patios y dos plantas. Eso nos cuadruplicaba el compromiso económico para la restauración. Sin embargo, aceptamos el reto.

JP: Eso implicó un gran trabajo de gestión: conseguir fondos, supervisar la restauración, además del trabajo museográfico y escénico...

AC: Sí, te estoy hablando que comenzamos en el 2008. El comodato se nos otorgó en el 2011, y en lo que comenzamos a limpiar, a asumirnos como sociedad donataria, hacer proyectos ejecutivos, conseguir fondos, y muchos etcéteras, pasaron otros tres años. En el 2014, con ayuda del ayuntamiento y la Cámara de Diputados, gestionamos 13 millones de pesos a lo largo de tres años para realizar las adecuaciones en los 700 metros cuadrados con dos plantas, adobe por adobe para poder consolidar la estructura retirando los elementos que pertenecían al siglo XX. También se recuperaron los elementos de hace tres o cuatro siglos. Dejó de ser la más vieja y más fea, para ser la más vieja y más guapa. Se ve esplendorosa, puedes entrar y ver salas del siglo XVII con vida, tenemos funciones, talleres de títeres... Sí fue un gran trabajo de gestión, con muchos avatares pero fuimos oídos por la federación, por fundaciones privadas y, sobre todo, por la gente del barrio.

JP: Es interesante charlar contigo porque podemos hablar de dramaturgia, de música, porque también eres músico, de restauración... pero me gustaría preguntarte por la gestión de proyectos culturales en colaboración con las entidades oficiales, algo en lo que ustedes capacitan a otros gestores.

AC: Me gusta como lo plateas tú, está perfecto. Nosotros lo llamamos gestión desde la sociedad civil, porque va más allá de una carrera, una profesión o un trabajo. Conlleva un enamoramiento con el proyecto. Nosotros no hacemos gestión cultural en términos generales, académicos o políticos, no administramos otros proyectos porque no vamos lograr lo mismo. Lo llamamos autogestión porque la clave consiste en que gestiones tu propio proyecto. Lo que te he contado puede parecer una serie de actividades inconexas, que abarcan mucho y en áreas muy diferentes, pero en realidad es una sola cosa la que hacemos: ser nuestros propios productores y gestores. Cuando tienes que crear una pieza musical o una obra teatral, después haberla escrito tienes que producirla para que llegue a un público, y te vuelves productor. Más adelante, la misma realidad te lleva a buscar tu espacio, y éste, luego se vuelve un espacio cultural. Es parte de volverte, como artista latinoamericano o de la provincia mexicana, dueño de tus hilos. Puede ser frustrante esperar que las políticas del Estado se adapten a tus necesidades, casi nunca sucede. Nosotros decidimos entrarle al toro por los cuernos y generar los proyectos, que han sido bien acogidos por las instancias de gobierno y la iniciativa privada. Ahorita, trabajamos en una ópera con una orquesta de Rochester en Nueva York. Se llama Comala de Ricardo Zohn para el Festival Cultural de Mayo. Creo en estos modelos de Brasil, Colombia, Perú o Argentina donde los grupos no se hacen un negocio o una empresa, pero sí un proyecto cultural autogestivo con el control total de sus medios de producción.

JP: También han realizado un trabajo importante con la comunidad en áreas violentas de Guadalajara, ¿podrías comentar cómo se han desarrollado en este aspecto? ¿Cómo puede el arte ser una alternativa a la violencia?

