Es lo Cotidiano

CUENTO

El virus de la humanidad

Bernardo Ajar

Tachas 137
Tachas 355
El virus de la humanidad


Mientras recorro paso, a paso, el húmedo camino que me llevará al caldo degrada orgánico, y me convertirá a mí, y al resto de los sobrevivientes de mi raza en composta psíquica destilada como alimento para la raza de Los Dominantes, no puedo contener una amarga sonrisa por lo que esta sencilla y fúnebre marcha representa para todos -el fin de la raza humana- hace 70 años eso se hubiera escuchado muy trágico y bastante remoto, en especial cuando éramos la raza dominante sobre la tierra y de las más prolíficas; igual que lo fueron en sus tiempos los pájaros dodo de su isla, como lo eran los tigres, los elefantes y los delfines, o más preocupante aún, como lo fueron las vacas, los perros, y los pollitos, antes de su desaparición de este planeta a causa de nuestro “aprovechamiento de recursos naturales” y “consumo responsable de proteínas

Siempre pensábamos en ese entonces: ¿Qué es una especie menos en la tierra cuando quedan otras más que pueden usarse? o mejor aún, clonarse, a base de sus células madre las razas originales ya extintas, fabricarlas y comercializarlas en masa.

Con el único inconveniente que eran menos nutritivas que las originales y mucho más aburridas, como la carne de pollo clonada con menos nutrientes que la de los originales, y los perros que si bien aprendían a hacer suertes y piruetas carecían de la lealtad, ternura y fidelidad que sus antepasados genéticos tenían; tal parecía que se podía duplicar la raza pero no la esencia de la misma, y por ser solo para uso práctico eso no importaba realmente.

Pero ¿Qué más daba? Que más daba cuando la especie dominante en turno pudiera usarla y luego prescindir de ella, tal vez conservar un espécimen original disecado en algún museo para que los niños vieran lo curiosa que esa especie era en su tiempo. Esto era lo normal, hasta que ese destino nos alcanzó a nosotros.

Igual que otra especie antes de su ocaso, estuvimos en reservas confinados, y siendo estudiados. Sacaron de nosotros cuanto necesitaban, muestras, información, y hasta conocimiento de nuestra tecnología que les ayudo a perfeccionar la máquina que filtra nuestros impulsos mentales y emociones, en destilado de energía y alimento para la nueva raza dominante- ciberorganismos invasores de planetas que absorben la energía de sus habitantes para el alimento y perfeccionamiento de sus mentes y cuerpos- Hasta ahora no se habían topado en sus conquistas con seres tan complejos y exquisitamente sensibles como nosotros. Somos como una droga para ellos y sus cables hipotalámicos, lástima que somos los últimos naturalmente formados sin ser sacados del laboratorio en producción en masa como los que nos seguirán gracias a nuestras muestras.

Ahora mientras a mi alrededor algunos luchan por no ser lanzados, y otros rompen en llanto antes de ser arrojados al caldo, yo me sumerjo lentamente como si de un lago tibio se tratase, y antes de que el líquido viscoso y acido cubra mis ojos y oídos, la escena de uno de esos seres superiores luchando con otro por una dosis mayor de nuestro destilado me llena de gozo, de envidia, ira, deseo, desesperación, rencor, y tal vez esperanza, emociones demasiado complejas para sus fríos y lógicos softwares.

Hoy tal vez la raza humana llegue a su fin, pero solo es una simple inoculación fortuita de un organismo a otro no inmunizado, este es el fin de la raza humana pero el comienzo de la inevitable pandemia como legado para las nuevas razas, y futuras generaciones, nuestra punzante y siempre agridulces esencia: el virus de la humanidad.




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Bernardo Ajar. Escritor de Ciencia Ficción. Este cuento aparece en Los mejores cuentos y fue publicado en diciembre de 2015.

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