Es lo Cotidiano

Las mulatas

Sergio Inestrosa

Las mulatas

En la región de Havan, por extraño que parezca, todos los niños al nacer tienen una cola un poco parecida a la de las iguanas tiernas. En Havan, a nadie le asombra este fenómeno que en otras partes provocaría una alarma generalizada y reuniría a expertos y eruditos de todo el orbe. Sin embargo, aquí desde que se tiene memoria siempre ha sido así y por ello para nadie es motivo de alarma que los niños nazcan con cola; es tan normal como quien dice que los niños nazcan con manos, pies, cara y barriga.  

Ya antes Jorge Leis, el famoso antropólogo panameño, de barba rojiza y sombrero estilo Indiana Jones, había señalado las obvias similitudes de este fenómeno con el que viene sucediendo desde hace más de un siglo en un poblado caribeño llamado Macondo. Al parecer, para los habitantes de aquel lugar este acontecimiento  tampoco es ninguna sorpresa, pues los padres de sus padres desde pequeños habían contado que sus ancestros salieron de un mítico lugar, más allá del mar, conocido como Havan para colonizar el paradisiaco lugar en que ahora viven.  

Lo que resulta más bien curioso es descubrir que una vez que los niños llegan a la pubertad la naturaleza obra una especie de milagro biológico y la cola se transforma, en el caso de las niñas, en un trasero monumental que es la envidia de cualquier mujer que no haya nacido en esta parte del planeta y que constituye un delirio constante para los hombres de todas partes del mundo, incluyendo por supuesto para la mayoría de varones de Havan, que buscan de forma lícita o ilícita unirse a estas hembras conocidas, en allá en sus gélidas comunidades, como mulatas.

En el caso de los hombres la madre naturaleza permuta sus colas de iguana por un miembro viril de apreciable tamaño y vigor y una fuerza descomunal que tiene el poder de provocar en las mujeres locales (debemos suponer que lo tendría en las forasteras por igual) un deseo irrefrenable, que en más de algún caso, según se sabe se ha llegado a convertir también en un cruel tormento por el tamaño que, sobre todo en noches de luna llena, puede llegar a alcanzar el miembro erecto.

Dado el carácter apacible de los pobladores de Havan, no es infrecuente que algunos pueblos del norte lleguen hasta este pequeño puerto para negociar el trueque de mujeres locales por productos que abundan en sus templadas tierras como el trigo, la avena y una gran variedad de frutas que incluyen manzanas, uvas, frambuesas, fresas, cerezas y otros productos con los que los ha favorecido la madre naturaleza; además suelen traen una variedad de pescados, raros para el clima tropical que nos favorece aquí en Havan, como son el bacalao, el salmón y las apetecibles langostas que se rumora tienen poderes afrodisiacos y por ello mismo son tan codiciadas por los ancianos de este lugar.  

En más de una ocasión, cuando las negociaciones con los líderes de la comunidad de Havan no han prosperado, los hombres del norte terminan por robarse, algunas veces incluso de forma violenta, a cuanta mujer pueden acomodar en sus medianas embarcaciones; sin embargo siempre que esto ha pasado los usurpadores dejan en una playa cercana los productos destinados al trueque. 

Se sabe, que al regresar a sus pueblos, los expedicionarios tienden a exhibir a sus cautivas con una alta dosis de orgullo. Se sabe que los líderes de aquellas comunidades organizan desfiles, juegos florales, verbenas populares para que los exploradores presuman sus conquistas. También se sabe que, no pocas veces, las cautivas han sufrido afrentas de las mujeres locales, pues crece entre ellas el recelo y la envidia. Tanto ha crecido el malestar de estas mujeres que, más de alguna vez, desde el púlpito los líderes religiosos se han referido al intercambio de productos con el lejano pueblo de Havan como algo “nocivo y dañino” para la autoestima de las “verdaderas hijas de Adán”, como ellos llaman a las mujeres locales, y para la sana armonía de la vida en las comunidades. Al parecer, al menos hasta ahora, todo esfuerzo civilizado y pacífico por contener el apetito voraz de los hombres por las extranjeras ha sido del todo ineficaz.