Por una parte me formé con el teatro de los sesentas y setentas que implicaban un vínculo muy fuerte entre el artista y su entorno social. Por otra, nací en las colonias del oriente de Guadalajara, una ciudad que está dividida desde su fundación, no por un muro, sino por un río que se convirtió en calzada. Yo siempre viví de la calzada para allá, donde se daba una vida cultural muy sabrosa. Además cuando estudiaba en la Universidad de Guadalajara nos mandaban, dentro del programa Desarrollo de la Comunidad, a limpiar las calles o a dar clases en las colonias de la periferia, así que era algo que nunca me ha sido ajeno. Del 2008 para acá, cuando estábamos en el Teatro del IMSS, íbamos a las colonias, perifoneábamos, invitábamos a la gente que fuera al teatro o al parque. Dábamos funciones gratis en la colonia y los invitábamos para que luego fueran una segunda vez gratis al teatro, y que ya la tercera vez pagaran un boleto con descuento. Era nuestro programa de formación de público, y funcionaba bien porque así la gente iba por primera vez al teatro. Y para ellos es muy impactante; chavos de las pandillas nos agradecían llevar las funciones porque así sus hermanos veían que había otras alternativas a estar en la pandilla y vender drogas. Hace unos diez años recuerdo que un chavo llegó al baldío donde hicimos la función con su bebé en brazos, y su novia adolescente, muy guapa, con thinner en la mano, la mona, le dicen. Le preguntamos porqué venían a ver el teatro; nos respondió que cuando hacíamos teatro había calma en la colonia; dejaban la droga o la caguama en la casa y podían convivir con las personas que de otra forma no podían siquiera ver. Eso creo que amerita todo un estudio sociológico...

JP: Pero no cualquiera llega a estas colonias a hacer teatro. ¿Qué se necesita? ¿Cómo puede multiplicarse ese efecto?

Es cierto, hay gente que a veces llega y no es bien recibida. A veces los universitarios u otros llegan creando una distancia con la gente: nosotros somos los artistas y ustedes los beneficiarios. Quizás por haber sido del barrio a nosotros no nos pasó. Creo que nosotros tenemos algo que ofrecer y ellos también. Aceptarse mutuamente marca la diferencia. Quizás no está bien que yo lo diga, pero no cualquiera puede llegar a hacer ese trabajo bien. Se necesita empatía, ponerte en los zapatos del otro.

JP: Para terminar: ¿te gustaría comentar sobre el taller que impartiste aquí en Irapuato?

AC: Sí, estos talleres son muy padres porque no sabes a lo que te vas a enfrentar. Traes una carpeta y un esquema, pero al llegar te das cuenta que el grupo tiene otras expectativas. Es grato porque esperaba menos gente y el cupo se rebasó con una deserción mínima. El perfil de los participantes fue muy rico. Hay gente que estudia teatro, gente que está haciendo teatro, profesores, bibliotecarios, y muchos emplearán el títere como una herramienta para su trabajo pedagógico. Y hemos empezado a partir de la materia, no de la dramaturgia o de la actuación, decidimos partir de la fabricación de títeres para llegar luego a las otras instancias. Como lo afirma Mauricio Kartun, a través del objeto llegas a la dramaturgia y a la actuación. Cómo el hule espuma, el papel maché, te va llevando a construir un personaje, una trama y, luego, un montaje de teatro. Bueno, es imposible generar todo el proceso en las veinte horas de taller. Pero los introduces en ese mundo. Estoy muy contento.

JP: Nos gustaría mucho tenerte de vuelta, no sólo para este tipo de talleres o también para el de autogestión. Sino con tu compañía para ver sus representaciones.

AC: A mí me gustaría mucho, es la primera vez que vengo a trabajar a Irapuato y como grupo nunca hemos venido. Sería estupendo. Además, les pregunté a los alumnos y me parece extraño que no conozcan ningún grupo que haga títeres en la ciudad. Por el tamaño de la ciudad y su tradición, creo que debería haber un grupo trabajando en este campo. Es una gran oportunidad para quienes quieran abordarlo. Porque además de ser un buen empleo, es un excelente medio de expresión. Y para los profesores es una herramienta quizás más moderna que la tablet o la computadora. O, al menos, más versátil. Seguiremos en contacto.  


Comentarios a mi correo electrónico: [email protected]