Finitud

“Debemos hablar de lo que está pasando, de cómo estamos viviendo todo esto…”

La vida es tan corta y el oficio de vivir tan difícil, que cuando uno empieza a aprenderlo, ya hay que morirse.
Ernesto Sabato

La finitud es propia de los seres humanos; somos los únicos que nos sabemos finitos. Una de lasposibilidades que tenemos para ser y hasta para trascender esacercarnos a laconsciencia de esa condición yal uso de la inteligencia para sobrellevar esa única e inevitable certeza, la muerte.

Jugar con la vida misma se ha convertido en deporte extremo. Sobrevivir casi todos los días en las calles y avenidas, ante la falta de periciade quien conduce un auto o de quien sabiendo que ha bebido alcohol más de la cuentase pone frente al volante de auto,se ha vuelto algo cotidiano. La cifra de muertes por accidentes viales crece cada año; somos más y hay más automóviles, camiones, motocicletas y bicicletas circulando todo el tiempo. Las ciudades ya no duermen. Las ambulancias y las líneas telefónicas de emergencia no dejan de trabajar.

La energía vital destinada para sobrevivir se ha ido redistribuyendo con el desarrollo de la cultura y de las soluciones que creadas para modificar nuestra percepción sobreel estar en “alerta” y con alguna“seguridad para sobrevivir”. Lo hemos hecho modificando nuestro entorno, creando nuevas condiciones para salirnos de nuestra relación con las especies con las que competíamos por losalimentos y por el territorio, tomando ventaja y abusando de nuestra fuerza contra la propia naturaleza y,muchas veces, en contra de la progenie humana.

La llamada civilización entró en una profunda contradicción. Hoy la pandemia del COVID-19 nos alerta nuevamente de los riesgos del colapso civilizatorio, mismos que crecen cada día. Las prospectivas futuristas señalan que de continuar como vamos, en la escala y profundidad del impacto ambiental y de la lógica del modelo capitalista y economía de mercado, la hecatombe se presentará en tres o cuatro décadas más.

Hoy somos más seres humanos en todo el planeta. Es la primera vez que vamos así de rápido: en 100 años pasamos de 450 millones de habitantes a poco más de 7 mil 800 millones. El crecimiento continúay cada año se incorporan 84 millones de personas a la Tierra. La idea de la regulación del tamaño de la población presenta desafíos morales y sociales que ponen entredicho las visiones pragmáticas y utilitaristasrespecto al control de la población humana. La solución no está ahí. Se debe cambiar el modelo de desarrollo que tenemos ahora. Hay poco tiempo para revertir el daño causado a los ecosistemas y para reorganizar la vida social y ajustar los criterios de dignidad y calidad de vida para cada persona que habite el planeta.

Sin embargo, la muerte,inherente a la condición humana, se ha instalado en la cotidianidad con formas por demás crueles e inhumanas. Los seres humanos están muriendo por enfermedades producto de una industrialización desmedida de los alimentos y de prácticas de consumo que poco tienen que ver con una adecuada salud y de una calidad de vida sana, por una parte. Otras muertes, lasmás, tienen que ver con las enfermedades infecciosas de todo tipo —tanto de origen bacterianocomo viral-; otrasestán ligadas al proceso de envejecimiento natural y por las fallas metabólicas de origen orgánico que los seres humanos experimentamos. Muchas otras más tienen que ver con las prácticas sociales asociadas a la lucha por el poder, por incrementar las ganancias y por defender los intereses de particulares,y también por el control de los recursos naturales y por las visiones ideológicas y religiosas que todavía son pretexto para la guerra y el exterminio.

La industria de las armas es un gran negocio de escala global sin escrúpulos. Las ganancias son muy altas, acosta de la vida de cientos de miles de personas cada año. La relación entre ventas de armas de fuego unipersonales y su contrabando es un factor clave en la expansión de los grupos criminales, junto conel incremento de los negocios ilícitos desarrollados en los últimos 50 años de manera acelerada, creado una cultura de la muerte. Las cifras en México en las últimas décadas muestran la dramática tragedia por la que estamos pasando con las violencias que se expresan en todas sus formas, donde la impunidad y la corrupción han permitido un nivel ya inaceptable de su naturalización, donde las armas de fuego son un componente central para entender lo que pasa.

La pandemia también nos trajo la posibilidad de pensar en la vida y valorar la existencia. No ha sido fácil, y menos en un país donde el vacío de autoridad carga los dados a favor de la incredulidad y de la desconfianza. Donde salir a la calle en tiempos de la pandemia se convierte en desafió y en un riesgo extremo, sin medir consecuencias. Los datos de contagio a nivel mundial así lo muestran; lo que pasa en el país, en los estados y municipios, lo confirman.

La imprudencia y la ignorancia siguen siendo los aliados de una pandemia que extiende sus consecuencias y afecta a los más vulnerables, aunqueel virus no hace distinción de personas. Ya se ha dicho y documentado que si guardamos la distancia física recomendada, si practicamos las medidas de sanidad —como el lavado de manos y la desinfección de áreas comunes de trabajo y convivencia-, junto con el uso adecuado de cubrebocas, disminuiríamos radicalmente la expansión de la enfermedad en pocos días. Pero la conciencia de finitud,nuestra ventaja como especie, como sociedad y personas,de poco o nada nos está sirviendo.

Debemos hablar de lo que está pasando, de cómo estamos viviendo todo esto. Hablar de los temores y miedos que nos rondan todos los días. De lo que haríamos si nos contagiamos, de cómo nos sentiríamos si contagiamos a nuestros seres queridos: padres, madres, hermanos, hermanas, hijos e hijas, abuelos y nietos. Debemos invitarnos a cuidarnos, para que la única certeza que tenemos se convierta en fuerza de vida ante la finitud de la existencia,y no hacer del descuido y la temeridad unatragedia mayor a lo que yaestá pasando.