sábado. 20.04.2024
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Libertad, individuo e historia: Orestes en Esquilo y Sartre [I/II]

Eduardo Celaya Díaz

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Libertad, individuo e historia: Orestes en Esquilo y Sartre [I/II]

 

¡Ay infeliz… cómo deploro tu destino dictado por los dioses!
Esquilo, Agamemnón[1]

 

Soy libre, Electra; la libertad ha caído sobre mí como el rayo.
Jean Paul Sartre, Las moscas[2]

Este texto, en dos partes, aborda el análisis realizado por Karel Kosic sobre la relación entre individuo e historia, a la luz de los postulados de Marx, y procede a ejemplificarse tanto la crítica de Kosic de las posturas antinómicas del devenir histórico y el principio del juego, postulado por Kosic, por medio del análisis de dos obras dramáticas que abordan el mito de Orestes: la “Trilogía de Orestes” de Esquilo y “Las moscas” de Jean Paul Sartre.

Por medio de herramientas de la historia cultural, se utilizan estas fuentes históricas como manifestaciones culturales de una época dada, y se analizan sus postulados por medio de la teoría aportada por Kosic.

En ambos casos, se analizan las motivaciones intrínsecas de los personajes en el desarrollo de la obra dramática, así como lo que estos argumentos y desarrollo de personajes nos comunican sobre el pensamiento de la época en que fueron escritas, logrando comparar dos periodos históricos alejados, pero que comparten raíces culturales.

El individuo y la historia: concepciones contradictorias

El papel del individuo en el devenir histórico y en los cambios que se desarrollan en el mismo tienen diferentes interpretaciones a lo largo de la historiografía. El texto de Karel Kosic, en el que implementa la teoría marxista para obtener sus conclusiones, hace una crítica de las concepciones antinómicas, y ofrece una nueva interpretación, basada en la libertad y la responsabilidad del individuo en el desarrollo de la historia.

Kosic comienza su texto analizando primero estas concepciones antinómicas, no sin antes hacer referencia a la interpretación histórica que se hace en base a cada una de estas concepciones: “la historia aparece bajo un aspecto diferente según se refiera al individuo histórico al simple ser humano”[3]. Con base en esta aseveración, las diferentes interpretaciones historiográficas dan mayor importancia, ya sea al gran individuo o a la acción de fuerzas supraindividuales, haciendo una advertencia antes de la crítica de estas posturas: “este acercamiento supone que el individuo y la historia son dos categorías que no dependen la una de la otra”[4].

La concepción del gran individuo indica que éste debe distinguirse de la mayoría de los hombres para tener influencia en el devenir histórico, y como consecuencia, se convierte en enemigo de los otros. Esta postura postula que existen pocos individuos elegidos que, en determinados momentos históricos, tienen la capacidad de cambiar el rumbo de la historia. “Si se admite una continuidad histórica, ésta resulta, según esta concepción, de la actividad de los grandes individuos confrontados con la generalidad de la historia”[5]. Sin embargo, en el fondo de esta concepción, la misma actividad del individuo es una manifestación de lo universal, y a fin de cuentas se convierte simplemente en un instrumento de la historia.

Por otro lado, la concepción de las fuerzas supraindividuales postula que el individuo expresa correctamente en sus acciones al obedecer los designios de estas fuerzas supraindividuales, entiéndase el Destino, la Divina Providencia, el Espíritu, entre otros, resultando en la idea que el individuo, ya sea que tenga acción o no, se convierte en un autómata histórico y se ve completamente oprimido por estas fuerzas que le superan. En este caso, el individuo que actúa funda sus acciones en el conocimiento y la voluntad, siendo el resto de sus habilidades humanas completamente innecesarias e irrelevantes.

El juego y la representación

Tras hacer la crítica a las interpretaciones antinómicas, y demostrar las insuficiencias y contradicciones de estas concepciones, Kosic presenta una nueva concepción no antinómica, que nombra el principio del juego o la representación.

Kosic señala que, partiendo de las concepciones marxistas de la historia, “el individuo y la historia no son ya entidades independientes una de la otra, sino que se interpenetran, pues tienen una base común”[6]. La teoría del juego o la representación se presenta abierta a todos los hombres “las masas y los individuos, las clases y las naciones, las grandes personalidades y los individuos mediocres”[7], y refuta las posiciones de los grandes individuos, que se apoyan en su poder, para cambiar la historia; o en la dependencia de fuerzas ajenas a la acción del hombre.

