Pobreza de vocabulario

"las personas en promedio usan solo 250 palabras en su vida cotidiana. El Diccionario de la Lengua Española [...] contiene más de 100 mil palabras..."

Pobreza de vocabulario

Hace unos días pedí a dos grupos universitarios de diferente especialidad que leyeran y comentaran un relato breve sobre un naufragio. Se trataba del mismo texto. No obstante, en ambos grupos surgieron dudas sobre el significado de las mismas palabras. Desconocían vocablos como acaudalado, orla, cesó (verbo conjugado), bajel, don (habilidad) y alguna que otra palabra más.

En su mayoría, palabras anteriores son de uso común; lo que no sucede con bajel y orla, que pertenecen a un lenguaje más especializado.

Evidentemente, desconocer el significado de esas voces hizo incomprensible el texto. Pero a esa pobreza del idioma, yo añadiría otros aspectos.

El libro de Metodología del Aprendizaje del sistema de preparatoria abierta (SEP) expone un dato francamente grave: las personas en promedio usan solo 250 palabras en su vida cotidiana. El Diccionario de la lengua española, DLE, elaborado por las Academias de la lengua contiene más de 100 mil palabras definidas (no son todas las voces, porque están ausentes las de materias especializadas). Cada una de ellas cuenta con varias acepciones. Ello representa que la mayoría de gente mexicana vive con apenas el 0.25 % de la riqueza de vocabulario con que cuenta el español. Recuerdo que en una publicación en Internet se aseguraba que en Argentina ese promedio baja a 200. El promedio no se elevaba para otros países. No recuerdo la confiabilidad de la fuente, pero ello significa que ni siquiera usamos el 1 % de las alternativas que nos da el idioma en todo Latinoamérica.

Si al desconocimiento de palabras añadimos que se presta poca atención a la ortografía; el asunto se complica una enormidad. Me refiero a que una línea del texto ofrecido a los universitarios dice: «Las condiciones hicieron que el náufrago considerara muy seriamente su situación…» y en vez de considerara (tiempo subjuntivo) los lectores interpretaron considerará. La oración con esa conjugación supuesta dejó de tener sentido. Los muchachos están acostumbrados a poner tonos en las palabras acorde a su familiaridad. Como han dejado de recurrir a las tildes o acentos gráficos en la mensajería personal, entonces recurren a la experiencia y suponen una lectura, cuando la realidad es otra. Es decir, que a la pobreza de vocabulario se añade el raquitismo en las conjugaciones verbales.

Un escollo más es la puntuación. Una coma puede cambiar el sentido total de la oración. No es lo mismo «Enrique se cayó» a «La queja, se atendió en tiempo y forma». La segunda oración sin la coma se interpreta que la misma queja se atendió a sí misma; con la coma, se comprende que hay cambio de orden: «Se atendió en tiempo y forma la queja».

Pero he puesto un ejemplo con coma. Lo mismo puede suceder con otros signos de puntuación. Recurro a la coma por ser el más común en su uso y abuso.

Una lectura de comprensión obliga al lector a interpretar cada enunciado u oración de cualquier texto. Ello incluye la ortografía, el significado de cada palabra y la estructuración –acorde con una puntuación impecable–. Solo de esa forma podría interpretarse correctamente un contenido. Pero para lograrlo es necesario ejercitarse. Leer documentos bien escritos lo garantiza, no así los textos en redes sociales y mensajería personal.

La lectura enriquece el vocabulario.

La experiencia referida es universitaria. Pero, como profesionistas ya en ejercicio, si se tratara de un documento mediante el debieran tomar decisiones, el asunto podría acabar en desastre. Los riesgos no son mínimos. Por eso, quien no lee regularmente, pone en riesgo su futuro. Disponer de más alternativas para expresarse y para entender un texto, siempre es recomendable.