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CUENTO

La seta

Kareve Gasca

La seta
La seta

 

Soy el conejillo de indias de mi psiquiatra, un tipo listo al que le hablo de mi líbido. Me siento frente a él una vez al mes. Nos separa un escritorio de caoba. Miro el rompecabezas que cuelga a sus espaldas: La noche estrellada de Van Gogh, regalo de uno de sus pacientes con TOC.

La primera vez que crucé la puerta de su oficina me pidió que enlistara las drogas que  había consumido. Comencé por la A y paré en la J. Tenía algunos problemas para recordar. Miré de vuelta el rompecabezas y los colores azules cobraron vida. El doctor me observó inmersa en el rompecabezas y me ayudó con la lista de narcóticos. Mencionó algunos que yo no conocía, como el ololiuhqui, y sonrió orgulloso al pronunciar “ololiuhqui”.

 ¿Siempre haces eso con las manos?, preguntó al notar que me tronaba los dedos por quinta ocasión. —“No”, le contesté —“nunca lo hago”.

Los nombres de estupefacientes, de mis abuelos, de mis padres y manías, llenaron la hoja de raya que descansaba sobre el escritorio. Luego de apuñalar el papel con un punto final, el doctor me miró como se observa a una seta venenosa, con ternura y curiosidad. Guardé silencio a la espera de la sentencia, con miedo de volver a tronar mis dedos irregulares. Aguardé cómoda en ese silencio de consultorio, vulnerado apenas por el sonido de un ventilador lejano.

“Distimia y déficit de atención”. El diagnóstico comenzaba con d, «igual que la palabra ‘droga’», pensé. Abandoné el consultorio con una nueva perspectiva y caminé directo a la farmacia, estrujando las recetas plagadas de caligrafía ilegible.

El coctel contradictorio que recorre mi sistema me provoca hormigueos y movimientos involuntarios en ambos pulgares. El Escitalopram me ha quitado las ganas de tronarme los dedos, mientras que el metilfenidato espanta el letargo y me mantiene en estado de alerta. Siento como si en cualquier momento una hiena me fuera a arrancar la cara de un mordisco.

Me asusta descubrir una seguridad a la que estoy desacostumbrada, un ánimo que me ha hecho dudar de mi verdadera naturaleza.

Agito con temor el frasco y escucho el baile de las píldoras en su interior. Me gusta el sonido y no quiero que termine. Miro el calendario que cuelga de la pared. Faltan tres semanas para sentarme de nuevo frente a La noche estrellada y convertirme en una seta venenosa.  





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Karla Gasca. Lic en Cultura y Arte por la UG, reportera, redactora, escribe por necedad y necesidad.

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