Lo que nadie sabe, a ciencia cierta, es como estos hombres del norte vinieron a dar con Havan; es muy probable, pero esto es mera especulación, que el primer grupo se haya topado por causalidad con esta isla y que una vez que descubrieron la belleza seductora del paisaje y la sensual presencia de sus mujeres hayan pensado en el establecimiento de trueques con los líderes locales. Otra posibilidad, que no excluye a la primera, es que los expedicionarios hayan estado cansados de la monotonía de sus mujeres, todas ellas como cortadas con la misma tijera, y se hayan lanzado al mar, sin importarles el riesgo, en busca de algo diferente, de ser posible algo exótico que rompiera la monotonía y el orden establecido en sus comunidades. 

A decir de las mulatas que han mandado recados a sus familiares en Havan todas las mujeres de estas comunidades del norte son de un mismo tipo: rubias, de piel pálida, altas, espigadas y sumamente planas por ambos lados. También las mulatas que han sido llevadas al norte han informado que para las costumbres puritanas de estas comunidades sus comportamientos sexuales han causado gran conmoción, pues las prácticas sexuales de las mujeres locales carecen de la fogosidad, intensidad y libertad que tiene el sexo en Havan. Lo último que nos han informado las mujeres que ahora viven en el norte es que las mujeres locales las llaman havaneras y el término no deja de tener un acento mixto; de envidia por un lado, pero que a la vez implica un marcado rechazo. 

Hay que dejar bien claro que hasta el momento en que esto se escribe, no se ha registrado ningún caso de trueque masculino, lo que hace suponer que las comunidades del norte están dominadas, al igual que acá en Havan, por los hombres quienes hasta hoy ejercen el control de la vida y las costumbres. 

Sin embargo ya por acá algunos hombres, especialmente los más jóvenes, esperan con un poco de impaciencia la llegada de embarcaciones tripuladas por féminas del norte para ver si la vida les da un vuelco pues, tal vez con razón, sienten que la vida por estos lados se ha vuelto un tanto monótona; siempre es lo mismo, siempre los mismos trabajos, las mismas costumbres, las mismas mujeres, la misma música, los mismos rituales, etc. 

El hecho más reciente, que no ha podido pasar desapercibido entre nosotros, es que una de las embarcaciones que arribó del norte con un puñado de hombres han pedido quedarse a vivir en Havan. Esto constituye, hasta ahora, un hecho insólito que el consejo de ancianos que rige nuestros destinos no sabe todavía cómo resolver favorablemente para todos. Los recién llegados han justificado su deseo diciendo que en sus comunidades las mulatas han dicho que Havan no es un territorio real sino un sueño salido de la imaginación ferviente de uno de sus dioses y que por ello mismo todo es mágico y un poco irreal en este lugar. 

Todos sabemos que de ser admitidos los forasteros tendrán que pasar por la prueba de fuego a que somos sometidos todos los hombres de este lugar; uno por uno tendrán que entrar a nado a la bahía y sobrevivir al aterrador ulular de las tortugas que protegen el pórtico de entrada a nuestro paraíso y que, según algunos entendidos se asemeja en peligro y espanto al canto mismo de las sirenas del que escapó, por voluntad de Obbatalá, nuestro padre fundador.  

Pero de las embarcaciones con las mujeres del norte todavía no hay nada concreto, salvo la esperanza de que una mañana lleguen a nuestras playas y nos lleven con ellas. 

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Sergio Inestrosa (San Salvador, 1957). Profesor de español y asuntos latinoamericanos en Endicott College, Beverly, MA.  Su novela Los motivos de la memoria es finalista del Latino Book Award, 2017.  La editorial Hebel de Chile publicó su libro Camino hacia el silencio y la editorial Almava publicó su poemario de haikus en edición bilingüe, bajo el título El improbable espacio de un haiku/Improbable Space of a Haiku.

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