jueves. 18.04.2024
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La población como recurso económico en las colonias americanas

Eduardo Celaya

La población como recurso económico en las colonias americanas

El descubrimiento y posterior conquista de los territorios americanos por parte de los ibéricos representó un fuerte choque cultural tanto para los europeos como para los americanos. Sin embargo, para los colonizadores, la inmensa cantidad de recursos, así como la cantidad de mano de obra que llegaron a encontrar significó una ventaja para promover el enriquecimiento de las coronas. Siendo así, es necesario considerar a la población americana desde varios puntos de vista, pero principalmente por el aporte energético a la labor de explotación de los recursos americanos. Se deben tomar en cuenta también los cambios que enfrentó la misma población americana, así como la catástrofe demográfica y su posterior recuperación.

En primer lugar vale la pena hacer un comparativo sobre los recursos energéticos en el viejo y el nuevo mundo, siendo que estas consideraciones fueron importantes para la explotación del indio por el europeo a su llegada a América. En Asia, África y Europa la domesticación de bestias de carga fue muy temprana, aprovechando de esta manera su fuerza como fuente de energía, además de la optimización de este mismo trabajo animal gracias a la rueda, la cual no era utilizada de esa forma en América. De acuerdo con Ruggiero Romano, esto significa “una primera y fundamental diferencia entre el mundo europeo y el mundo americano”[1].

Por otro lado, tomando en cuenta que en América todo el trabajo era realizado por humanos, al no existir bestias de carga, al menos domesticadas, el nivel de alimentación promedio del habitante americano era mucho mayor en comparación con el europeo, situación que se invertía en el aspecto de energía mecánica. “El mismo trabajo requería en el continente americano un esfuerzo energético humano mayor que en el viejo mundo euro-afro-asiático”[2]. Al momento del contacto entre europeos y americanos, y la introducción de animales de carga en el continente, se dieron todas las condiciones para optimizar la explotación de recursos, ya que hubo un significativo aumento de energía disponible. “A partir del siglo XVI se verificará en el continente americano una verdadera revolución que enriquecería notablemente la potencialidad energética”[3].

Cálculos sobre la población americana

Los datos acerca de la cantidad exacta de habitantes en tierras americanas a principios del siglo XVI son nulos, por lo que los cálculos están basados en diversidad de fuentes que no son del todo exactas. Muchos autores han propuesto cantidades, de acuerdo a registros de tributos, la potencialidad de sustento que ofrecen las tierras americanas, entre otros factores. Sin embargo, las cantidades que se presentan son sumamente divergentes, surgiendo tres posturas al respecto, la reduccionista, la alcista y una especie de clase intermedia. Entre los reduccionistas se encuentran A. Rosenblat, indicando 1’385,000 habitantes, y A. L. Kroeber, quien pone una cifra de 8’400,00 habitantes en América. La teoría alcista, por otro lado, está representada por H. F. Dobyns, indicando que la población americana pudo oscilar entre los 90 y 112 millones. Las posturas intermedias son un tanto más sutiles en sus cálculos, si bien no exageran respecto a la poca cantidad de población como los reduccionistas. Entre estos autores podemos encontrar a Biraben, quien indica una cantidad de 39 millones, y W. M. Denevan, quien señala que la población americana pudo ser de 57 millones.

Las principales diferencias entre estas posturas estriban en debates acerca de si las tierras americanas y las técnicas de agriculturas serían adecuadas para sostener una población determinada. No hay duda de los niveles de producción de las técnicas de agricultura prehispánicas, además que se debe tomar en cuenta el mayor rendimiento energético del maíz, la papa o el ñame en contraste con las plantas europeas, por lo que ésta teoría es poco relevante. Como señala Romano, “los bienes americanos aportaban, en mayor medida que los europeos, una cantidad de calorías suficiente para mantener una población numerosa”[4].