Kosic presenta, a su vez, las condiciones previas de la concepción del juego y la representación que permiten aceptar tal propuesta como interpretación histórica. En primer lugar señala la necesaria relación entre un hombre y el otro, y en segundo, el conocimiento de su posición en la totalidad de las condiciones históricas y sociales, la toma de consciencia, ya que por medio de su acción, cada individuo sabe quién es el otro y quién es él mismo, y al mismo tiempo, tiene la posibilidad de enmascarar sus objetivos y, a su vez, ser engañado por los otros. La tercera condición previa es la relación entre pasado, presente y futuro, en el que la toma de decisiones y acciones se basan en la apuesta y riesgo, en una sensación de certeza y ambigüedad y la posibilidad abierta sobre el resultado de dichas acciones no determinadas a priori.

Kosic concluye su análisis señalando que “la concepción de la historia como juego (o representación) permite resolver toda una serie de contradicciones que han sido la causa del fracaso de los principios antinómicos; esta concepción introduce en la relación de la historia y el individuo la dinámica y la dialéctica, haciendo estallar los límites del entendimiento unidimensional y estableciendo que la historia es un proceso pluridimensional”[8]. Los argumentos presentados por Kosic en su texto, pueden ser ejemplificados por medio del análisis del mito de Orestes en la visión de dos autores de diferente época y formación. A continuación, se hace la enunciación de dicho mito, para, posteriormente, hacer l análisis de las implicaciones que cada versión presenta a sus lectores.

El mito de Orestes

La mitología griega es conocida por sus implicaciones y enseñanzas morales, en concordancia con el corpus religioso de su cultura. El mito de Orestes, que narra el final de la maldición de la casa de Atreo, tiene sus raíces en la guerra de Troya y las acciones del rey Agamemnón antes de la misma, y al regresar a Argos tras el rescate de Helena. El mito narra que antes de llegar a Troya, las tropas de Agamemnón se ven forzadas a detenerse en la isla de Tracia por los vientos que les impiden avanzar, y más adelante se le revela al rey que debe sacrificar a su hija Ifigenia, para calmar los vientos y llegar a Troya. Agamemnón cumple con este mandato y logra conquistar Troya con la ayuda de Menelao y el resto de las tropas Aqueas. Al regresar a Argos, su tierra, con Casandra como su prisionera, Agamemnón es recibido con fiestas y vítores como el gran triunfante de la guerra por su pueblo y su esposa Clitemnestra.

Agamemnón ingresa al Palacio de Argos antes que Casandra diga una profecía que espanta al pueblo de Argos, anunciando grandes tragedias y su propia muerte junto con la del rey. Al no ser tomada en cuenta, Casandra entra a su vez al Palacio y es asesinada junto con Agamemnón por Clitemnestra, bajo la influencia de Egisto, el amante de la reina y primo del rey. La reina declara posteriormente que el crimen fue planeado y articulado por ambos, en venganza por el sacrificio de Ifigenia y la infidelidad del rey con Casandra, quien era su concubina en el viaje de regreso a Argos. El pueblo le recrimina, pero ella acepta el crimen, habiendo tomado precauciones previas, como exiliar a su hijo Orestes y esclavizar a su hija Electra, previniendo su venganza.

El tiempo transcurre, y Argos se encuentra bajo el dominio del rey Egisto y su amante Clitemnestra, cuando Orestes regresa del exilio acompañado de Pílades, su mentor. Ante la tumba de su padre, Orestes pide la guía de los dioses y ofrece un rizo de su cabello como ofrenda. Una procesión llega a la misma tumba, precedida por Electra, quien encuentra el rizo y añora el regreso de Orestes. Éste se le presenta y se revela como su hermano exiliado, quien ha regresado, impelido por Apolo, para vengar la muerte de su padre. Pílades y Orestes diseñan un plan para ser admitidos en Palacio y ejecutar a los asesinos de su padre, mientras Electra lo impulsa a seguir con el designio de los dioses. Orestes se muestra como un visitante de otra tierra y es recibido como huésped en el Palacio, para posteriormente asesinar a Egisto y a su madre, Clitemnestra, quien le amenaza justo antes de morir con ser perseguido por su crimen. Justo después de morir su madre, Orestes logra observar a las Erinias que se manifiestan detrás de él para perseguirlo y atormentarlo por el matricidio.

