viernes. 19.04.2024
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Lie zi, o el libro de la perfecta vacuidad

Jaime Panqueva

Lie zi, o el libro de la perfecta vacuidad

Junto con el Tao te king y el Zhuang zi, compone la tríada clásica de la filosofía taoísta. Su escritura, hacia el siglo quinto antes de cristo se le atribuye a un sabio llamado Lie Yukou, de quien se tienen tan pocas referencias que incluso se duda de su existencia. Verdadero o ficticio, en Europa, cuando los misioneros jesuitas difundieron sus textos, se le conoció bajo el nombre latino de Licius.

Existen pocas traducciones directas del Lei zi. La que citaré más adelante es la realizada por Iñaki Preciado (Editorial Kairós), sinólogo español, especialista también en literatura y lengua tibetana.

Más que un compendio de preceptos o un catálogo moral, el Lie zi es una colección de relatos breves, a manera de parábolas, mediante el cual se expresan las nociones básicas del Tao, en particular la no actuación o el principio pasivo. Está dividido en ocho capítulos, cuya mitad responde a nombres de grandes sabios de la antigüedad: El emperador Amarillo, el rey Mu de Zhou, Confucio y de Yang Zhu, cuya filosofía de corte hedonista, que a veces choca con los preceptos confucianos o taoístas, sobrevivió gracias a este libro. Comparto algunas notas:

Los hombres no consiguen vivir en paz y tranquilidad por cuatro motivos: el primero, la longevidad; el segundo, la fama; el tercero, el rango social; el cuarto, las riquezas. Estas cuatro cosas provocan el miedo a los hombres, el temor al poderoso, y el temor al castigo. A tales hombres se les puede llamar fugitivos de su propia naturaleza: pueden matarlos o pueden conservar la vida, pero su destino no les pertenece.

Lógicamente la longevidad no existe. No es estimando la vida como se la puede conservar, ni mimando el propio cuerpo como se puede mantenerlo saludable. Además, ¿para qué prolongar la vida? Los cinco sentimientos, el amor, el odio, siempre han existido; la seguridad y el peligro de nuestro cuerpo, igual hoy que ayer; penas y alegrías en el mundo no han variado; cambios y mutaciones, orden y caos, ahora igual que en la antigüedad. Una vez que lo has oído, una vez que lo has visto, una vez que lo has vivido, cien años se te antojarán demasiados. ¡Cuánto más duro se te haría una vida aún más larga!

Los seres se distinguen mientras viven; cuando mueren son todos iguales. En vida los hay sabios, tontos, nobles y plebeyos; en eso se diferencian. Muertos, sobreviene la putrefacción, la descomposición, se disgregan y desaparecen; en eso se identifican. Pero sabiduría, estulticia, nobleza y bajeza no dependen de la voluntad humana, como tampoco dependen de ella putrefacción, descomposición, disolución y aniquilamiento. Por eso los vivos no viven por sí mismos, ni los muertos mueren por sí mismos, ni los sabios lo son por sí mismos, no por sí mismos lo son necios, nobles y plebeyos. Y sin embargo todos los seres juntos nacen y a la vez mueren, todos son sabios y al mismo tiempo necios, todos nobles y a la vez plebeyos. Lo mismo se muere a los diez años que a los cien. Igual es la muerte del sabio benevolente que la del estólido criminal. En vida fueron Yao y Shun; muertos, un montón de huesos carcomidos. Fueron en vida Jie y Zhou; muertos un montón de huesos carcomidos. Siendo iguales todos los huesos carcomidos, ¿cómo se podría distinguir los unos de los otros? Disfrutemos, pues, de la vida presente. ¡Para qué perder el tiempo con el más allá!

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