Motos, motonetas, motocicletas

"... un fenómeno que no puede pasar desapercibido es el crecimiento exponencial de las motocicletas como como un recurso para la movilidad"

Motos, motonetas, motocicletas

En León, y me imagino que en gran parte de México, un fenómeno que no puede pasar desapercibido es el crecimiento exponencial de las motocicletas como como un recurso para la movilidad. En el caso de León, el parque vehicular en su conjunto ha crecido entre el cinco y diez por ciento anual. En realidad, se ha incrementado un punto porcentual más cada año, es decir, de 2010 al 2011 creció un cinco por ciento, el año siguiente un seis, y el 2014 y 2015 el nueve por ciento. Podemos esperar que la tendencia siga. Pero dentro de este crecimiento, resalta el parque de motocicletas, que ha crecido en entre veinte y 25 por ciento cada año. En el 2010, en nuestra ciudad, las motos representaban cerca del cinco por ciento de los vehículos motorizados; actualmente estimamos que son cerca del diez por ciento de los automotores.

Las razones no son difíciles de encontrar: por un lado, las facilidades para adquirir una moto sencilla han aumentado: se pueden comprar motonetas desde quince mil pesos, a plazos. Si una persona paga unos cuatro boletos de autobús urbano a precio normal, en un año ya desquitó el costo de ese biciclo con motor, desde luego, sin considerar el combustible y las refacciones. Pero, segunda razón, si en autobús urbano una persona hace una hora al trabajo, (con poca certeza, porque el autobús puede tardar diez minutos o cuarenta en pasar), en su nueva máquina motorizada hará cuando mucho quince o veinte minutos.

En realidad, es una alternativa que resulta difícil desalentar, especialmente en una ciudad que sigue diseñada para los vehículos motorizados. No ecológica, como la bicicleta, pero eficiente y económica, la motocicleta tiene su lado oscuro: está vinculada cada vez más a las cifras de accidentes de tránsito –385 en lo que va del año en León, 475% más que el año pasado– y se ha convertido en un ingrediente cada vez más normal en los delitos de robo y ejecuciones.

La emergencia de estos raudos velocípedos no ha venido acompañada de una cultura vial que ayude a administrar su tránsito por la ciudad de forma civilizada. Digo esto sin dar por supuesto que la cultura vial de los automovilistas sea un hecho comprobado. Pero da la impresión de que la gran mayoría de los que se suben a una motocicleta no han asumido que las normas viales les aplican por igual a ellos; que lo que utilizan es un vehículo motorizado igual de peligroso para los demás que un automóvil, aunque sólo tenga dos ruedas. Esto ha sido, sin duda, causa de numerosos accidentes en los que, por principios elementales de física, los jinetes de estos modernos jumentos son los más perjudicados. Sobre todo si "cumplen" con la obligación de usar casco poniéndose en la cabeza un adminículo más parecido a una bacinica que un verdadero equipo protector; o peor aún, poniendo la bacinica en la cabeza de su acompañante, que se sujeta con confianza a su cintura, mientras el conductor utiliza el casco apropiado. Hay muchos ejemplos para ilustrar esta falta de cultura vial en los motociclistas: con el semáforo en rojo (rozando las puertas y los espejos de los autos) los intrépidos pilotos se adelantan a todos los demás y se colocan hasta el frente, sobre los pasos de cebra, obstruyendo, con las mismas consecuencias que si fueran un auto, a los peatones. Cuando los autos están en movimiento, rebasan –con singular alegría– por la derecha, a veces haciendo el paso de la muerte entre dos vehículos. Utilizan con frecuencia ciclo vías y banquetas, poniendo en riesgo a los ciclistas y peatones (una moto a 80 km. por hora es una bala que puede matar a un peatón igual que un automóvil). Los conductores de motonetas respetan los sentidos de las calles mucho menos que la mayoría de los –ya de por si irrespetuosos– ciudadanos. Tampoco son muy comedidos ni atentos con las vueltas prohibidas o las luces de los semáforos. No afirmo que todos los que usan este transporte cometan esos estropicios: los hay muchos muy respetuosos de las normas y muy cuidadosos, pero cualquiera de estas conductas las puede testimoniar un viandante, apenas al salir a la calle.

Hace unos días, los hijos de un colaborador salían de su casa cuando fueron interceptados por dos gañanes que se detuvieron junto a ellos en una motocicleta. Los amenazaron con una pistola, los insultaron y les quitaron sus pocas pertenencias.  Alertado por un vecino, el padre salió de la casa, y los bandidos, tranquilamente, se subieron a la moto y huyeron. Imposible darles alcance. El vehículo no tenía placas, ni señas claras para identificarlo. Las motos son menos reconocibles que los autos, sus señas de identidad son menos claras, y los modelos, para la mayoría de los ciudadanos son poco significativos.  No tengo la cifra de León, pero en otras ciudades aseguran que más del 80% de los robos a transeúnte se cometen con la ayuda de motocicletas. Circulan muchos de estos biciclos sin placas, no hay manera de seguirlos y se pueden ocultar fácilmente al interior de una casa o hasta de un vehículo de carga. Usar una moto no es sinónimo de ser delincuente, pero sin duda, la moto se ha convertido en una de las herramientas más eficaces para los ladrones y asesinos.

Aunque eventualmente se hacen operativos para revisar a los conductores de estos vehículos, la realidad es que abundan las motocicletas sin placas, y aunque es obligatorio tener licencia para manejarlas, miles de usuarios carecen de ella. Hace falta algo más que operativos esporádicos –controles efectivos y permanentes, licencias más exigentes, normas más claras–  porque tenemos que construir toda una cultura que nos permita incorporar a los cada vez más conductores de estas motocicletas, que igual que un automóvil, se convierten en armas mortales con mucha facilidad.