Orestes huye al Templo de Apolo, en donde es protegido por el dios, quien le ordenó ejecutar a su madre, mientras la Erinias le esperan para atormentarlo. Apolo comenta a Orestes que la culpa no es suya, pues debía vengar a su padre por orden del mismo Zeus, y Atenea podría calmar a las Erinias para que pueda regresar a Argos y reinar en paz. Orestes huye después a Atenas para presentar su caso ante Atenea, quien escucha tanto la postura de Orestes como el de las Erinias, quienes dicen tener el derecho de atormentarlo por matar a su madre. Tras escuchar los argumentos, una asamblea de habitantes de Atenas emite su voto y Orestes es exculpado de la muerte de su madre, pudiendo regresar a su tierra, mientras Atenea ofrece a las Erinias un templo en su ciudad para ser reverenciadas, en compensación por el fallo de la diosa.

Esquilo: el individuo aplastado por la historia

El mito de Orestes, en el tratamiento que hace del mismo Esquilo, presenta ciertos aspectos que coinciden con las concepciones antinómicas que critica Kosic, en específico el de las fuerzas supraindividuales, a la vez que presenta aspectos del gran individuo que actúa con su poder. Esquilo presentó este mito en la Trilogía de Orestes, o la Orestíada, que se conforma de tres partes, a saber: Agamemnón, Coéforas y Eumenides. La primera parte narra el regreso del rey a Argos y su posterior asesinato; la segunda abarca el regreso de Orestes a Argos, la muerte de Egisto y Clitemnestra y el inicio de la persecución de las Erinias; y la tercera parte narra el refugio de Orestes con Apolo y el juicio de Atenea. Estos textos fueron representados en las fiestas Dionisias de Atenas en el año 458 a. C., en donde obtuvieron el primer premio, y es la única trilogía del teatro griego clásico que se conserva hasta nuestros días.

A lo largo de todo el texto es común encontrar referencias a la influencia del Destino y el designio de los dioses en el devenir de los hombre. Por ejemplo, en las primeras líneas del texto  se encuentra la siguiente línea, dicha por el coro formado por ancianos de Argos al referirse al resultado de la guerra de Troya: “Definir la victoria, toca al Hado”[9]. Más adelante, es la reina Clitemnestra quien invoca el poder de los dioses en su vida y la de su pueblo: “¡Ah, pero que respeten y rindan acatamiento a los dioses de la ciudad vencida y sus santuarios… que de no, los conquistadores de hoy serán los conquistados de mañana…!”[10]

El argumento de “Agamemnón” abunda en referencias al designio de los dioses, pero principalmente referente al destino de los guerreros aqueos y al regreso del rey. 

Posteriormente, en “Coéforas”, segunda parte del drama, destaca el inicio, en el que Orestes, al regresar a Argos, antes que nada, alude a los dioses para que guíen su camino: “Hermes, dominador de los abismos… vuelve tus ojos a mi padre aniquilado… sé para mí el salvador, el aliado que yo ruego”[11]. Orestes, en repetidas ocasiones durante conversación con Pílades, el coro formado por prisioneros de guerra o con su hermana Electra, alude al mandato de Apolo, o Loxias, sobre la venganza que debe ejecutar en la muerte de Egisto y Clitemnestra, demostrando que sus acciones no son su voluntad, sino mandatos divinos: “¡No ha de fallar el oráculo de Loxias potente que me empujó a sortear este peligro!”[12]

Curiosamente, uno de los aspectos a destacar en este análisis es la duda de Orestes sobre el cumplimiento del mandato (que podemos comparar también con la duda de Hamlet en el texto de Shakespeare, o la postura desenfadada de Simba en la película “El Rey León”, de Disney). La duda de Orestes es breve, pero bien señalada por Esquilo, al retratar este diálogo con Pílades:

ORESTES - Pílades… ¿qué hago? ¿Me atreveré a matar a mi madre?

PÍLADES - Y , ¿qué harías en tal caso de los oráculos de Loxias? ¿Los dichos solemnes dados por la Pitia? ¿La lealtad a tus juramentos? ¡Ten por enemigos a todos los hombres, pero a los dioses no! ORESTES - ¡Me has convencido… bellamente me exhortas…[13]

Sin embargo, ante la enunciación del mandato del dios, Orestes accede a ejecutar la venganza y enfrentar las consecuencias, por temor, incluso, al castigo que podría acarrear el no obedecer a Apolo. Al respecto, Vernant señala respecto a la voluntad en los dramas griegos, los personajes “en la encrucijada de una decisión que compromete su destino, se encuentran forzados a una elección difícil pero ineluctable. Sin embargo, aunque la necesidad les impone optar por una u otra de dos posibles soluciones, la decisión permanece en sí misma contingente”[14].

