Nueva Normalidad en diciembre

“…un largo proceso para hacer que esa nueva normalidad sea más sana…”

Nueva Normalidad en diciembre

La normalidad no estaba en los días que quedaron
atrás: tan sólo se encontraba en aquellos que la suerte
nos ponía delante cada mañana.

María Dueñas

Que la recuperación se consolide no significa un retorno
a la normalidad, si por normalidad se entiende la etapa
que vivimos en los años que precedieron a la crisis. Las
secuelas de la crisis tardarán en desaparecer.
Emilio Botín

 

Las preguntas brotan ante la incertidumbre: ¿el rebrote nos dice que la normalidad tardará? ¿Cuándo se acaba la contingencia sanitaria por el covid-19? ¿Cómo se va a regresar a las escuelas, a las universidades? ¿Cómo se está regresando a las oficinas, a las fábricas, a los talleres, al trabajo? ¿Cuáles son los protocolos de sana distancia que tenemos que exigirnos y exigir a los otros? ¿El día de la Virgen de Guadalupe, las posadas y las fiestas navideñas serán celebraciones virtuales? ¿Vamos a regresar a la normalidad? ¿Qué es la normalidad?

Hay cientos de preguntas flotando en el aire que abonan a la incertidumbre y la tensión por la situación económica que se agrava. También se están dando muchas respuestas, y la gran mayoría se resumen o apuntan a una respuesta que incluye un depende: ¿De qué depende? Según como se mire, todo depende, dice la canción de Jarabe de Palo, que cantaba Pau Donés, quien murió hace unos meses.

Ese es el matiz de todas las respuestas, un depende, y que es un depende de nosotros, de cada uno, y que no se nos olvide también: depende de las acciones y de la responsabilidad del gobierno en todos los niveles.

Regresar a la normalidad por ahora es una ilusión, ante la incertidumbre y el caos. La pandemia se expande, los más de 100 mil muertos y la saturación en los hospitales en el país así lo demuestran. Lo que sabemos es que habrá una “nueva normalidad”, aunque preferimos pensar y aferrarnos al pasado, porque es lo conocido y nos gana el querer hacer las cosas como se hacían antes. Es el apostar más por “lo malo conocido, que lo bueno por conocer”, frase popular que refleja la resistencia al cambio y que confirma el buscar el repetir lo ya hecho, a querer que todo sea como antes de la pandemia, como una forma de querer sentir algo de protección y de seguridad.

No hay manera de regresar el tiempo, ni desde la física, ni desde el tiempo social. El cambio se presentó. Si bien pareciera que algunas cosas no han se han modificado, es seguro que éstas se modificarán en los siguientes meses e incluso en los años venideros. Hay cambios inevitables; otros serán necesarios si le damos valor a la salud de las personas ante el covid-19. No sólo será usar cubre bocas, lavarnos las manos o usar gel antibacterial. Son cambios que serán parte de un nuevo reacomodo de las relaciones laborales, de la manera de percibir el mundo, de la forma de cómo se hará el trabajo en casa, de cómo hacer que las escuelas cambien, que dejen ser el lugar del saber, para ser el lugar del ser, de cara al siglo XXI. Se cambiarán y se deberán transformar las prácticas educativas en las escuelas y universidades. Habrá cambios en las formas de atender a los clientes en tiendas, bancos, farmacias y mercados. Se tendrán que crear nuevas formas de atención ciudadana por parte del gobierno.

Se irá construyendo una nueva vida cotidiana. Se harán ajustes y más cambios, en lo que vamos creando nuevos mecanismos y acuerdos de interacción social y humana, para poder saber estar y ser con otros de la mejor manera. No será nada fácil. Si la pandemia mostró nuestra dificultad como sociedad para acatar las medidas establecidas por la Secretaría de Salud, para hacer caso a lo que nos dice el gobierno, ahora se deberán hacer cambios del orden cultural y educativo. Eso es y será todo un desafío, que va requerir más que buena voluntad, y mucho más que predisposición para observar y entender las condiciones de la realidad. La nueva normalidad requiere asumir un amplio y profundo compromiso con todos.

