sábado. 20.04.2024
El Tiempo

¡Ni una bata menos!

“…a las potestades […] les queda la responsabilidad de hacer de México un lugar seguro para ejercer la profesión médica, y a la población bajarle de tono a las agresiones contra el gremio, ya de por sí bastante golpeado por el crimen…”

¡Ni una bata menos!

Hace dos semanas escribí un artículo titulado ¡ALTO A LAS AGRESIONES!, denunciando la serie de abusos que sufre el personal médico, por parte no sólo de la delincuencia organizada, sino también de los derechohabientes y la población en general, al grado que en algunos estados se emitió la recomendación a los trabajadores de la salud, de no salir a la vía pública con uniforme, para evitar ser victimados. 

Tal vez me parecería algo exagerada la alerta, de no haber perdido a dos grandes médicos y amigos a manos de criminales, quienes con la saña de la peor bestia feral, cortaron sus prometedoras carreras. Pero las autoridades continuaron inmutables, pese a todo, hastaque en varios hospitales de Guanajuato, los médicos residentes se declararon en paro durante la semana pasada, para evitar ser enviados a zonas de riesgo, como peones sacrificable para el sistema. 

Aunque a decir verdad, no creo que haya un municipio del país exento de riesgo, salvo gloriosas excepciones. hay estados que se han convertido en grandes sembradíos de restos humanos, que surcan como conejeras el subsuelo, repleto de desaparecidos, muchos de ellos médicos. 

No puedo evitar recordar que cuando realicé mi servicio social en el estado de Tabasco, allá por 1999, la primera visita que tuvimos los pasantes, fue la del presidente municipal de Paraíso, quien lejos de darnos la bienvenida, nos coaccionó para evitar difundir ideología contraria al PRI, y de paso nos advirtió que debíamos colaborar en la precampaña presidencial del gobernador Roberto Madrazo (quien por fortuna perdió las
elecciones). 

Aunque lo peor estaba por venir: en octubre, a 15 semanas de haber llegado, se dio la alerta de desalojo por la inminencia del huracán Mitch, que se esperaba tocara las costas del Golfo de México en las siguientes horas. Se emitió la recomendación de trasladar a toda la población de la Barra de Tupilco y los alrededores hacia tierra firme, ya que esa zona de La Chontalpa es una barra de arena tipo albufera, altamente inestable, que
desaparecería ante el embate del ciclón categoría 5. Todos debían irse del área, a excepción, por orden expresa del gobernador Madrazo y su secretario de salud, los doctores pasantes (todavía no entiendo de qué íbamos a servirle muertos a la población). 

Fue así como, siguiendo a través de una radio de pilas el errático trayecto de Mitch, pasamos, rosario en mano, horas de zozobra que se convirtieron en días. 

Por fortuna para nosotros e infortunio de nuestros hermanos centroamericanos, el tifón se quedó estacionado frente a las costas de Centroamérica, en la isla de Guanajá, hasta que debilitado nos pasó de lado y se desvió rumbo a Florida para desintegrarse, dejando más de 18 mil muertos y cientos de miles de damnificados.

De haber pegado como se esperaba, en Barra de Tupilco, no estaría contándoles la historia, pero fue mucho menos severo de lo que se estimó con las costas tabasqueñas, donde se pronosticó que entraría de lleno, luego de pasar Belice y la Península de Yucatán. 

No había redes sociales en 1999 y no podíamos dar testimonio ni quejarnos de lo que vivimos, que, afortunadamente no pasó de marejadas, inundaciones, una epidemia de cólera y un caso de rabia humana, celosamente ocultados por el secretario de salud Lucio Lastra Escudero, para no afectar la campaña política de su jefe, un nefasto personaje ideólogo indiscutible de los modernos cacicazgos estatales como el de los Peña–Del Mazo en el Estado de México (su gasto para la campaña en Tabasco superó 59 veces el límite establecido. Y en el año 2000, en un hecho inédito, el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF) anuló las elecciones tabasqueñas frente a las abrumadoras pruebas de fraude para favorecer al priísta Manuel Andrade, evitando así que el cacicazgo de Madrazo Pintado se perpetuara). Al final de la contienda presidencial del 2006, ya ni los de su propio partido lo querían. 

Es muy fácil dar órdenes detrás de un escritorio, y muy difícil para nosotros y nuestras familias ser un número más de la estadística. 

Aquel año del Mitch, Sabíamos que no íbamos a tener la mínima posibilidad de sobrevivir si por la trayectoria errática de huracán nos agarraba de lleno en una franja de arena. Que seguir las órdenes que nos dieron era un suicidio. Y todos, sin excepción, cumplimos, a pesar de todo. Incluso pasó por mi mente (aunque ya muy tarde, lo confieso), la idea de perder el servicio social, bajo la premisa de que un año podría recuperarlo para el próximo ciclo, pero la vida jamás. Recuerdo que cuando nos dieron la orden de retornar a nuestros centros de salud, todos nos abrazamos y nos despedimos, pero no hubo llanto. Ante la incertidumbre del destino, queríamos vernos fuertes de cara al embate de lo inevitable, para no hacer más aciaga nuestra partida. Luego que pasó el peligro, nos confesamos que todos y cada uno de nosotros nos soltamos a llorar en la soledad del que creíamos, sería nuestro sepulcro. 

Las autoridades estatales se pavonearon con que no dejó de haber atención médica las 24 horas del día durante el tiempo que duró la alerta, y gracias a ello se evitaron muertes y brotes epidémicos, porque para ellos lo que importaba era la demagogia. A nosotros nos amenazaron si decíamos una palabra del cólera y la rabia, y ya luego no nos dieron ni las gracias. 

Por eso, después de aquellos días infaustos que nos hicieron padecer y el riesgo al que nos sometieron para levantarse el cuello, los gobernadores priistas se convirtieron en mis musas periodísticas favoritas, y a casi 20 años siguen sin decepcionarme. 

Algo bueno me dejó toda esa angustia: el coletazo que nos dio el huracán lo describiría con detalles años después en mi novela “Feralis”, que ganó en el 2012 el premio Jorge Ibargüengoitia. 

Por eso, ¡bien por los jóvenes residentes que se declararon en rebeldía para no ser un número más de la estadística!, y bien también por las autoridades hospitalarias que, por primera vez, no hicieron caso omiso del peligro que se cierne sobre nuestras futuras generaciones de galenos.