martes. 16.04.2024
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La confesión de Eisenberg

Chema Rosas

La confesión de Eisenberg

Hace tiempo, mientras navegaba por Internet encontré una publicación alarmante. El título decía algo así como:

“Psiquiatra que descubrió el déficit de atención confiesa: es una enfermedad ficticia”.

Parecía una noticia importante, y consideré que me afectaba directamente –desde que leí un artículo sobre lo que significa ser hipocondriaco, cada vez que leo sobre un padecimiento comienzo a experimentar los síntomas y a verlo en todos lados-, así que decidí leerla… pero justo en ese momento me percaté de que había dejado la estufa encendida y corrí a apagar la hornilla.

No recuerdo cuándo fue eso, pero hoy mientras regaba las plantas me volví a sentir intrigado por algo relacionado con la falta de concentración y me di a la tarea de encontrar la historia. Según el artículo que hallé, desde la década de los treinta había psiquiatras preocupados por la hiperactividad y falta de atención de algunos infantes. Lo explicaron como “síndrome post encefálico”, a pesar de que –pausa dramática- la mayoría de los niños estudiados nunca había tenido encefalitis –empieza a sonar el tema de los expedientes secretos X-. Ya recuerdo… fue hace como tres meses, porque en la estufa estaba cociendo alcachofas, y a partir de agosto es imposible encontrarlas en el mercado.

Treinta años después –de los estudios post encefálicos, no de cuando dejé las alcachofas en la estufa-, un psiquiatra alemán llamado Leon Eisenberg abordó el problema y lo bautizó como Trastorno de Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH). Recordé que antes de comenzar a leer sobre el tema estaba regando las plantas y que probablemente había dejado la llave del agua abierta. Fui a revisar y afortunadamente no fue así.

Al igual que Walter White al ver cercana su muerte, Eisenberg –pero éste sin hache– decidió que no tenía nada que perder, así que confesó haber inventado el trastorno para que los progenitores no se sintieran culpables al darle metilfenidato a sus distraídos párvulos. De ser cierto lo que asegura Facebook –risas grabadas-, el famoso TDAH no es una enfermedad real, sino un invento de las compañías farmacéuticas para vender medicinas a niños con malas calificaciones.

No pude comprobar si la conspiración es cierta o no, en parte porque el artículo de referencia estaba en alemán y en parte porque para ese momento yo ya estaba convencido de que fuera lo que fuese el TDAH, yo podía inventar una enfermedad con el mismo nombre. No sólo eso… seguramente me había contagiado hace varios años.

Razones por las que creo que soy portador del virus (¿?) TDAH:

  • Se me dificulta mantener la atención por un periodo de tiempo prolongado. Especialmente cuando me llaman por teléfono para ofrecer seguros extendidos para las tarjetas de crédito. Mi mente vuela y doy respuestas programadas.
  • Me distraigo con facilidad. No sólo pierdo las llaves de la casa. Tengo la costumbre de dejarlas pegadas en la chapa al salir… cuando me concentro en no dejar las llaves, dejo la puerta abierta de par en par.
  • Desde pequeño soy muy propenso a los piquetes de mosco. Y así se transmite la bacteria del TDAH, ¿o no?
  • No presto atención a los detalles.
  • Encuentro las llaves del coche adentro de un tupper dentro del refri; me sorprende que hayan llegado ahí.
  • Tengo un montón de seguros de tarjeta de crédito y no sé por qué.

Pero me parece que el problema va más allá. Que la influenza TDAH (1N1) ha mutado para ser inmune al ácido acetilsalicílico y hasta al metilfenidato y ya alcanzó el nivel de pandemia mundial. Algunos síntomas que lo comprueban:

  • No poner atención cuando se está sentado en el camión y se sube una persona mayor o cargando niños. O ambas. Y otra en muletas atrás de ellos.
  • Distracción sistemática con objetos innecesarios, que limita exponencialmente la interacción emocional y social.
  • Dificultad para escuchar y seguir órdenes e instrucciones. Particularmente si lo que se dice o instruye no es cómodo. O si son normas de vialidad. O de civilidad.
  • Tropiezo cotidiano con muebles y objetos por ir viendo la pantalla del celular.
  • Incapacidad de concentrarse en ayudar a alguien desconocido. A menos que repercuta directamente en la imagen pública.
  • Huir de la naturaleza en búsqueda incesante de señal wifi para ver en la pantalla fotos de la naturaleza.
  • Encontrar a Carmen Salinas en el Senado y sorprenderse de que llegó ahí.
  • Hábito de ir a trabajar diario para ganar dinero y comprar cosas sin saber exactamente para qué.
  • Una sensación constante de que algo se nos perdió en el camino, sin saber exactamente qué… y preferir no averiguarlo.

Posiblemente la confesión de Eisenberg sea cierta y la toxina del TDAH sea ficticia, y la enfermedad no exista… pero también tengo la impresión de que es una especie de mecanismo de defensa; anestesia generalizada y constante para elevar nuestro umbral del dolor.  Si no padeciéramos tal déficit de atención generalizada, el mundo sería incómodo… por no decir terrorífico.

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Chema Rosas
 (Ciudad de México, 1984) es bibliotecario, guionista, columnista, ermitaño y papa-de-sofá, acérrimo de Dr. Who y, por si fuese poco, autoestopista galáctico. Hace poco incursionó también en la comedia.

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