Esperanza en el interregno

"A ese espacio de tiempo entre reinos, se le llama el interregno, y actualmente nos sirve para designar periodos en los que las formas antiguas –de organizarse, de gobernar, de funcionar– se vienen abajo, pero todavía no surge una idea clara del camino que hay que tomar..."

Esperanza en el interregno

"La crisis consiste precisamente en el hecho de que lo viejo muere y lo nuevo no puede nacer: en este interregno se verifican los fenómenos morbosos más variados".

A. Gramsci.

En el mito de la formación de Roma, Rómulo muere –o es asesinado– a la edad de 54 años.  En esa época era la expectativa normal de vida, por lo que, se supone, prácticamente ningún contemporáneo suyo había vivido lo suficiente como para saber cómo se debía gobernar, más allá de su experiencia de ser mandado por un líder carismático como Rómulo, supuesto hijo de Marte. Se inicia entonces un periodo de incertidumbre, porque el viejo régimen termina, pero no se sabe qué es lo nuevo que se ha de construir. Durante un año los senadores se alternan en el cargo, hasta que es nombrado Numa Pompilio como emperador. A ese espacio de tiempo entre reinos, se le llama el interregno, y actualmente nos sirve para designar períodos en los que las formas antiguas –de organizarse, de gobernar, de funcionar– se vienen abajo, pero todavía no surge una idea clara del camino que hay que tomar.

Durante el periodo de interregno se tiene más claridad sobre lo que hay que demoler, que sobre lo que hay que construir. A nivel mundial estamos en un estado de interregno. Se tiene consciencia de que las viejas formas de organizarse (la democracia, los partidos, la globalización excluyente), no dan las respuestas suficientes. La modernidad líquida no ofrece certezas de continuidad. La misma relación de territorio-estado-nación se tambalea, así como la relación entre poder y política: el poder de actuar en un territorio reside, cada vez más, en agentes supranacionales vinculados a la economía, más que a las autoridades electas.

Pero si bien somos capaces de diagnosticar los síntomas de esta sociedad mundial enferma, no somos capaces de prever, y mucho menos de construir, todavía, nada nuevo. En el estado de interregno las personas están atomizadas. La idea de clase desaparece y es sustituida por la de la exclusión. Los excluidos luchan en lo individual por no quedar fuera, incapaces de organizarse en torno a una utopía. Esto lo podemos constatar en las convocatorias en las redes sociales para marchar, que son hechas, generalmente, en torno a ideas vagas que mencionan el objeto a derruir, pero que no invitan a construir lo nuevo.

En México, nuestro particular interregno tiene matices casi de humor negro. La democracia, a la que los mexicanos creíamos haber llegado apenas, está en crisis. Alcanzamos un barco con problemas graves de flotación. Y nuestros primeros ensayos nos han llevado, en vuelo sin escalas, al mismo descontento que aqueja a las democracias más vetustas: no hay líderes capaces de convocar y de construir esperanza y se sustituye al político estadista por el cómico, el futbolista o cualquier sujeto capaz de suscitar adhesión, más por su capacidad de señalar lo que no queremos que por su propuesta viable de cambio. La convocatoria morenista para el voto era ambigua y difusa en lo que se quería construir, lo que le permitió abarcar un espectro de adherentes muy amplio, pero difuso y confuso. Pero era clara en lo que quería destruir, el viejo régimen, “la mafia del poder”. El nuevo aeropuerto es, por eso, un símbolo, más que una estrategia técnica.

La misma ambigüedad en la convocatoria se dio, en la otra acera, para los que quisieran manifestarse en contra del gobierno hace unas semanas. El llamado era claro en cuanto a lo que se quería destruir: AMLO. Pero las demandas concretas podían ir desde el absurdo de pedir la renuncia del presidente hasta otras muy concretas y atendibles, como el tema de las guarderías o el presupuesto para la ciencia. La convocatoria era amplia y ambigua, porque es la única forma de convocar a las multitudes en el interregno.

En nuestros tiempos, la gran pregunta, la que de verdad debemos hacer, no es qué queremos destruir, sino qué queremos construir, y quiénes pueden y están dispuestos a hacerlo. A nivel nacional, podemos seguir obsesionados elaborando listas de los errores de AMLO y mandándolas por las redes sociales. Pero, ¿a dónde queremos ir después de AMLO? El peligro es pensar que quitando a López Obrador desaparecen nuestros problemas. ¿Veníamos acaso del paraíso?

Una de las características del interregno, desgraciadamente, es la ausencia de liderazgos fuertes, capaces de definir el rumbo. Es poco probable que surjan de nuestra actual clase política, demasiado desacreditada. ¿No queda más que esperar? El gran obispo de Recife, Dom Hélder Cámara escribía: “Lo esencial es transmitir este maravilloso descubrimiento: en las cinco partes del mundo, viven unos hombres y mujeres, de todas las razas, de todas las lenguas, religiones e ideologías, dispuestos a no escatimar sacrificio alguno para ayudar a construir de verdad y de una vez un mundo más justo y más humano” a estas experiencias de vida, les llamaba “Minorías Abrahámicas”. Y soñaba que, aunque fuera a pequeña escala, empezarían a marcar un nuevo camino. Al final del día, cuando el sistema por fin se derrumbe, muchos voltearán a ver estas experiencias y quién quita y desde ahí surja lo nuevo.

En eso creo. Hay que empezar a construir, en el interregno, aunque suene utópico; es más realista que creer que cambiando a un presidente cambiamos a un país.