Es lo Cotidiano

Monumentos

Myra Sklarew

el último

Hoy la luna parece apta para venir entre una seca tierra

y el sol, apresurando la prematura oscuridad. Un gallo en el patio

cesa su cacareo, embaucado hacia un sueño momentáneo.

Y pronto las lluvias de Perseidas, pedazos rotos

del antiguo universo, pasarán a través de la piel de nuestra

atmósfera. Tiempo y espacio están vivos sobre nuestra ciudad.

Eclipse final del sol, el último de este milenio, la brillantez

quebrada de nuestra ciudad. Hemos conocido otras horas oscuras:

Aquí, ataúd que pasa lento, te doy mi espiga

de lila—la muerte de Lincoln, tortuosa procesión hacia el sueño.

Conocimos los cofres de los esclavos y sostuvimos plumas en patios

ni a media milla de nuestro Capitolio, estacas de madera hundidas en la tierra

para garantizar que nadie escape. En esta la ciudad más libre. O, si la tierra

pudiese hablar. La tierra habla en los patios enmarcados con pulcritud

donde la muerte piensa tumbarnos a descansar. Dormidas,

las lápidas de piedra. Pero no las voces, mellados pedazos

de memoria, élitros de poemas. Sterling Brown. Nuestras

posesiones humanas son todo lo que nos han dejado. Esta ciudad entera

canta sus canciones. Dice sus nombres. En esta ciudad

ellos son nuestros monumentos: Frederick Douglass, nuestro

Rayford Logan, Alain Locke, Franklin Fazier, Georgia

Douglas Johnson, Paul Laurence Dunbar, May Miller: no sueño

sino guirnaldas nos dejaron. Montague Cobb, William Hastie. Yardas

de nombres. Y aquí, el lugar donde desenterramos

un inmigrante padre de siete. Se inclina—sin razón

mundana para tal decisión—a recoger a su hijo más cercano. De una yarda

la rejilla de escobas detrás de él, un cajón de manzanas. No el sueño

del frío, sino el otoño en Washington. 1913 o un poco

después. Se para desgarbado en la Calle 4 1/2 sureste. Nuestro

fotógrafo callejero, que apenas se ha topado con su citadina

charla, se agacha detrás de una tela oscura. Monumentos de la ciudad

detrás de él, se inclina sobre su cámara de caja negra a tiempo para capturar

ese momento en que la niña jugará su pequeño

rol, escapándose de su padre como un bote de la costa. En el sueño

del invierno, años después, ella se convertirá en mi madre. ¿Con qué vara

se mide la importancia? ¿Con qué se miden las acciones mundanas?

Cada uno de nosotros tiene monumentos en la caja de hueso de la memoria.

Soy de la tierra, tomo mi bolsa de canicas y la cargo por calles solitarias donde nuestros

Generales a caballo y hombres altos, de barba, vigilan a todos sus ciudadanos.

***
Myra Sklarew
(1934) es una poeta y bióloga nacida en Baltimore, Estados Unidos. Se ha centrado en estudios bacteriológicos. Ha publicado seis colecciones de poesía y varios estudios sobre el Holocausto y el folclor judío en la diáspora. Actualmente vive e imparte clases de ciencia en Washington.

La traducción es de Esteban Cisneros.

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