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Estoy pensando en el final: Phillip K. Dick sin Phillip K. Dick

Oscar Luviano

Oscar Luviano
Tachas 381
Estoy pensando en el final: Phillip K. Dick sin Phillip K. Dick

Cuentan aquellos que conocieron al autor de Sueñan los androides con ovejas eléctricas que, cuando le llamaban por teléfono, eran sometidos a un largo interrogatorio (más o menos el mismo que se ve en la primera secuencia de Blade runner) para determinar si quien llamaba era una persona o un robot de aviesas intenciones. Una vez que el amigo demostraba ser humano, debía someter al mismo Dick a ese mismo cuestionario para comprobar si Phillip Kindred Dick era Dick o una copia autómata que había tomado el lugar del escritor.

Esta escena, entre muchas similares en la vida de Dick, podría figurar, sin problemas, en la última película de Charlie Kaufman, I’m thinking of ending things: puedo ver a los padres de Jake someter a su novia (Lucy, Louisa, Amy o Ames) a las cien preguntas del test Voight-Kampff para determinar si se trata de ella, o de cuál de ellas se trata, o si esta chica es (en realidad) su propio hijo desdoblado en la encarnación de su deseo.

Esta inclusión no quedaría, creo, como un mero parche. No porque, como los detractores de la cinta aducen, la cinta sea tan incoherente como pedante, de modo que cualquier añadido daría igual en esta película que es, en apariencia, un amasijo de escenas de gente hablando sobre la pintura de Andrew Wyeth y la opinión de David Foster Wallace sobre la televisión.

En realidad creo que esta escena iría bien en Estoy pensando en el final, porque I´m thinking of ending things no es una comedia romántica sobre cómo cortar a tu novio insufrible (como la traducción de su título y su marketing han hecho creer). Tampoco es (sólo) una reflexión sobre las relaciones de pareja heterosexuales (supongo que no serán pocos aquellos que le cliquearon en Netflix esperando otra Marriage story). Estoy pensando en el fin de las cosas o Estoy pensando en terminarlo todo es, en realidad (creo), una reflexión sobre la sustancia de la realidad, sobre la forma en que nuestro pensamiento crea esa realidad, y sobre lo que sucede en esos escenarios neuronales cuando sobreviene su destrucción.

Temas, todos ellos, phillpkdickeanos.

Uno de los efectos de nuestro canon blanco y centroeuropeo es que es necesario que cualquier autor (y sobre todo autora) demuestre ser parte de una tradición wasp, que no incluye, desde luego, a ese género llamado ciencia ficción: Kurt Vonnegut, Stanislaw Lem, Ursula K. Leguin y un largo etcétera, son algunos de los autores a los que se ha negado el reconocimiento a la grandeza de sus obras y a la largueza de su influencia.

Y muy detrás de todos ellos está Phillip K. Dick (1928-1982) quien es (sin duda) la mayor influencia literaria de este siglo: Phillip Roth, Kashio Ishiguro, Martin Amis y hasta José Saramago son sólo algunos de los nombres serios y consagrados que han acampado en los terrenos del autor de Ubik, con mucho menos fortuna y hondura que el original, en su intento por describir realidades alternativas que (según palabras del propio Dick) ocurren simultáneamente a nuestro alrededor y luchan entre sí por aniquilarse.

Aunque Dick es rastreable en una gran cantidad de obras literarias, cinematográficas y de toda índole, su invisibilización canónica provoca que muchos se encuentren ante un Phillip K. Dick sin saber que se trata de un Phillip K. Dick, pues el pensamiento generalizado sobre lo que es un Phillip K. Dick está equivocado: Blade Runner, Total Recall o Minority Report nos han hecho creer que los cuentos, novelas y ensayos de este autor están lleno de tecnologías inéditas, aventuras en planetas lejanos, acción y mujeres de senos muy grandes. Nada más equivocado.

Scanner Darkly (Richard Linklater, 2006) es las más fiel de las adaptaciones de Phillip K. Dick, y lo que muestra es, esencialmente, a gente hablando mientras la realidad se diluye sin que puedan evitarlo. En ese caso, para simular la percepción alterada de un universo que se derrumba, Linklater uso una animación impostada sobre la imagen real.

En el caso de I´m thinking of endings things, no hay filtros: el espectador no está alertado de que se encuentra ante el retrato de un mundo que cae, y con esa caída altera lo que se presenta a cámara: lo que parece una comedia romántica sobre el final de una relación es, en verdad, el bucle de una memoria que se repite, y en cada repetición pierde consistencia, lógica, datos, y paso a paso se convierte en una sucursal del infierno. El de una vida que ni siquiera podemos recordar como deseamos.

Películas como Being John Malcovich o Synecdoche, New York resultaron películas nuevas, deslumbrantes y confusas porque no tenían parangón al momento de su estreno. Como la obra de Dick…

Y después del descalabro romántico-misógino de Anomalisa (acaso su filme más accesible), Kaufman vuelve con una obra irritante y deslumbrante a parte iguales, en la que no es sencillo entrar; desagradable y conmovedora.

Adaptación libre de una novela de Iain Reid del 2016 (un material que apuesta más por el terror psicológico y la sangre que por las sutilezas del filme), I’m thinking of ending things se aparta del original y lo convierte en un Phillip K. Dick sin Phillip K. Dick. Ciencia ficción de la que importa.      

Se trata de una película, en apariencia, muy sencilla:  Lucy acude a conocer a los padres de su novio, con quien desea terminar esa misma tarde. Los padres de Jake viven en una granja decadente y llena de horrores (cuerpos congelados de borreguitos y el hoyo que dejaron unos cerdos infestados por larvas). La cena es espantosa y revela la naturaleza violenta de Jake, oculta bajo capas de pasividad hasta ese momento. De regreso, en plena tormenta de nieve, Jake insiste en tirar los envases de unos helados en los botes de basura de la que fuera su escuela secundaria. Ahí descubre que el anciano conserje los espía desde una ventana del colegio y entra para enfrentarlo, dejando a Lucy en el coche, a merced del frío.

Esta sinopsis no puede reflejar lo que cada una de las escenas del filme suma para retratar un recuerdo que se desvanece: los cambios de nombre de Lucy (Louisa, Amy o Ames) que efectúan los padres de Jake durante la cena, padres que mutan de edad y de estado de salud de una escena a otra, el perro que nunca deja de sacudirse la nieve, los arañazos que aparecen en la puerta del sótano vedado, la foto infantil de Jake que es, en realidad, una foto de Lucy, el devastador poema que Lucy recita como suyo y que después aparece en un libro en el cuarto infantil de Jake, el mensaje en el teléfono que Lucy que parece provenir del anciano conserje de colegio…

Kaufman ha conseguido la que es, para mí, su mayor película, fuera de toda tradición cinematográfica (tan alejada de los filmes de Netflix como de las etiquetas a los clientes de la plataforma están habituados), a menos que podamos definir un género phillipkedickeano. Un filme que refleja el infierno de ser un personaje atrapado en una memoria que, al tratar de encontrar una memoria del pasado feliz, sólo se destruye.

Estoy pensando en el final ( I´m thinking of endings things) puede verse en Netflix.




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Óscar Luviano (Ciudad de México, 1968). Narrador y poeta. Cuentos suyos se incluyen en Nuevas voces de la narrativa mexicana (Planeta, 2003) y en Así se acaba el mundo (SM, 2012). Colabora en diversos medios y publicaciones.

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