Es en este punto donde se hace más evidente la poca voluntad del personaje trágico griego y la influencia de las fuerzas supraindividuales en su actuar, aun cuando se trate de un gran individuo con poder, como lo es Orestes, lo que resta responsabilidad a sus acciones, incluso cuando cambien el curso de la historia. “El héroe del drama está enfrentado a una necesidad superior que se le impone, que le dirige, pero, por el movimiento propio de su carácter, él mismo se apropia de esa necesidad, la hace suya hasta el punto de querer, de desear incluso apasionadamente lo que en otro sentido está forzado a hacer”[15]. Retomando a Kosic, las dos posturas se intersectan, a la vez que se contradicen, pues a la vez podemos argumentar que se trata de fuerzas supraindividuales las que dirigen el actuar de Orestes en la obra de Esquilo; pero también podemos argumentar que es su propia decisión como gran individuo, basado en su conocimiento y voluntad.

En la tercera parte del drama, “Euménides”, que por su estructura dramática se trata de un melodrama, no ya una tragedia, el dios Apolo se manifiesta como un personaje del drama y se dirige directamente a Orestes, diciéndole repetidamente: “¿No fui yo acaso el que te convenció de que tenías que matar a tu madre?”[16] Orestes mismo se defiende ante Atenea y la persecución de las Erinias aludiendo al mandato del dios: “Mares y tierra he recorrido obediente al oráculo de Loxias”[17]

Destaca en la conclusión de la trilogía que Atenea exime a Orestes del castigo, pues si bien asesinó a su propia madre, su actuar fue guiado por los dioses, y era su Destino ejecutar esa acción, como ya estaba designado por el mismo Zeus. A este respecto, señala Campbell que “habíamos visto bajar al escenario a los Dioses, en Esquilo, y prefigurar con su voluntad la voluntad del hombre, quien no aparecía sino como el agente más o menos ciego de órdenes celestes”[18]. Por tanto, podemos concluir que el Orestes de Esquilo, así como el resto de los personajes del drama, son individuos aplastados por la historia, empujados a acciones ajenas a su voluntad, y somos testigos de una concepción de la historia como consecuencia de fuerzas ajenas al poder humano. Dice Kosic sobre esta concepción que “confiar, sea cual sea, en la solución final del porvenir, es hacerse juguete es una ilusión o de una mixtificación”[19].

CONTINUARÁ

 

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Eduardo Celaya Díaz
(Ciudad de México, 1984) es actor teatral, dramaturgo e historiador. Fundó el grupo de teatro independiente Un Perro Azul. Ha escrito varias piezas teatrales cortas, cuentos y ensayos históricos.

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[1] Todas las citas de Esquilo son tomadas de Esquilo, Las siete tragedias. Las suplicantes, Los persas, Los siete contra Tebas, Prometeo encadenado, Trilogía de Orestes: I. Agamemnón. II. Coéforas. III. Euménides, 21ra. edición, México, Editorial Porrúa, 1992 (Sepan cuántos…, 11).

[2] Todas las citas de Sartre son tomadas de Sartre, Jean Paul, Las moscas. Nekrasov, 5º edición Buenos Aires, Editorial Losada, S. A., 1957.

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[3] Kosic, Karel, El individuo y la historia, en “L’ Homme et la societé”, no. 9, julio-septiembre, 1968, París, p. 5.

[4] Ibid., p. 6.

[5] Ibid., p. 7.

[6] Ibid., p. 15.

[7] Idem.

[8] Ibid., p. 21.

[9] Op. Cit. Esquilo, “Agamemnón”, p. 93.

[10] Ibid., p. 97.

[11] Op. Cit., Esquilo, “Coéforas”, p. 119.

[12] Ibid., p. 122.

[13] Ibid., p. 131.

[14] Vernant, Jean-Pierre y Pierre Vidal-Naquet, Mito y tragedia en la Grecia Antigua, I, Barcelona, Paidós, 2002, p. 47.

[15] Ibid., p. 49.

[16] Op. Cit., Esquilo, “Euménides”, primer cuadro, p. 138.

[17] Ibid., segundo cuadro, p. 141.

[18] Campbell, Robert, Jean Paul Sartre o una literatura filosófica, México, Juan Pablos Editor, 1976, p. 195.

[19] Op. Cit., Kosic, p. 19.