sábado. 20.04.2024
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Palabrotas

Chema Rosas

Chema Rosas - Palabrotas
Chema Rosas - Palabrotas

Uno de los primeros recuerdos que tengo es el de estar jugando con mis hermanos en el departamento de la mamá de mi papá. No tengo idea de qué es lo que le dije a uno de ellos, lo que recuerdo fue la advertencia –que en voz de mi abue Chayo sonó a conjuro– de que si volvía a decir groserías la lengua se me convertiría en cartón. La exhortación me causó tal impresión que incluso hoy al recordar el episodio siento la boca seca y con sabor a corrugado.

Pasado el trauma inicial, lejos de evitar las groserías comencé a ponerlas a prueba. Si había una palabra capaz de transfigurar la materia –aunque esa materia fuera parte de mi anatomía– yo quería conocerla. Entonces, una por una comencé a decir en secreto las palabras que en aquella época consideraba que si la decía en presencia de un adulto me metería en problemas, pero que tenían el poder de transformar mi lengua. Cuando nada de eso ocurrió llegué a la única conclusión posible: no bastaba con decir la palabra, había que decírsela a alguien.

Habría salido a la calle a insultar gente al azar, pero eso era difícil, pues no me dejaban salir solo a la calle… afortunadamente tengo hermanos con quienes pude probar tal hipótesis que, para mi sorpresa, también resultó equivocada. Como era de esos niños que no se querían quedar con la duda opté por sacar la lengua y mantenerla fuera hasta que quedara completamente seca y diera la sensación de ser cartón. Ahora que lo pienso no me extraña que los adultos al verme no esperaran mucho de mí.

A pesar de que no hallé la secuencia de letras suficientemente grosera para activar el hechizo, la experiencia me enseñó que las palabras son poderosas y encierran misterios.

Las abuelas amenazan con lavarnos la boca con jabón cada vez que decimos alguna peladez… pero para referirnos a ello usamos de forma indiscriminada términos que en realidad tienen sutiles –y no por ello menos importantes– diferencias entre ellos. Me permito a continuación una taxonomía aclaratoria basada en años de investigación realizada desde aquellos años hasta ahora.

Grosería: Se deriva del latín grossus, que es básicamente algo grande o fuerte. Se creía que una persona de grandes dimensiones era, como consecuencia, torpe y bruta, por lo que lo grosero se convirtió en sinónimo de descortesía. Ahora que, si me preguntan, lo verdaderamente descortés es decirle a una persona torpe y bruta por el simple hecho de tener grandes dimensiones. Conozco altos, gordos y hasta semigigantes que son finísimas personas.

Peladez: Tiene un origen capilar y francamente clasista pues proviene de la costumbre de rapar a los niños huérfanos o de escasos recursos para evitar que se llenen de piojos. Las personas de buena cuna comenzaron a llamarle pelados a todos aquellos que consideraban por debajo de su educación o refinamiento y con el paso del tiempo a las acciones vulgares se les comenzó a llamar peladeces. El término quedó, aunque se sabe que hay pelados educados y copetudos que son completos imbéciles, pero una cosa no está ligada a la otra.

Vulgaridad: Es definida en una frase de San Isidoro que dice “Vulgus est passim inhabitans multitudo quasi quisque quo vult” que se maltraduce como “El que habita donde puede y hace lo que le da la recontrachingada gana”. Algunos autores difieren con la interpretación anterior y aseguran que en realidad San Isidoro definió vulgar tras conocer a Carmen Salinas en el 636 después de Cristo.

Insulto: Cualquier palabra o hecho que tiene la acción o efecto de denigrar a otros. Puede ser intencional o no, pero tiene una fuerte carga ofensiva. Decir que alguien es delincuente y violador por ser mexicano. Ser el presidente de México e invitar a ese que te dijo violador y recibirlo en el Palacio de Gobierno. Ser Trump y mearte en el presidente de México. Ser Hillary Clinton y no aceptar la invitación de un gobernante que padece de sus facultades mentales. Decirle naco a Juanga. Decir que si no tienes papá y mamá no tienes familia.

Palabrota: Hipopotomonstrosesquipedaliofobia.

Muchas de las palabras con las que nombramos los insultos tienen orígenes que pueden resultar ofensivas… pero eso no es lo más grave. Después de tanto experimentar con las palabras prohibidas aprendí que los verdaderos insultos van más allá de las palabrotas; que en realidad no hay “malas palabras” sino malas intenciones y peores acciones, que el odio es capaz de denigrar a otros usando la palabra familia, que prefiero que me griten una grosería a que no se tomen la molestia de reconocer mi presencia y que a veces no son las palabras que digo, sino las que no digo aquellas que me hacen sentir la boca seca y con sabor a cartón corrugado.

Total, pelado ya soy.

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Chema Rosas
 (Ciudad de México, 1984) es bibliotecario, guionista, columnista, ermitaño y papa-de-sofá, acérrimo de Dr. Who y, por si fuese poco, autoestopista galáctico. Hace poco incursionó también en la comedia.

Este texto va dedicado a Rafael Ortiz Aguirre, el Dr. Ralf, quien claro que apreciaba una buena palabrota… como todo aquel que ama el lenguaje. Y el humor. El humor. Te vamos a extrañar. Donde quiera que estés ahora, hay más risas y se escucha mejor música que antes. A reventar las bocinas y a romper la pista. Y que chingue su madre lo que digan los demás. Chau.       

Chema

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