Una de las estrategias para enfrentar la realidad, por dura o cruel que sea, es la negación. Hacer como que no ha pasado nada. Cerrar los ojos, no querer aceptar la realidad, los hechos, pero no es la mejor estrategia, hasta donde se sabe, en el nivel psicológico, tomando en cuenta los procesos del desarrollo humano. Sin embargo, una de las cosas que ha estado pasado en los últimos meses, es la aparición cada vez más frecuente de animadores optimistas, de coachs de vida, de influencers, de youtubers  que proponen estar todo el tiempo, si es posible, haciendo cosas: pintando, aprendiendo algo nuevo, haciendo ejercicio, preparando recetas de cocina, para ser productivos y rentables. Esto suena lógico y natural en la sociedad del rendimiento, donde hay que sacar provecho de todo, y que en el fondo es una invitación “para no pensar”, “para no sentir emociones y sentimientos negativos”, incluso los positivos, para evadir la realidad que esta pasando y que nos afecta, nos altera y nos lastima.

En las redes sociales hay una promoción y venta de un “optimismo tóxico”: entre videos, podcast, charlas motivacionales, memes y una abundante distribución de frases “positivas”, se ofrece la idea de que se tiene que ser feliz a toda costa y todo el tiempo. Se anuncia que “nadie puede quitarte la sonrisa”, “que no debes permitir sentir las emociones y sentimientos negativos”, “que todo es y debe ser alegría”. Se trata de negar y encubrir la tristeza, la nostalgia, la pena, el dolor, la ansiedad, entre muchas emociones y sentimientos. Se trata impulsar un pensar so}ólo en lo “positivo” como un simple acto de fe, como si se tratara de usar un conjuro mágico o solamente seguir al pie de la letra las instrucciones de algún coach ontológico o de vida, y de repetir –de rezar- unos “mantras” a partir de frases motivacionales sacadas de algún un libro de autoayuda.

El problema de esta estrategia, que también crea un mercado de consumo y de seguidores, es que se centra en querer negar lo que se siente cuando es algo que duele o lastima. Promueve evitar reconocer y expresar las emociones negativas —muchas de ellas, como sabemos, se han hecho presentes durante la cuarentena- y que muestran nuestra dimensión afectiva y emocional, pese a este “optimismo superficial”, que no tiene nada de “normal” al querer negarlas, esconderlas o reprimirlas. Sigmund Freud lo escribió: “Las emociones inexpresadas nunca mueren. Son enterradas vivas, y salen más tarde de peores formas”.

Este optimismo tóxico está abonado a la crisis de salud mental y de malestar emocional que se expande en la sociedad, y están apareciendo situaciones más críticas en la dimensión de lo emocional y, con más frecuencia, en hogares y centros de trabajo. Los efectos en los trabajadores de la salud están siendo evidentes: médicos, enfermeras, psicólogas están desgastados, afectados, cansados y muchos de ellos con síntomas de ansiedad, euforia, irritabilidad, afecciones intestinales, ira, hipertensión, enojo irracional, agresión, depresión, así como diferentes tipos expresiones de violencia, e incluso el suicidio.

Mantener un optimismo forzado es tóxico y hace daño a la salud mental. Implica un desgaste emocional muy fuerte, porque negar y reprimir requieren un mayor gasto energético e intelectual, una sobre racionalización. Sostener que todo va a estar bien, sin hacer acciones para crear escenarios y condiciones concretas que posibiliten construir soluciones a los problemas reales que se enfrentan, creado una dinámica interna ilusoria, daña más de lo que ayuda.

Es cierto que todos estamos con la esperanza de las cosas deberán ir tomando su lugar, que vamos a mejorar, pero esa confianza implica aceptar los cambios que están sucediendo y que se deberán hacer ajustes, ya sea en el empleo, en los ingresos como consecuencia del cierre de negocios y de empresas y del diferir proyectos, entre otras muchas cosas. Habrá que tener esperanza, sin duda, pero no una esperanza ingenua, sino una centrada en la realidad, que acepte y ubique las dificultades y condiciones que la vida presenta en este momento, reconociendo lo que se siente y lo que se piensa, aun por difícil y doloroso que sea,

Asumir la nueva normalidad implicará entender que se necesitará ayuda profesional en muchos casos para hablar de lo que se siente, y pensar sobre lo que se ha vivido en estos meses, y lo que se deberá afrontar en los tiempos venideros. La Navidad y lo que ésta envuelve puede ser un buen tiempo para la reflexión, para el diálogo, para la comunicación franca. Se requiere hablar de lo que se ha sufrido, y también reconocer lo bueno que ha pasado, por ejemplo, el ir asumiendo que la pandemia puede ser una oportunidad para iniciar un proceso de conocimiento personal, aprender a darse cuenta de cosas que no veía y que estaban ahí, que dañan y lastiman a la persona y otras con las que convive todos los días. Habrá que crear y construir una nueva normalidad, y la tendremos que ir definiendo entre todos. Será un largo proceso para hacer que esa nueva normalidad sea más sana, segura, más libre, pero sobre todo más humana.