martes. 23.04.2024
El Tiempo

Refugio

“Todos buscamos un refugio…”

No se trata de encontrar refugio en una tormenta. Se trata de aprender a bailar bajo la lluvia.
Sherrilyn Kenyon

En aquella época encontré un extraño refugio. Por casualidad, como suele decirse. Pero esas casualidades no existen. Cuando alguien necesita algo con mucha urgencia y lo encuentra, no es la casualidad la que se lo proporciona, sino él mismo. El propio deseo y la propia necesidad conducen a ello.
Hermann Hesse, Demian

Es posible que muchas personas estén buscando un refugio entre todo el caos y la incertidumbre que la pandemia del covid-19 ha creado.  Un refugio es un lugar, un sitio y sin duda también lo son personas que ofrecen protección, apoyo, ayuda, consejo, escucha, que hace referencia a un refugio, a lo que implica la salvaguarda de todo peligro. Es a su vez asilo, amparo y defensa ante la inclemencia o ante lo infortunado de la vida. Nada más protector que la sensación de saberte protegido como persona, de saberte a salvo, de encontrar un refugio.

Lo que ha venido pasando con la pandemia, entre la información, los rumores y la incredulidad, han provocado diversas reacciones, opiniones e imprudencias ante las estrategias de salud pública para contener el covid-19, creando situaciones inesperadas que han tomado por sorpresa la cotidianidad, rompiendo las rutinas y muchas certezas.

Lo nuevo nos asusta, lo desconocido a veces nos paraliza, lo diferente nos confronta, y entre lo diferente que se experimenta, se va dejando salir lo que realmente somos, con la crudeza propia de la condición humana. Con ello afloran los miedos, los fantasmas y los demonios que llevamos como parte de uno mismo, en lo individual y en lo colectivo.

Pocas personas van tiendo las posibilidades de asumir lo que se siente, desde su historia. Otras, pocas, van teniendo en las palabras los recursos para lidiar con el desconcierto, lo imprevisto, la nostalgia, con el dolor y aún con la euforia, la alegría y la felicidad. Sin embargo, ahí se expresa también la experiencia humana de sentir  ansiedad o depresión. La primera nos arroja de la cama y nos quiere sacar de la casa, y la segunda nos encierra. Ambas son refugio temporal de nuestras manías, fobias, inseguridades y duelos.

Todos buscamos un refugio. Deseamos sentirnos salvados, no queremos que el SARS-CoV-2 nos enferme. Pero también deseamos regresar a la confianza que daba la rutina y a los valores entendidos, a lo no dicho pero aceptado en la convivencia con la pareja, con la familia, con los hijos. Algunas parejas, por ejemplo, se dieron cuenta que se llevaban bien porque no convivían más de lo estrictamente necesario, en esa cotidianidad que se añora y que la convivencia forzada sacó a flote las diferencias y con ello los disgustos, los reclamos y las listas de detalles y hechos guardados como rencores, resentimientos y reclamos.

Muchas personas se han dado cuenta de lo complejo que es trabajar en casa, con los hijos ahí y abuelos, con la familia, todos con sus demandas y con las exigencias del encierro, de la improvisación de las escuelas y de una educación forzada desde casa. Madres y padres, junto con otros adultos encargándose de las tareas del cuidado de las familias, que se han visto obligados a poner a prueba la paciencia y la buena voluntad de saber y poder estar juntos, en estas circunstancias que han tensado y modificado todo.

En otros casos —muchísimo más que los que se quisieran-, la convivencia forzada, el hacinamiento, las tensiones económicas, el desempleo, la falta de espacio vital, las adicciones, las exigencias de las tareas del hogar y las carencias de las capacidades y los recursos para una comunicación adecuada, junto con la ausencia de una cultura para la expresión y el manejo adecuado de emociones y sentimientos, han hecho crisis dentro de la cuarentena. A la vez, la ausencia de una mínima racionalidad –—la del sentido común- ha derivado en crisis y conflicto, y con ello, maltrato, violencia y aun tragedia. Muchas personas, especialmente mujeres, y niñas no están a salvo. Están en riesgo, víctimas de la cultura patriarcal y del machismo, así como de la inoperancia y la insensibilidad social del Estado en los tres niveles de gobierno, con instituciones oficiales que no son buenos refugios: ni para la dignidad, ni para los derechos ni para la vida.

Es tiempo de encontrar refugios, y no podrá ser en lo de antes de la pandemia. Muchos creen que todo regresará a lo ya conocido, a repetir las prácticas cotidianas como el regreso a la escuela, al trabajo, a las calles, a los espacios públicos y a las plazas comerciales. Se está idealizando el retorno a la normalidad —con semáforos de alerta y sin ellos-. La gradualidad del retorno a la nueva normalidad es algo que se hace incomprensible y no aparece en el imaginario social como un cambio necesario. Es una especie de ilusión, de querer tener un refugio al querer regresar al pasado, a más de lo mismo. Lo cierto, aunque no lo deseamos, es que habrá más incertidumbre, más desasosiego y más desesperanza en los próximos días y meses, por lo que habrá mayor necesidad de contar pronto con un buenos y seguros refugios.

Ya nos pusimos a prueba. Cuando la vida se ha centrado en conservar la salud, las compras innecesarias se acabaron y eso nos dio una pauta para valorar todo lo esencial e importante. Ahora deberemos trabajar para crear y sostener refugios para todos, desde la construcción de una renovada solidaridad, fincada en la fraternidad y en la sororidad.  

Necesitamos ser refugio para nuestras familias, para nuestros amigos, para los compañeros, de escuela, de trabajo, de deporte, para los niños, las mujeres, los indígenas, los migrantes, los familiares de los desaparecidos. Es necesario ofrecer refugio para las víctimas de la violencia, los deudos de los muertos por el covid-19, los empresarios que han cerrado fábricas y negocios, las personas que han experimentado sufrimiento, pena, dolor, separación y abandono. Es necesario volver a lo básico, a lo más inmediato, a la escucha, a la comprensión, a la mano firme que ayuda, al abrazo sincero, al compromiso con el otro, y a la responsabilidad con uno mismo.

Necesitamos, desde lo social y desde lo político, demandar refugio, que no es otra cosa, sino exigir que las instituciones del Estado -y que las y los funcionarios públicos que las representan- hagan su trabajo, que sean eficientes y eficaces siendo honestos. Para que un día, nada lejano, podamos sentirnos protegidos, seguros y defendidos por el Estado, como el garante de la dignidad ciudadana, a través de la vigencia y protección de los Derechos Humanos de todos los mexicanos, como lo establece nuestra Constitución, ni más, ni menos.