viernes. 19.04.2024
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Una historia al azar

Blanca Parra

Una historia al azar

“Lance los nueve dados y seleccione una de las caras superiores como su punto de partida para crear la historia”, dice en las instrucciones de los Story Cubes (versión “Once upon a time”), uno de los regalos que mi hijo me dio para Navidad. Previamente, para evitar “tendencias”  (defectos de ser profesora de Probabilidad), había decidido que seleccionaría el del centro. Al lanzar los cubos, el del centro muestra, en su cara superior, tres caras de un dado regular: 1, 3 y 5. Estoy acostumbrada al azar, tan caprichoso. Pocas cosas decido con anticipación; es raro que los planes que hago se lleven a cabo de la manera prevista. He aprendido a moverme a ritmo de jazz.

A la derecha del dado está una torre de ajedrez; a la izquierda, una lámpara de mano; al Norte, un reloj que marca las 12:45, por la posición en la que aparece; al Sur, una flor. A la derecha de la torre hay una flecha que asciende; a la izquierda de la lámpara, un candado; a la izquierda de la flor hay un cometa y a su derecha, la  Luna. Margarita, está linda la mar…

La torre del ajedrez, dice Wikipedia, alude originalmente al ejército de la India, lugar donde se originó el ajedrez. No juego ajedrez ni ningún otro juego de estrategia. Detesto pensar para jugar. Y detesto los ejércitos en tanto que organizaciones para reprimir, atacar, dominar. Y lo mismo ocurre con cualquier sistema  o institución que tenga  los mismos propósitos, llámese escuela, iglesia, o lo que sea.

Siguiendo hacia la derecha está la flecha, y la primera asociación que Google me muestra para “flecha ascendente”  es con el crecimiento empresarial. Lo odio cuando se traduce en el avasallamiento del (o de los) empresario sobre los que se encuentran abajo en la pirámide de poder. Tenemos muchos casos en estos días, extranjeros y nacionales que consideran que este país, su gente y sus recursos, son para su uso personal.

Hacia la izquierda del dado, la lámpara de mano y el candado hacen referencia a la seguridad y a la privacidad que para mí son tan necesarias. Aborrezco las intromisiones. Detesto que la gente intente leer  por encima de mi hombro o que husmee en mis documentos, mis fotos, mis recuerdos. Pareciera contradictorio porque publico prácticamente todo lo que me sucede o me ha sucedido. Pero una cosa es que yo cuente todo lo que yo quiera, muy abiertamente, y otra muy distinta que alguien esculque mis papeles o trate de abrir mi computadora en busca de mis secretos ¡que no tengo! También aborrezco no tener la seguridad, laboral o financiera, que me permita tomar decisiones sobre mi vida. Y no es que necesite tener una sustanciosa cuenta en el banco (que no tengo), pero sí saber que puedo afrontar con relativa facilidad cualquier situación. Afortunadamente, y a pesar de las mil locuras que hago y he hecho (a los ojos de los demás), he logrado mantener mi seguridad dependiendo solamente de mí.

En algún ejercicio en el que participé hace unos cuatro años, con el grupo de profesores de la prepa de la Ibero Tijuana, cuyo director era el padre Mario Cisneros S. J. (un excelente directivo y amigo), cada uno de los participantes tenía que escribir en cuatro tarjetas las cuatro cosas más importante en su vida, una en cada tarjeta. Escribí “mi hijo”, “mi familia”, “mi trabajo”, “mi independencia”, en ese orden. Algunas personas que caminaban alrededor de los que teníamos las tarjetas podían tomar las que quisieran de las manos de cada uno. En la primera ronda me quitaron las dos primeras. Me retiré del juego. Sí, mi seguridad laboral y financiera y todo lo demás son importantes si las puedo compartir con mi hijo, en primerísimo lugar, y con mi familia. Nada tiene sentido sin ellos. Así que en tratándose de amores esos son los que van primero.

Mi hijo es la razón de mi vida, lo que me impulsa, lo que me ayuda a crecer, a seguir preparándome, a mantenerme actualizada en casi todos los temas. Es por él que aprendí y sigo aprendiendo a cocinar, por ejemplo. Y es por él, para estar en contacto, que incursioné en las redes sociales desde el inicio. Tener una cuenta en Twitter y seguirlo me permitía 1) saber que estaba bien, a través de sus tuits, y 2) saber de los temas sobre los que girarían nuestras conversaciones. Todavía funciona así, aunque hay muchas otras personas en mi red.

Mi familia es muy importante para mí. Saber quién soy y lo que cada uno de mis mayores aportó a ese ser se ha convertido en una interesante actividad. Por el lado de mi padre, de mi abuela materna y de mi abuelo paterno nunca tuve dudas. De manera intencionada comencé a indagar sobre  la influencia de mi madre en mí, hace unos tres años; siguen apareciendo detalles que me sorprenden. En los últimos años he ido aprendiendo a conocer a mis dos hermanas; hace un año festejé, por primera vez en la edad adulta, el cumpleaños de mi hermano Manuel (el que sigue de mí). Me sorprenden las diferencias entre los seis hijos de mis padres, de los que yo soy la mayor, pero, a pesar de esas diferencias, cuando sucede algún acontecimiento de trascendencia todos estamos reunidos para apoyar al que lo necesite. A este grupo se han unido la mayoría de los sobrinos y sobrinas.

Mis amigos son también parte de mi familia. Los que me ayudaron a criar a mi hijo; los que me han apoyado cuando lo he necesitado; los que me apapachan con un guiso o un café; los que me han ayudado a encontrar mi camino espiritual; los que me escuchan; los que creen en mí.  Muchos ya no están físicamente, todos están en mi corazón. In my life.


Pero volvamos a los cubos. Hacia el Norte del cubo del centro, como dije, está un reloj que marca las 12:45. La tarde ha comenzado. En menos de un par de meses cumpliré los 64 años que tan lejanos parecían cuando escuché por primera vez When I’m sixty four. Y encuentro que amo lo que es y ha sido mi vida. Cada cosa ha ocurrido en el momento justo; cada paso dado ha sido para bien; la ruta que escogí  en cada encrucijada me ha llevado a conocer gente y lugares que me han dejado muchos aprendizajes, grandes experiencias y fabulosas amistades. He tenido el privilegio de encontrar maestros, en toda la extensión de la palabra, que me han incluido entre sus amistades. ¡Amo mi vida y doy gracias por ella!

Para terminar, están los cubos del sur: un cometa, una flor y la Luna. Por ello recordé el poema de Rubén Darío. Por una parte tienen que ver con mis primeros amores: la literatura, la poesía  y la ciencia. Por otro lado también se relacionan con la facilidad con la que me pierdo en divagaciones que no tienen nada que ver con la realidad. O en mis di-vagaciones que me llevan a ir a hacer la compra del mercado a Guanajuato o al D.F., que me conducen en recorridos que siguen las rutas de las jacarandas o de los tabachines. No tiene que ver con lo práctico sino con el gusto por algo: un sabor, una imagen, una idea. Soy errática como un cometa y vivo en la Luna, dice mi madre, y me llamo Blanca Margarita.

Así termina la lectura de estos cubos. El azar puede ser caprichoso, pero la lectura que hacemos de los dados y de las cartas depende del código de cada uno. Supongo que lo mismo ocurre en la vida real: interpretamos cada suceso en nuestra vida y con ello tomamos decisiones para seguir avanzando. A mí me gusta el resultado.

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