Jaime Panqueva
11:40
05/09/15

Los Jefes

"Dos: En Guatemala sí se pudo."

No pude pasar la oportunidad de celebrar el día del presidente en una sala de cine. ¿Valía la pena exponerse al mismo discurso, a las mismas cifras amañadas, a buscar entrelíneas la siguiente ocurrencia de este gobierno irresponsable, indolente e improvisado?

Leía esta semana que, para la cultura árabe, una excusa es peor que una falta. Y aprovecho para citar esta anécdota que narraba el chileno de origen libanés, Benedito Chuaqui: Cuéntase que un día Harún el Raschid se indignó con su bufón y lo condenó a una severa pena, de la cual sólo se podía librar si dentro de una semana, le presentaba una excusa que fuera más enfadosa que el delito cometido. A los pocos días, se efectuaba una revista militar y mientras el monarca presidía la ceremonia, se le acerca el bufón, inadvertidamente, y le da un pellizco. Encolerizado el soberano, protesta por la irreverencia y, entonces, el bufón se disculpó humildemente: “Perdonad, Majestad, os confundí con la reina”.

No sobra decir que el súbdito se libró del castigo, mientras los habitantes de México seguimos oyendo excusas que abusan de nuestra inteligencia diariamente. Y parece que nada nos pellizca.

O tal vez, sí, por eso fui a ver una película mexicana, Los Jefes. Si usted no es afecto al hip hop o rap nacional, con seguridad no conocerá a El cartel de Santa, una banda regiomontana que ha dado de qué hablar por sus letras, su música, y por la vida, digamos... movida de sus integrantes.

Pues además de discos, presentaciones en vivo, pegatinas y gorras planas, este grupo decidió hacer una película sobre la vida en las calles de Santa Catarina en Monterrey. El resultado sufre de varios fallos técnicos pero llega bien al público porque sabe desarmarlo con una historia seductora. Algunos defectos graves; el sonido casi todo grabado en estudio, pero bien ensamblado; o el reflejo de casi todo el crew, con camarógrafo incluido, en una toma al aire libre, pueden pasarse por alto al escuchar las canciones y sentir la asfixia de un final real y contundente, que echa por el piso la teoría de que lo visto es una apología del delito.

Salí del cine con un regusto amargo en la boca, pero con una buena impresión del trabajo de Chiva Rodríguez, el director, y del elenco de no-actores que empleó para el film. Sí, el guión tiene algunas deficiencias y la edición pudo imprimirle más dinamismo y contundencia al discurso, pero no cabe duda de que no se trata de un simple producto de entretenimiento, hay una sensibilidad plasmada del paisaje urbano, de la vida en los márgenes. Homenajes a Taratino, a van Sant, quizás a Jim Jarmusch, y una denuncia cruda en el fondo de la que no podemos escapar.

Los Jefes llegó a nuestra ciudad de rebote, gracias a la acogida que tuvo en sus primeras semanas en cartelera en las principales capitales, donde superó los promedios de asistencia frente a la oferta de cine gringo, así que su exhibición se amplió a otros rincones del país. La sala a la que asistí, si se considera el día de la semana y, claro, el discurso del presidente, tuvo buen aforo.

Lamento comentar que si desea verla de forma legal ya pasó su hora, deberá recurrir a la piratería o tendrá que buscarla en otra ciudad, puesto que, como sucede con el buen cine que se proyecta en Irapuato, su exhibición duró sólo una semana... Confío en que podamos ver con más frecuencia producciones nacionales como ésta.

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Me despido con dos servicios sociales:

Uno: Premio Nacional de Periodismo

Celebro que Carmen Aristegui, que sigue sin programa radial, haya ganado el Premio Nacional de Periodismo 2014en Reportaje y Periodismo de Investigación, gracias a sus denuncias sobre la Casa Blanca. No obstante, no sé si celebrar que una crónica bastante deficiente como “Lo que me dice el amor (Mahler en una cantina de Irapuato)”, de la Revista El Replicante, obtuviera también el galardón. Tal vez ya por mi edad me caen pesados los estereotipos de los hipsters chilangos en torno a lo que ellos consideran “la provincia”. Le dejo unos fragmentos:

"Irapuato es uno de los últimos bastiones de la ultraderecha mexicana. La vida en la ciudad está encerrada en una estructura vertical de tres capas. Una alta muy delgada, otra baja bien nutrida y a la mitad una interminable y confusa masa. Las cosas están hechas para que en la que se nace también se muera. Nadie sube y nadie baja. Así ha sido siempre. Es una organización político–religiosa que fomenta el racismo, la discriminación, el miedo y la envidia.

El odio es hereditario, rueda entre las generaciones. Un odio seco y antiguo. El rico odia al pobre y el pobre odia al rico; el odio de la clase media resulta tan ambiguo que se dirige hacia sí misma. Todos están en permanente alerta, listos para atacar o defenderse. Es gente que puede oler el odio ajeno. El instinto de conservación los mantiene alejados; saben que se despedazarían de mezclarse demasiado.

Los ricos de Irapuato tienen fraccionamientos herméticos; pueblos propios amurallados con guardaespaldas y cables electrificados; se casan entre ellos; los hijos se vuelven directores de la fábrica del padre y los puestos políticos pasan a la descendencia sin mayor trámite.

Los pobres viven en barrios abiertos, de casas a medio construir, mercados los fines de semana y callecitas versadas en fiestas con peleas de gallos, procesiones, cohetes y música ranchera que a veces comienzan al final del viernes y terminan el martes por la mañana.

La clase media es fantasmal de tan incierta. Ubicua e indefinida. Está en todas partes pero no deja una huella concreta. Habita variadísimo tipo de viviendas, desde pequeños cuartos en edificios Infonavit hasta casas con tres recámaras y sendos baños completos. ¿A qué se dedican? Proyectan construcciones, diseñan interiores, administran restaurantes, venden seguros, atienden mostradores, hablan con proveedores, hacen relaciones públicas o manejan taxis. Su fuerza laboral es amplia y de un poder brutal. Unida podría ser dinámica, y creadora. Pero carece de un ideal común por el cual luchar. Ni siquiera ha encontrado el paliativo de un espejismo. La clase media irapuatense se hizo vieja sin encontrar una dirección y por lo tanto ha crecido amarga."

Si desea leerlo completo y formar su opinión, acá está el link: http://periodismo.org.mx/assets/2014-cronica.pdf

Dos: En Guatemala sí se pudo.

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