De libros y lectores en la pandemia

“…sin lectores, las bibliotecas seguirán casi vacías…”
Vidal Berrones
De libros y lectores en la pandemia

Un libro, como un viaje, se comienza con inquietud y se termina con melancolía.
José Vasconcelos

En la antigüedad el libro y los lectores se consideraban como símbolos de refinamiento cultural. Durante muchos siglos el elitismo cultural siguió asociado a los libros, prácticamente desde los primeros sistemas de escritura en Mesopotamia, Egipto y China hasta, aproximadamente, unos dos siglos.

Aunque la imprenta moderna se inventa a mediados del siglo XV, los primeros “periódicos” europeos datan de fines del siglo XVI, y es hasta mediados de XVII que se van generalizando y consolidando estas publicaciones. sin embargo, fue a partir del siglo XVIII que la lectura se abre a prácticamente a toda la población. Aunque es cierto que en muchos sectores sociales abunda el analfabetismo, y todavía es escasa la producción de libros y reducidos los tirajes,  se puede decir que la literatura pierde casi por completo su condición elitista y se extiende a toda la población interesada en el conocimiento, a través de la todavía escasa elaboración de libros. Ya en el siglo XIX la llamada bibliofilia se convierte en bibliomanía, términos que los cultos llamaron como el mal de los libros.

Actualmente, con la aparición de los libros digitales, la práctica de la lectura ha cambiado, al menos entre las juventudes de la mayor parte de mundo. En los países desarrollados, el debate sobre las ventajas o desventajas entre los libros impresos, los electrónicos y últimamente los virtuales obtenidos por descarga digital, esconde detrás mucha mas simbología de lo que parece.

Hoy, como resultado de la pandemia, leer a través de computadoras, de tabletas, de smartphones o e-books, parece ser la opción para los que habitamos este país.

Aquí en México, la red de distribución y venta de libros, que parece estar dejando en la obsolescencia el sistema de venta presencial, aunado al número muy limitado de librerías, provoca la impresión de que la lectura estuviera en riesgo de volver a ser una práctica para privilegiados, o dominadores de las nuevas plataformas.

Las preguntas obligadas son: ¿leer electrónicamente hace la experiencia menos profunda? ¿Más rápida? ¿Más superficial? Y la respuesta podría ser: la lectura en plataforma digital, quizá no es tan mala como parece, al menos para la nueva generación, los llamados millennials.

¿Es posible que las personas construyan su identidad dependiendo del formato en que leen? ¿Un libro impreso es capaz de conectar con una tradición milenaria y un libro digital no? ¿Es la misma sensación ver a un joven adolescente leer en un parque un libro impreso que verlo leer en un teléfono? ¿Ustedes son de los padres o abuelos que le transmiten a sus hijos o nietos el amor al libro, o el amor al teléfono?

En México seguimos con el estigma de que no somos un país de lectores, gracias a indicadores erróneos de lo que fue el CONACULTA. En este país sí se lee, nuestro problema es que no se compran libros. El consumo de ediciones impresas efectivamente es de las más bajas del mundo.

También la Secretaría de Cultura federal tiene datos indicando que hay una biblioteca por cada 15 mil habitantes, y en eso estamos muy por debajo de los países más desarrollados, y considerados cultos y educados. En el estado de Guanajuato, que tiene 5.5 millones de habitantes, sólo hay 193 bibliotecas, lo que significa una por cada 28,426 habitantes, casi lo doble de la media nacional. Sin embargo, el dato más duro es el de 75 mil habitantes por cada librería.

En todo el país hay 1,642 librerías, de las cuales 486 se ubican en la CDMX. En el estado de Guanajuato hay 73. Y como se considera librería al establecimiento en que el 85% de sus ventas son libros, significa que Samborns, Vip’s o Liverpool no se consideran como tales.

A pesar de estos datos, aparentemente desesperanzadores, hay una cuestión que se ha descuidado en los últimos tiempos, al menos aquí en Guanajuato, y no es otra que los programas o actividades que fomenten la lectura, sobre todo entre la niñez. Porque finalmente el número de lectores no depende del número de bibliotecas o librerías, ya que las primeras se derivan de visiones políticas y las segundas dependen de la demanda mercantil, pero ambas, del público lector.

En los últimos días escuchamos que el coronavirus llegó para quedarse y que al Fondo de Cultura Económica le quieren reducir hasta en un 50% su presupuesto para edición de libros y operación de librerías. Por lo tanto, los ciudadanos debemos revalorar el libro impreso, sin desestimar las otras formas, claro, pero el gobierno tiene que incentivar fiscalmente a las casas editoriales y a los autores para disminuir las carga y bajar el precio de los libros, y, por supuesto, que los gobiernos estatales y municipales inviertan en la construcción de bibliotecas y faciliten la apertura de librerías, pero siempre anteponiendo el fomento a la lectura, ya que sin lectores, las bibliotecas seguirán casi vacías y las librerías, obvio, no se mantendrán como negocio… al menos en Guanajuato, La Grandeza de México.