Es lo Cotidiano

Ética del comunicólogo (o cómo sonar socialmente responsable y salir airoso en el intento)

Eduardo Celaya Díaz

Ética del comunicólogo (o cómo sonar socialmente responsable y salir airoso en el intento)


Comunicar no es fácil. Es una habilidad que todos, o casi todos, poseemos, y de cierta manera es fácil de realizar, pero se complica horriblemente al momento de entender todo el proceso que conlleva. Alguna vez di un pequeño cursito sobre cómo comunicar, y me gusta comenzar esta tarea mostrando el modelo de comunicación, en el que se muestra al emisor, el mensaje y el receptor. Hasta ahí todo bien, pero cuando empiezo a mencionar los elementos de código, medio ambiente, retroalimentación, ruido, etc. etc., los oyentes suelen poner cara de interrogación. Es lógico, nunca nos ponemos a pensar en el impacto que nuestras palabras o mensajes tendrán, ya que nos han inculcado que nuestra tarea termina al momento de abrir la bocota.

Es innegable que en los últimos meses hemos vivido con intensidad la irresponsabilidad en los medios de comunicación. Es difícil abrir el Chrome sin encontrarse noticias sobre el genocidio en Alepo, la Lady Wuu, los XV de Rubí, el indigente quemado y demás noticias, una tras otras, sin el más mínimo análisis, sólo imágenes, estímulos, provocaciones para dar clic, para ganar likes, reacciones y un lindo compartir. Me queda claro que quienes escriben y publican este tipo de mensajes quieren llegar a la mayor cantidad de receptores, y lo que pase después, es problema de otro. Somos irresponsables en potencia al abrir la boca, dar un clic, compartir o escribir una opinión, así como son irresponsables quienes emiten mensajes cargados de discurso, proyectando una imagen de supuesta objetividad, como si fueran los únicos dueños de la verdad absoluta. Es entendible, por supuesto. A nadie le gusta pensar demasiado en muchas cosas, lo mejor es recibir la información digerida, y saber en qué lado nos tenemos qué poner, qué debemos opinar, porque así es más fácil entrar a las conversaciones de café, a las noticias godínez de la mañana, e incluso, saber cómo opinar en la publicación compartida del amigo. Nos estamos encerrando cada vez más en nuestras propias ideas, en el mundo de la supuesta comunicación y la información, y nos estamos volviendo expertos en encerrarnos en nuestras burbujas de cristal.

Sin embargo, pido un poco de prudencia. Si bien es bueno opinar, porque abre el panorama, hay qué hacerlo desde uno mismo, y sobre todo, por favor, se los suplico, se los ruego con todas mis fuerzas, con información. Hace un par de horas me dediqué a un pequeño ejercicio que creí sería divertido. Comparé una página de ateos contra una de fanáticos religiosos. Quería ver sus argumentos, nada más, y tal vez soltar una que otra risita. Sin embargo, lo único que vi fueron ataques sin argumento, reducciones al absurdo llevadas al extremo, para señalar que el otro es un reverendo imbécil, y yo estoy en lo correcto. Expresiones de este tipo no son dos o tres, las redes, las benditas redes sociales están plagadas de este tipo de expresiones. Hablemos por hablar, llenemos los muros propios y ajenos de nuestras opiniones, y así nos vamos a entretener más.

Cierro mi humilde opinión (que espero sea bien tomada) con un ejemplo de la vida real. Hace un par de años formé parte de una gira de teatro en la que llevábamos una obrita de educación sexual a varias secundarias de la ciudad. Había una escena muy divertida, llena de albures y chistes bobos en la que tratábamos el tema del SIDA, después cambiado por VIH, para estar a la moda. Hoy lo recuerdo, y la piel se me eriza. Lo único que hacíamos, y me incluyo, era hacer chistes, burlarnos de la epidemia, provocar la risa fácil. ¿En dónde quedaba nuestra responsabilidad al comunicar este problema de salud, y de inclusión de poblaciones vulnerables? Poco importaba, lo importante era que los alumnos de secundaria reían, nos permitían seguir con la obra, y nosotros cobrábamos y vendíamos más funciones. Que de las consecuencias se ocupen otros, que al menos ese día saqué para las cervezas del fin de semana.

Vámonos poniendo serios, si vamos a comunicar, hagámoslo bien, que si lo hacemos para sacar para la borrachera de la semana, mejor me pongo a recoger basura o a levantar paredes, al menos mis irresponsabilidades quedarán en un círculo menor, y no prendiendo un pequeño fuego que pueda arrasar un bosque entero. Y me callo.

***
Eduardo Celaya Díaz
(Ciudad de México, 1984) es actor teatral, dramaturgo e historiador. Fundó el grupo de teatro independiente Un Perro Azul. Ha escrito varias piezas teatrales cortas, cuentos y ensayos históricos.

[Ir a la portada de Tachas 186]