Otro factor a considerar al hacer los cálculos es que muchas de las teorías se hacen basándose en los registros tributarios de los encomenderos, siendo que mucha de la población evadía el pago del tributo, ya sea por huida del control de los españoles, porque el indígena podía adquirir la condición de mestizo, o hasta de blanco, por diversos factores, o por la existencia de grandes zonas en que no había un control español, tierras donde los indígenas buscaban refugio. A fin de cuentas, cabe tomar en cuenta que “en las poblaciones sometidas acaban creándose resquicios para escapar de las opresiones e imposiciones”[5]. En varios casos, como el Perú, muchos de los pobladores indígenas solían seguir sometidos a un curaca, con los que escapaban al pago del tributo, o en México, existían numerosos casos de indios escondidos para huir de esta imposición. Bien dice Romano que “incluso el interior de una hacienda puede ser considerado como zona no sometida”[6]. La existencia de vagamundos también dificulta el cálculo de la población total americana antes y después de la conquista.

La catástrofe demográfica

El impacto de la invasión europea en América fue diferente en cada región, pero un factor común a todo el continente es la catástrofe demográfica. Este fenómeno fue más acentuado en las regiones con una población más segmentada, con lo que se hizo necesaria la importación de esclavos negros para cubrir las necesidades energéticas. En cambio, en regiones en que la sociedad estaba más organizada antes de la conquista, existe una menor cantidad de esclavos negros. La catástrofe demográfica tendrá, pues, un fuerte impacto en la cantidad de habitantes en el continente, llegando a ser de 10 millones un siglo después de la llegada de los europeos. Finalmente, Romano señala que “se puede afirmar que en 1492 la población total (exclusivamente aborigen) alcanzaba los 60-80 millones”[7].

Reducir las causas de la catástrofe demográfica al genocidio y al exterminio es caer en una visión simplista de la conquista. Es evidente que los europeos no mataban a los indígenas por el hecho de serlo, pues de esa manera eliminarían una importantísima fuente de energía. Por tanto, los factores que intervinieron en la gravísima baja de la población aborigen son varios.

Las fuertes y constantes epidemias que sufrieron los indígenas fueron traídas primero por los españoles, y después por los africanos, enfermedades para las que los indios no tenían defensas, y cuyo impacto fue muy fuerte. Dentro del sistema económico impuesto por los españoles, las deportaciones de individuos o grupos entre zonas de diferente clima también afectó la cantidad de indígenas, pues los cambios bruscos de clima afectaban su salud. Un caso muy evidente es la deportación de la población del Golfo de México a las islas del Caribe, tras el exterminio de los aborígenes de estas tierras. También a causa del sistema impuesto por los europeos, las hambrunas se hicieron más fuertes, pues al darse por causas naturales una, los españoles acaparaban y expropiaban los bienes, dejando a la población nativa sin recursos alimenticios.

El factor psicológico también influyó en el número de indígenas, pues al desestructurarse el sistema político, social, cultural y religioso en el que se había vivido por siglos, se experimentó un sentimiento de desgano vital, en el que los infanticidios, los suicidios individuales y colectivos o la falta de procreación se hicieron comunes. Además, la supresión de la poligamia por motivos sociales y religiosos y la imposición del matrimonio en edades muy tempranas afectaron también la tasa de natalidad del indígena.

Finalmente, hay que tomar en cuenta que el número de habitantes en América se dio a lo largo de un periodo prolongado de tiempo, no fue efecto de una tasa alta de natalidad, por lo que los diversos factores indicados, junto con las diferencias del impacto de la conquista en las áreas americanas causa que la magnitud de la catástrofe demográfica sea muy difícil de medir, aunque, a fin de cuentas, es innegable.

