Jaime Panqueva
10:56
10/08/19

El río de los muertos

“Para no ir lejos, pienso que el río Laja y los catorce cadáveres que se han recolectado en el último mes…”

El río de los muertos

De regreso de Colombia traje un regalo que me ha acompañado a lo largo de estas semanas, la versión discográfica del oratorio compuesto por Alberto Guzmán Naranjo, El río de los muertos. La pieza, concebida para orquesta, coros y solistas soprano y barítono, fue estrenada a mediados del 2016 con la participación de la Orquesta Sinfónica de Cali y coros de la Universidad del Valle.

Podría hablar largo sobre la música del maestro Guzmán Naranjo, directa y melódica, con una conexión inmediata con quien la escucha, pero en particular me gustaría comentar los temas empleados para componer este homenaje a la memoria de la barbarie que vivió Colombia en las últimas décadas. A través de notas periodísticas y poesía se exponen los hechos que tuvieron como protagonistas al Estado colombiano, en la masacre de Trujillo, a la guerrilla en la masacre de Vigía del Fuerte, y a grupos paramilitares en la matanza de El Salado. Se mencionan fechas, nombres, mientras a través de la música y el canto se aspira a una memoria que evite la repetición de crímenes atroces. Dividida en tres partes, las dos primeras narran el miedo y la muerte, para finalizar con el regreso de los desplazados y la esperanza:

 

Que descansen en paz
si paz hubiera.
Que no vuelva el espectro de sus nombres
a remover la ceniza de la tarde...
Que devuelvan los aires
la esperanza perdida
y el mismo sol
agónico en la sombra
vuelva el calor de la violada entraña.

 

Imposible escuchar El río de los muertos sin relacionar el sinsentido de la historia colombiana con el conflicto mexicano. Para no ir lejos, pienso que el río Laja y los catorce cadáveres que se han recolectado en el último mes, casi todos junto al fraccionamiento Los Olivos en Celaya, se evoca en los versos musicalizados por Guzmán Naranjo al referirse a los cuerpos sin identificar:

 

Llegaron flotando por el río:
eran los NN de la guerra,
de los que nadie quería hablar
lo que no reclamaba nadie.
En las orillas de los puertos
se repartieron los entierros:
fueron bautizados
Juan, María, Tomás...
Encontraron
una tumba blanca
en un cementerio pequeñito
con flores.
Y tuvieron visitas los domingos
y música en cada aniversario
con mariachis.
Hoy cada uno tiene dos historias:
la que tejieron sus nuevos deudos
la verdadera
que buscan sus parientes.

 

No sé si los muertos de este riachuelo crecido por las lluvias tengan un final como el de aquellos de Puerto Berrío, cuando nuestras autoridades aún se aferran a la negación, a revictimizar u ocultar los muertos y sus motivaciones, o emplean fosas comunes clandestinas, o tráileres para sacarlos de la vista y llevarlos de paseo, como sucedió el año pasado en Guadalajara. Tengo más certeza del paralelismo de un postulado que entona el coro de la masacre de Trujillo: “Veinte años después no hay condena... ninguna condena...”

Música y poesía reclaman, buscan las fibras íntimas de lo humano, conmover esa dura piedra que es el espíritu de nuestro siglo. Agradezco a mi amigo Ricardo Visbal Sierra por presentarme esta obra e invito a los lectores para que se acerquen al trabajo del maestro Alberto Guzmán Naranjo, que ha musicalizado también versos de grandes poetas contemporáneos colombianos y el año pasado estrenó Isaacs, una ópera sobre el autor vallecaucano que escribió la novela romántica María, conocida y admirada también en México.

Me despido con este verso:

 

Desde la orilla
un niño
mira con asombro
esta vena rota
-el río-
por donde sangramos todos.

 

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