Las nuevas formas de energía

La catástrofe demográfica, si bien tuvo un fuerte impacto en la vida cultural de las poblaciones indígenas, no tuvo repercusión en los niveles de producción de la economía colonial. Si bien las labores de agricultura en la época prehispánica requerían de una gran cantidad de trabajo humano, la introducción de las nuevas tecnologías y del trabajo animal ayudó a que los niveles de producción aumentaran significativamente. En el campo de la producción agrícola, el sistema colonial “buscaba una mayor productividad de la tierra mediante la aplicación no sólo de energía somática, sino también de energía exosomática”[8].

El uso de animales se aplicó en diversas áreas de la producción agrícola, especialmente en la transportación de los alimentos, pues las distancias en América son significativamente más largas que en el territorio europeo. ”La mula ejerció una enorme repercusión en el transporte del continente americano, no sólo por su capacidad de carga o velocidad, sino sobre todo por su resistencia”[9]. A pesar de la utilización de animales de carga, la transportación por medio de hombre siguió siendo usada, lo que contribuyó a la mortandad indígena.

A fin de cuentas, las metas buscadas por los colonizadores de aumento y sostenimiento de los niveles de producción no se vieron afectadas por la catástrofe demográfica, pues a pesar de contar con menor mano de obra indígena, la introducción de animales de carga, nuevas tecnologías y herramientas y la importación de mano de obra esclava africana compensaron adecuadamente ésta mortandad.

La recuperación demográfica

Tras alcanzar el punto más bajo en población a mediados del siglo XVII, el número de habitantes en el continente experimentó una ligera y gradual recuperación, aunque en este caso se trata ya de una población más variada. Los factores que principalmente intervinieron en esta recuperación son el incremento natural de la población indígena, la migración de población blanca, la importación de población negra y el aumento de la población mestiza.

En el caso de los indígenas, se hace evidente una disminución del ya mencionado desgano vital, a causa sobre todo del “proceso integrador de la población en el sistema que se venía creando”[10], es decir, el indígena ocupaba ya un lugar bien determinado en la sociedad colonial. La religión cristiana, que los indígenas ya habían adoptado, les permitió esta unión con la sociedad, al mismo tiempo que estableció nuevos parámetros de vida familiar. Los indígenas tenían ya, además, un medio de defensa contra los abusos de los españoles, en la medida que podían denunciar a éstos ante las autoridades, además que poco a poco iban desarrollando una defensa natural contra las epidemias. La alimentación también jugó un papel importante, pues aunque varió de forma importante en relación con los tiempos prehispánicos, se introdujo la ingesta de carne, es decir, aumentó el nivel de proteína que un indígena promedio consumía. El aumento de la población indígena, entonces, se hace posible gracias a la recuperación de la natalidad, sobre todo a partir de la segunda y tercera década del siglo XVII.

La migración europea presenta ciertas características que la hacen difícil de calcular, pues el término blanco se utilizó en un sentido más social que racial. La mayoría de los europeos que llegaron al continente eran hombres, entre conquistadores, colonizadores y religiosos, lo que causo un “fuerte desequilibrio a favor del sexo masculino”[11]. El crecimiento de la población blanca, por tanto, estuvo altamente ligada con la proliferación de los mestizos, muchos de los cuales eran clasificados como blancos, por su posición social más que por su origen racial.

La llegada de esclavos negros, aunque muchas veces es ignorado, forma una parte muy importante de la conformación de la población americana. A fines del siglo XVI los niveles de llegada de población africana se acentúa, a consecuencia principalmente de la catástrofe demográfica y la necesidad de tener mano de obra gratuita o barata. Así como en el caso de los europeos, también la población negra tuvo un fuerte desequilibrio sexual, lo que provocó un nivel de natalidad muy bajo y la mezcla con otras razas, culminando en mestizaje. El porcentaje de población negra era inferior al de población blanca.

El caso de la población mestiza es de importante consideración, ya que representa la conformación de la nueva población continental. Por mestizo se entendía a todas las castas, por tanto, su número era muy superior al de otros grupos raciales. La clasificación como mestizo era sumamente subjetiva, ya que, como indica Romano, “la pigmentación de la piel o los rasgos somáticos son válidos intrínsecamente sólo por cómo aparecen ante los ojos del observador de la época”[12].

La estabilización poblacional, como tal, se puede ubicar en el siglo XVII, cuando la población indígena llega a niveles más normalizados, la población blanca aumenta, la importación de esclavos negros es regular y los mestizos y demás castas aumentan en número. Finalmente, debido a la dinámica social de la Colonia, los límites entre razas y castas se difuminarán, habiendo una menor precisión de identidades, especialmente entre 1620 y 1630, para llegar al punto en que las distinciones étnicas pierden valor, y las nuevas distinciones sociales se hacen en base a la posición socioeconómica.

La organización de la población

Los cambios sociales se hicieron evidentes también en los diferentes conceptos de organización que existía en el México prehispánico y en la sociedad europea. Con el objetivo de tener un mejor control y organización de las poblaciones, los indígenas sobrevivientes a la catástrofe demográfica fueron reubicados y concentrados en congregaciones o reducciones. Este sistema permitía un mayor control en diversos aspectos de la vida social, especialmente en el orden fiscal, al tener un mejor control del cobreo de tributos, en el plano religioso, con el control de los evangelizadores sobre los indios, en el orden público, al tener un mayor control de las masas de población, y en la organización y explotación del trabajo.

El sistema adoptado por los colonizadores fue en de la ciudad como centro urbano, parte de un sistema más amplio de ciudades y redes comerciales. Señala Romano un “criterio general de organización económica del espacio: criterio del que los españoles eran portadores y que se basaba en la existencia de la ciudad, en la vida urbana”[13]. Las ciudades se constituyeron, por tanto, en el centro de la vida social, política y hasta religiosa. Las ciudades adquirieron un matiz diferente al de la ciudad prehispánica, en el que cada centro urbano existía por sí mismo, de manera independiente, mientras que en la sociedad colonial la ciudad es sólo un aparte de la red de ciudades constituida a lo largo de todo el continente. Además del trabajo realizado en las ciudades, también se inició con la actividad minera y portuaria, lo cual vendría a transformar toda la vida cotidiana en el continente.

La población, como ya se ha visto, representó un aspecto de vital importancia para el colonizador, pues más allá de las consideraciones de inferioridad y dominio que asumían, debían ejercer, la población indígena se convirtió en una importante fuente de energía y trabajo gratuito primero, y mal pagado, más adelante. La catástrofe demográfica, si bien vino a afectar grandemente a la población indígena, fue superada en el ámbito económico, con la introducción de nuevas formas de energía exosomática y con la importación de población esclava. Finalmente, tras la recuperación demográfica, la consolidación del mestizo en todo el territorio de la Colonia fue factor primordial para crear a la definitiva población americana, la que más adelante sentirá una pertenencia a la tierra y provocará los nuevos cambios políticos y sociales.

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Eduardo Celaya Díaz
(Ciudad de México, 1984) es actor teatral, dramaturgo e historiador. Fundó el grupo de teatro independiente Un Perro Azul. Ha escrito varias piezas teatrales cortas, cuentos y ensayos históricos.

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[1] Ruggiero Romano, Mecanismos y elementos del sistema económico colonial americano. Siglos XVI-XVIII, México, El Colegio de México, Fondo de Cultura Económica, Fideicomiso Historia de las Américas, 2004, p. 36.

[2] Ibídem.

[3] Ibíd., p. 38.

[4] Ibíd., p. 40.

[5] Ibíd., p. 42.

[6] Ibíd., p. 43.

[7] Ibíd., p. 46.

[8] Ibíd., p. 51.

[9] Ibíd., p. 55.

[10] Ibíd., p. 62.

[11] Ibíd., p. 64.

[12] Ibíd., p. 69.

[13] Ibíd., p. 74-75.